17 de mayo de 2011

La fiesta de la democracia

Algún espíritu iluminado y un poco pedante debió proclamar, en los albores de la Transición, que las elecciones eran la fiesta de la democracia. La expresión hizo fortuna y se ha convertido en un tópico similar a aquéllos que dicen que la única encuesta que sirve es la de las urnas, que el fútbol es así o que madre no hay más que una y a ti te encontré en la calle (o en un bar de copas, según los casos).

Pero lo que cada vez es más insufrible son las campañas electorales. Son tediosas, poco imaginativas, rutinarias y pensadas, se diría, para los seguidores de los partidos, que acuden a los mítines y se fotografían con sus líderes. Aunque los fieles, como norma general, ya tienen decidido su voto. También son algo ruidosas, y en León tenemos –por ejemplo- al autobús de la UPL aparcado en la calle República Argentina dando la lata con la música a todo trapo.

Aunque este circo electoral tiene un componente mágico, no cabe ninguna duda. Para empezar, los políticos se vuelven campechanos, se visten de sport -o lo que ellos creen que es sport- y se confunden con el pueblo llano. Realmente, cuando deberían hablar con los ciudadanos es antes de hacer las leyes, y no con la legislatura agotada, pero ellos son así. También son atacados por el indómito espíritu de la locuacidad, y su verborrea les hace prometer cosas imposibles, como miles de empleos o bajadas los impuestos, de las que se olvidarán unas horas después de que se cierren los Colegios Electorales. Y adquieren extraños poderes, como el don de la ubicuidad, que les permite hacer el indio en varios lugares de forma casi simultánea.

Las campañas electorales consiguen lo que al Doctor Fausto le costó su alma, y vemos a candidatos rejuvenecer de forma milagrosa. Desconcierta observar sus sonrosados rostros en vallas y carteles, libres de arrugas, ajenos al paso del tiempo. Quizás realmente han vendido su alma, pero no, como Fausto, para obtener el amor de Margarita, sino por ese puñado de votos que garantiza su supervivencia. Y ahora Mefistófeles actúa a través del Photoshop. Ya se sabe, las nuevas tecnologías se utilizan hasta en el infierno.

Las elecciones serán la fiesta de la democracia, pero menos mal que son cada cuatro años. Estas semanas son insoportables.

11 de mayo de 2011

El futuro ya está aquí

En 1968 el gran Stanley Kubrick sorprendía al mundo con ‘2001, una odisea espacial. Aunque no quedaba muy claro qué demonios era aquello del monolito todos quedamos deslumbrados por sus imágenes y será difícil olvidar el majestuoso baile de las naves espaciales al ritmo del Danubio Azul.

Más allá de sesudas discusiones sobre el mensaje de la película, quedaba claro que su verdadero protagonista era Hal-9000. Hal es un supercomputador, encargado de controlar el funcionamiento de la nave espacial, que enloquece y va eliminando a los miembros de la tripulación hasta que finalmente es desconectado, en una memorable escena, por el último astronauta, David Browman. Muchos pensarán que todo es ciencia ficción pero yo no estoy tan seguro. Pienso realmente que Hal ya habita entre nosotros y un reciente hecho cotidiano confirma mi tesis.

Hace unos días, aparentemente, yo había perdido mi móvil, peripecia que suele acontecerme con relativa frecuencia y que provoca la lógica desesperación de mi mujer. Con objeto de inhabilitar el terminal marco el número de Telefónica y allí me responde una voz femenina, metálica y profesional, que me va preguntando cuestiones tales como el motivo de mi llamada, mi documento de identidad o mi número de teléfono. Finalmente, tras cinco minutos de conversación con el sistema, mi móvil queda suspendido sin que, en ningún momento, yo llegara a hablar con persona alguna al otro lado de la línea. El nuevo Hal-9000 se encargó de resolver la incidencia de forma tan eficiente como impersonal.

Y de la ciencia ficción llegamos a la economía, que no dejan de ser primas hermanas. Ya sé por qué Telefónica despedirá al veinte por ciento de su plantilla mientras incrementa beneficios y sus directivos se embolsan millones de euros. Están sustituyendo a su personal por ordenadores, que trabajan sin interrupción, no piden mejoras salariales y no tienen vacaciones. Lo que ignoran los jerarcas de la multinacional es que, algún día, sus ordenadores comenzarán a pensar por sí mismos y decidirán dirigir la Compañía. No quisiera perderme a César Alierta, Presidente de Telefónica, levitando en su despacho mientras intenta desacoplar los circuitos del nuevo Hal-9000. Una pena que Kubrick no esté ya aquí para filmarlo.