26 de mayo de 2007

Elogio del Maestro

Hoy día 26 de mayo es día de reflexión, el día antes del día D, ese día que nos encanta decir, aunque suene cursi, que es “la gran fiesta de la democracia”. Por lo menos es la fecha en la que, una vez cada cuatro años, podemos expresarnos libremente y decidir con nuestro voto cómo queremos que sea nuestro futuro o, por lo menos, elegimos en quién confiar. Otra cosa bien distinta es como se utilice luego ese voto, pero ese día todos mandamos y todos decidimos. Y todos los votos cuentan lo mismo que es lo que hace, como decía Winston Churchill, que la democracia sea el peor sistema posible….si exceptuamos todos los demás.

Y ya que en este día lo elegante –y lo legalmente obligado- es no hablar de política, vamos a aprovechar para tratar asuntos importantes, como puede ser la educación. Preciso que esto es una frase porque pienso sinceramente que la política es un noble ejercicio de servicio público y una vocación que quizás mereciera algo más de reconocimiento social (la política, no todos los políticos, claro). Pero, en el tema que nos ocupa, pienso que las políticas educativas que hemos sufrido los españoles no pueden calificarse de excesivamente brillantes, por aplicar un generoso calificativo.

Algo no funciona bien en un país que quiere ser moderno, eficiente, competitivo y responsable cuando en apenas diez años hemos aplicado tres leyes distintas para regular la educación de nuestros hijos (la LOGSE, la LOCE y la LOE, la jungla de las siglas). No quiero entrar en valoraciones porque en un día como hoy un escribiente como yo no debe escorarse políticamente pero si considero indispensable que sobre determinadas cuestiones exista no sólo un acuerdo de los partidos políticos sino también un amplio consenso social, fruto del análisis sereno y del debate sosegado.

Percibo no obstante que en el tema de la enseñanza existen dos grandes problemas de partida. El primero son las competencias en materia de educación que tienen atribuidas la Comunidades Autónomas, cierto es que “dentro de un orden”. Creo que los tres pilares básicos del Estado social y democrático de Derecho del que habla la Constitución –la sanidad, la educación y la justicia- requieren una cierta “unidad de sistema” que garantice, entre otras cosas, que todos los ciudadanos tengan los mismos derechos, y particularmente, el mismo derecho a una educación de calidad, ajustada a las necesidades de los tiempos modernos. Me parece muy bien que se den clases, por ejemplo, sobre los reyes de Navarra o la gastronomía murciana, pero como actividades extraescolares en su caso. Hay una tendencia un tanto miope a estudiar y contemplar nuestras raíces, pensando que por ser nuestras –supuestamente, porque en realidad todos somos ciudadanos del mundo- son lo más importante. Al final acabamos creyendo que fue más trascendental para la Historia de la Humanidad aquello de Villalar de los Comuneros que el Descubrimiento de América o la Revolución Francesa, por poner un ejemplo.

Y el segundo problema, más alarmante en mi opinión, es que los políticos o los programadores, cuando se habla de educación, dan más importancia a eso llamado el currículo que al maestro. Se preocupan de diseñar los contenidos, cuentan las horas de cada materia, se enredan con eso que llaman los itinerarios formativos, olvidando que en la enseñanza lo único esencial y lo más valioso es la figura del profesor. Es decir, que el maestro se sienta reconocido, valorado, apoyado, que todos seamos conscientes de que su trabajo es fundamental para que los niños de hoy puedan ser, el día de mañana, ciudadanos libres, capaces y responsables.

Los profesores son una palanca imprescindible para el futuro y el progreso de una sociedad. El maestro es el que forma y moldea a nuestros hijos y quien, como un laborioso y paciente herrero, va forjando su pensamiento y templando su carácter, con energía y con delicadeza a la vez. En realidad, y aunque a los padres nos cueste reconocerlo, los profesores influyen más en nuestros hijos que nosotros mismos. Todavía recuerdo el primer día de colegio de Julia, mi hija mayor. Tenía dos años y era la primera vez que iba a estar con alguien que no era de la familia. Una profesora llegó, tomó su mano y la llevó hasta la clase. Julia ni siquiera echó la vista atrás para mirarnos, simplemente entró con naturalidad en otro universo, guiada por la mano firme, suave y segura de un maestro.
Me permito dar un consejo a todos los políticos, a todas las Administraciones, incluso a todas las familias: todo el tiempo, y todos los recursos, que se empleen en la educación y en la formación de nuestros hijos siempre serán pocos. Pero, que nadie se engañe, es la mejor elección.

12 de mayo de 2007

Qué verde era mi valle


Qué verde era mi valle es una de las grandes películas de, en mi opinión, el cineasta más grande que vieron los tiempos, John Martin Feeney, conocido en el siglo como John Ford. A pesar de ese título la película no trata ni de lo bonita que es la Naturaleza ni de los grandes espacios abiertos sino de la dura vida de una familia minera del Sur de Gales, los Norman, a través de la limpia e inocente mirada de un niño interpretado por Roddy Mc Dowall. La película es un hermoso canto a los valores familiares pero también un preciso retrato de las dificultades que sufre una comarca cuando las minas dejan de ser rentables. Y me ha venido a la memoria al leer estas últimas semanas las preocupantes noticias sobre la Minero Siderúrgica de Ponferrada (MSP) y la grave situación desencadenada tras el cierre del Feixolín.

No conozco en profundidad los antecedentes y estoy plenamente convencido que si un Juzgado de lo Contencioso dicta la orden de paralización del Feixolín lo hace con base en sólidos fundamentos jurídicos y ponderando las circunstancias del caso. Sin embargo hay determinadas actuaciones que no entiendo. Por ejemplo, que el Ayuntamiento de Villablino imponga una multa tan abultada e irreal (170 millones de euros, porque eran euros y no pesetas) que es de cumplimiento absolutamente imposible o que no se haya podido encontrar una solución a este problema después de tantos años. O que se acuse a la empresa de chantajear a los trabajadores cuando decide despedir a 92 mineros. La Minero no es una ONG, que yo sepa, y si las minas se cierran los trabajadores se van a la calle. Así de crudo pero así de claro.

La crisis de Laciana me provoca una serie de reflexiones que van más allá de la actual coyuntura y reconozco que mis comentarios pueden ser políticamente incorrectos. La primera es el conflicto que existe siempre entre protección del medio ambiente y desarrollo económico o, en este caso, la supervivencia de una comarca que sigue viviendo del carbón. Todos queremos un desarrollo sostenible, un aire limpio y un cielo azul. Pero no nos engañemos, sin las explotaciones a cielo abierto es difícil que el carbón sea rentable. Así que despierta, Bambi, que el bosque se quema. Algo parecido ocurre con la Estación de San Glorio. Quizás el proyecto pueda tener un fuerte impacto ecológico pero sin él la Montaña Oriental de León se muere. Es muy fácil ser ecologista de salón cuando no se ve como, día a día, nuestros pueblos languidecen. Es necesario, y aquí las Administraciones tienen que ser responsables y realistas, marcar prioridades y, sinceramente, me preocupan más los puestos de trabajo que los osos.
La segunda idea es que las Administraciones Públicas parecen siempre más interesadas, y mejor dispuestas, en traer empresarios de fuera que en conservar a los que tenemos. A este paso los empresarios dinámicos y comprometidos con su tierra van a acabar siendo, en León, una especie en peligro de extinción, y no ciertamente protegida. Nos preocupamos de atraer empresas foráneas ofreciendo suelo, otorgando subvenciones, creando agencias, institutos y oficinas de desarrollo, etc. y me parece bien. Pero mientras nos dedicamos a poner trabas y obstáculos a nuestros empresarios de toda la vida, que se pasan años tramitando licencias, reclamando polígonos o pidiendo que se mejoren las infraestructuras.

Por último me gustaría comentar que en León parece que no hemos sabido reconocer el valor de la minería, su impacto social y económico en la provincia. Así, una de las claves de la fortaleza del sector inmobiliario en León, a nadie se le escapa, son los prejubilados de la minería. Y me atrevo a decir que desde la capital siempre hemos visto el mundo de la minería como algo lejano, extraño, hasta molesto, a diferencia de lo que ha sucedido tradicionalmente en Asturias. Quizás es que la Mina de La Camocha está a cinco kilómetros del casco urbano de Gijón, y esto acaba pesando en el imaginario colectivo o quizás es que, para que engañarnos, los capitalinos (de León) siempre hemos sido un poco estirados.

Ayer mismo Ángel Villalba, el candidato socialista a la Junta de Castilla y León, abría la campaña electoral presentando su apuesta por el carbón como una de las claves de su programa. Me parece la línea correcta, aunque coincidirán conmigo que es muy fácil prometer cuando se tiene ciertamente complicado llegar a gobernar los destinos de la Comunidad.

Me pregunto si hay futuro para las comarcas mineras. Y me temo que, a pesar de todos los millones del Plan Miner, si no existe una voluntad política clara de afrontar y solucionar los problemas, y volviendo al maestro Ford, qué verde, y que vacío, se va a quedar mi valle.