28 de diciembre de 2007

Nos vemos en el camino

Como todos los años ya estamos en Navidad. Y, como desde hace tiempo, la caprichosa Fortuna pasó por León en forma de sorteo de la Lotería sin detenerse apenas. Entonces surgen todas esas expresiones tan oportunas como poco sinceras y decimos que “no hay mejor lotería que el trabajo y la economía” o que “por lo menos tenemos salud, que es lo importante”. Resumiendo: “que el que no se consuela es porque no quiere”. Si seguimos divagando, nos percatamos de la intensa presencia del azar en nuestras vidas. Así, cuando la Lotería cae en esa Farmacia a la que siempre vamos pero a la que, por el mismo azar en forma de catarros infantiles, hace tiempo que no acudimos. Sigues haciendo conjeturas sobre el futuro que pudo ser y no fue, sobre lo que fue posible, o simplemente probable, pero que ya no sucederá jamás. En el fondo, todos somos conscientes de que, en muchas de nuestras grandes decisiones, (la carrera elegida, el trabajo del que vivimos, etc.) el azar ha estado mucho más presente de lo que de lo que nos gusta creer. Sobre el particular recomiendo leer esa magnífica obra de teatro de Edgar Neville titulada “La vida en un hilo”, que el mismo autor (otro gran olvidado de la cultura oficial) llevó a la pantalla y que plantea estos inquietantes y sugerentes interrogantes.

Pero, más que del azar y sus insospechados efectos, quiero hablar de la Navidad, que un año más ha vuelto para que nos reencontremos con todos los tópicos con los que, en realidad, nos sentimos tan a gusto. Ya estamos en Navidad y Papá Noel ya aterrizó con sus renos en el instante preciso para que los niños puedan disfrutar de sus regalos durante todas las vacaciones. Y ya tenemos la capital de la provincia iluminada –es un decir- con las luces navideñas, tan tristes y desvaídas que recuerdan un poco a la serie “Cuéntame”, como dice mi admirada Ángela Domínguez. Ya han llegado las cenas de empresa, las funciones en el Colegio, las veladas familiares, el mensaje de Su Majestad apelando a la unidad de todos los españoles, los recopilatorios, las felicitaciones, las grandes palabras y los mejores deseos.

En el fondo la Navidad sigue siendo la de toda la vida, ese momento del año que nos reconcilia con los rincones dorados de nuestra infancia, aunque algo haya cambiado o se haya adaptado, con mayor o menor fortuna, a las exigencias de los tiempos modernos. Ahora las felicitaciones ya no viajan por correo sino que circulan en forma de SMS, tan originales y sorprendentes –algunos- como lucrativos para las empresas de telefonía móvil, que facturaron por este concepto 1.655 millones en el año 2.006. La televisión ya no ordena ni condiciona nuestras vidas y nuestros momentos de ocio, probablemente para bien, y tenemos que rebuscar entre las películas de Disney y los videos familiares para volver a disfrutar de esa joya llamada “Qué Bello es vivir” y llorar un buen rato con James Stewart y nuestros viejos amigos de Bedford Falls. Aunque en algún momento quizás pensemos que esa maravilla dirigida por Frank Capra es sólo una película y que, en el mundo real, George Bailey hubiera aceptado la oferta de Mr. Potter y acabaría trabajando en su imperio inmobiliario y cerrando su vieja compañía de empréstitos.

La Navidad es época de buenos deseos para el año venidero: apuntarse al gimnasio, aprender inglés, estar más tiempo con los hijos y tantos otros que repetimos todos los años, convencidos de que esta vez nuestras intenciones se acercarán un poco más a la realidad. Quizás ésta sea una buena ocasión para que nuestros políticos expusieran también sus mejores propósitos para el año que comienza: ser sinceros con los electores, no derrochar el dinero de los contribuyentes, buscar el consenso antes que el enfrentamiento, trabajar pensando en el bien de todos los españoles y tantos más. Quizás sea pedir demasiado, pero es tiempo de Navidad, y los milagros pueden suceder más allá de los límites de Bedford Falls.

La Navidad es el momento para disfrutar de los nuestros y para valorar, alejados del ritmo acelerado de nuestra vida moderna, todo aquello que tenemos. Volviendo a “Qué bello es vivir” todos, aunque no nos demos cuenta, hacemos algo para que la existencia de aquéllos con los que convivimos sea un poquito mejor. Y, por eso, y como decía Clarence -el ángel de la película-, todas nuestras vidas son muy importantes y cuando alguien falta deja un vacío muy grande e imposible de llenar.

Para el próximo año 2.008, y para todos los sucesivos, les deseo prosperidad, salud y toda la suerte que se merecen. Felices Navidades para todos. Como canta el Sueño de Morfeo, el grupo favorito de mi hija Julia: “nos vemos en el camino, que queda por recorrer”.

12 de diciembre de 2007

El Titanic navega por el Bernesga

En 1.997 James Cameron llevaba a la gran pantalla la historia del R.M.S. Titanic, el mayor barco de pasajeros de su tiempo y, a la vez, símbolo del lujo y la prepotencia de una época. El buque, calificado como insumergible, chocó con un iceberg en su viaje inaugural, un 14 de abril de 1.912, y acabó su historia en las gélidas aguas del Atlántico Norte, llevándose con él la vida de más de 1.500 de sus 2.224 pasajeros. En la película, en mi particular opinión, brillaba más la enigmática y perturbadora belleza de Kate Winslet que todos los efectos visuales a los que el cine moderno nos tiene acostumbrados, pero sí quedaba reflejado el espíritu alegre, insolente y despreocupado de aquellos días.

Viene esta metáfora a cuento de la situación económica del Ayuntamiento de la capital y de su Plan de Salvación Económica. Un Plan de Salvación que hasta ahora sólo se ha traducido en una subida de impuestos y en la contratación externa de un estudio para saber qué hay que hacer (vale 168.000 euros el estudio, por cierto). Me asaltan las dudas. No me creo que no haya nadie en el Ayuntamiento, entre 2.000 trabajadores, que no sea capaz de encontrar soluciones. Otro apunte: si no saben cómo resolver la “crisis financiera” ¿para qué se presentan a las elecciones? Yo en mi casa, por ejemplo, no me ofrezco para arreglar persianas, porque me encuentro incapaz de tan singular tarea, aunque mi suegro haya intentado adiestrarme en esa técnica doméstica que a mí me parece cosa de magia.

Puedo comprender una subida de impuestos, pero siempre que vaya acompañada de medidas de ahorro y de la racionalización de ese gasto. Como decía José Borrel en sus brillantes tiempos de Secretario de Estado de Hacienda, la presión fiscal se justifica por la legitimidad del gasto y la política consiste en asignar recursos escasos a necesidades múltiples. En esa elección, fuera de oropeles y electoralismos, es donde reside, y se conoce, la auténtica talla de un político, que no deja de ser un administrador del dinero de los contribuyentes.

Y aquí tropezamos con uno de los problemas. El Ayuntamiento tiene que destinar sus recursos a aquello que sea más importante para los ciudadanos. Me puede parecer perfecto que se sufraguen cursos de Tai-chi o clases de leonés, pero siempre que queden cubiertas lo que podemos llamar las necesidades básicas de una ciudad moderna: servicios públicos, obras, tráfico, etc. Hay que marcar prioridades y no se puede vivir por encima de nuestras posibilidades, y esta regla es aplicable tanto a una familia como a un Ayuntamiento.

Un ejemplo: no discuto la gran apuesta o la envergadura de ese Titanic llamado Palacio de Congresos de la Azucarera. Pero pagar 5 millones de euros a Perrault por la redacción del proyecto cuando los proveedores del Ayuntamiento no pueden cobrar sus facturas me parece igual que comprarse el Amazona de Loewe (un bolso que es lo más según las expertas) cuando tienes problemas para llegar a fin de mes y te van a cortar la luz por impago. Y en el caso del Ayuntamiento de León, desgraciadamente, esto último no es una metáfora.

Y entramos en la otra gran cuestión, el exceso de plantilla. Decía hace algunas semanas que para hacer tortilla hay que romper los huevos. La frase no es mía, y se atribuye a Carlos Solchaga, Ministro de Industria en el primer gobierno de Felipe González y uno de los artífices de la reconversión industrial. Una reconversión dura, traumática, quizás injusta en ocasiones, que dejó a miles de personas en el paro, pero que permitió que España entrara en una época de crecimiento que ha llegado hasta nuestros días. Seamos claros: la reconversión de una empresa se hace para, recortando personal, asegurar la viabilidad de la misma y el empleo del resto de los trabajadores. Y un Ayuntamiento no es algo muy diferente. Existe la creencia de que el Ayuntamiento no puede quebrar, pero también se pensaba que el Titanic era insumergible.

Hay dos formas de asegurar el desastre: una es pedir lo imposible y otra es retrasar lo inevitable. Cuanto más se tarde en tomar las medidas que todos sabemos, tan necesarias como impopulares, más cerca estaremos de hundirnos. Y las soluciones pueden ser duras pero están ahí: recortar plantilla, reducir gastos, fijar prioridades, vender patrimonio. Incluso subiendo impuestos, pero no acepto que la única medida posible sea castigar el maltrecho bolsillo de los contribuyentes.

Esta claro que el Titanic navega por el Bernesga, con Francisco Fernández gritando “soy el rey del mundo” estilo Leonardo di Caprio mientras el Ayuntamiento se encamina a toda máquina hacia el desastre. Y esta vez, me temo, tampoco hay botes salvavidas para todos.

8 de diciembre de 2007

Enrique V

Este es el día de la fiesta de San Crispín" —dice el rey a sus tropas— "el que sobreviva a este día volverá sano y salvo a sus lares, se izará sobre las puntas de los pies cuando se mencione esta fecha, y se crecerá por encima de sí mismo ante el nombre de San Crispín. El que sobreviva a este día y llegue a la vejez, cada año, en la víspera de esta fiesta, invitará a sus amigos y les dirá: «Mañana es San Crispín». Entonces se subirá las mangas, y, al mostrar sus cicatrices, dirá: «He recibido estas heridas el día de San Crispín». Los ancianos olvidan; empero, el que lo haya olvidado todo, se acordará todavía con satisfacción de las proezas que llevó a cabo en aquel día. Y entonces nuestros nombres serán tan familiares como los nombres de sus parientes... serán resucitados por su recuerdo viviente y saludable con copas rebosantes. Esta historia la enseñará el buen hombre a su hijo, y desde este día hasta el fin del mundo la fiesta de San Crispín nunca llegará sin que a ella vaya asociado nuestro recuerdo, el recuerdo de nuestro pequeño ejército, de nuestro feliz pequeño ejército, de nuestro bando de hermanos; porque el que vierte hoy su sangre conmigo será mi hermano; por muy vil que sea, esta jornada ennoblecerá su condición y los caballeros que permanecen ahora en el lecho de Inglaterra se considerarán como malditos por no haberse hallado aquí, y tendrán su nobleza en bajo precio cuando escuchen hablar a uno de los que han combatido con nosotros el día de San Crispín".