26 de septiembre de 2010

El huelgón

No sé si podré dedicar mucho tiempo a esta columna porque estoy negociando con mi suegra los servicios mínimos y las posiciones de las partes parecen inamovibles. La cuestión surge porque un iluminado proclamó, hace unos días, que los abuelos tenían que negarse a cuidar a los nietos el 29-S, y me ha estallado un conflicto colectivo de consecuencias imprevisibles. No me explico cómo España, con lo ocurrentes que somos, sigue a la cola de Europa en innovación. Será que utilizamos nuestro indudable talento de forma errática.

El disparate de la ‘huelga de abuelos’ demuestra que lo que pretenden los sindicatos es hacer una demostración de fuerza y paralizar el país. No me parece mal, y vaya por delante que estamos ante un derecho fundamental. Pero, siendo serios, todos sabemos que el éxito de la huelga dependerá de la actuación de los ‘piquetes informativos’ (brillante eufemismo, qué duda cabe) y de la mayor o menor complacencia del Gobierno. Es decir, del esfuerzo que haga para garantizar otro derecho fundamental, el de aquéllos que quieren trabajar. Me da la impresión que vivimos un cierto teatro: los Sindicatos quieren cubrir el expediente y Zapatero tenerlos más o menos calmados.

A mucha gente, además, los motivos de la huelga ni le afectan. A un parado, que se rebaje el coste del despido a 33 días le importa un bledo, lo que quiere es trabajar y tener un salario digno. Y más quisiera el autónomo, a quien el piquete ‘informa y asesora’ para que su comercio o su bar se sumen a la huelga, que le indemnizaran cuando las pérdidas le fuerzan a cerrar el negocio.

Porque la huelga, en definitiva, lo único que hace es empobrecer aún más el país. En la formulación marxista la huelga no sólo es un instrumento de lucha, sino un medio de recobrar la plusvalía, el sobrevalor que genera el trabajo y que acumula el capitalista. Pero, en un panorama de empresas en pérdidas y sectores improductivos, no veo muchas plusvalías que rescatar.

Termino ya porque mi suegra me acaba de enviar un burofax con la última oferta: el transporte de los niños al cole se incluye en los servicios mínimos, pero que me busque la vida para llevar a mi hijo Andrés al oftalmólogo. Sólo me falta ver a Paco, mi suegro, en un piquete. La tensión se masca en el ambiente.

19 de septiembre de 2010

¿Dónde está Indiana?

Uno de mis héroes favoritos, en tiempos pretéritos, era Indiana Jones. Y no sólo porque sus películas nos recordaban al cine de siempre, sino porque Harrison Ford era un aventurero con sentido del humor y con inquietudes culturales. Indiana no se enfrentaba a los villanos para defender el mundo libre como hacía James Bond, sino para rescatar tesoros arqueológicos y que pudieran exhibirse en los Museos. Recuerdo que, en la tercera entrega de la saga, uno de los villanos le comenta ácidamente que el que tenía que estar en un Museo era Indiana, pero todos sabemos que los malos del cine son más ocurrentes que los del mundo real.

Indiana y yo nos hemos hecho mayores, cada uno a su manera. Él se casó con Ally McBeal y yo con una chica de la Montaña Oriental; él se ha puesto pendiente y yo un tatuaje con el nombre de mis hijos. Pero, desde que me enteré que Fomento quiere sepultar parte de las ruinas de Lancia para hacer la Autovía a Valladolid espero ansioso su regreso para que ponga a Pepiño el Terrible en su sitio.

Ni yo, ni los más de ocho mil internautas que desde Internet apoyan que se respete Lancia, estamos en contra del progreso. Pero las carreteras no deben hacerse a costa de destruir nuestra historia. El yacimiento, declarado Bien de Interés Cultural hace más de diez años, vive en el más absoluto de los olvidos, pero los datos indican que estamos ante restos de gran valor arqueológico, una antigua ciudad romana que llegó a tener más de treinta mil habitantes. Sin embargo, a ninguna Administración le ha parecido una prioridad ocuparse de ella. Lo terrible de todo es que, si se ejecuta la Autovía como está proyectada, una parte de nuestro pasado quedará, de forma irreversible, enterrado para siempre.

Uno se hace preguntas. Por qué se eligió ese trazado para la A-60, por qué nunca se ha dedicado tiempo y dinero a investigar las ruinas, por qué a nuestros representantes todo esto les importa un comino. No se percatan que, incluso desde un punto de vista económico, estamos ante un recurso turístico excepcional. Con bastante menos en cualquier parte del mundo te montan un Parque Temático.

Pero, desgraciadamente, la Historia -y Lancia es parte de nuestra Historia- no vota en las elecciones. Mi única esperanza es Indiana.

12 de septiembre de 2010

Candidatos

En el Bierzo, que en ocasiones son más adelantados, o visionarios, que en León, han decidido que el candidato del PSOE a la Alcaldía de Ponferrada sea un arquitecto, Samuel Folgueral que, entre otros méritos y características, tiene el de no ser afiliado al partido. Probablemente lo que se busca con un independiente es alguien que aporte una experiencia, una visión distinta –más cercana a la realidad- o un conocimiento del que puede carecer el político profesional, aclimatado únicamente a subsistir en ese extraño ecosistema que son las estructuras de los partidos políticos. Pero endosar a alguien, que no deja de ser un extraño, la responsabilidad de encabezar una lista electoral puede ser una estrategia cercana al despropósito. Es como si, a la hora de lanzar un penalty, el entrenador prescindiera de sus delanteros y encomendara a un simple aficionado que contempla el partido la delicada tarea de ejecutar la pena máxima. Una cuestión es que los políticos se percaten de que los ciudadanos no confiamos en ellos y otra que ni siquiera ellos se fíen de los de su propia especie.

Pero esos extraños movimientos no sólo suceden al otro lado del Manzanal sino que en León, al parecer, el Partido Popular anda buscando desesperadamente el candidato de oro que pueda aglutinar sus huestes de cara a los comicios municipales del año 2011. Ayer mismo Nuria Alonso preguntaba lúcidamente en estas páginas si es que no existían afiliados en el PP que pudieran asumir ese papel. Pero a nadie se le escapa que el mejor candidato que pueden presentar, y el de mayores posibilidades de éxito, tiene nombre y apellido y se llama Cecilio Vallejo. Alguien que despierta simpatías (es decir, votos) incluso en ciudadanos ideológicamente alejados del PP, la tierra de nadie donde se ganan las elecciones.

Otra historia distinta es que, con tal de excluir de la carrera electoral a Vallejo la cúpula del PP -esto es una metáfora- sea capaz de resucitar a Kennedy. Pero los experimentos pueden tener resultados insospechados y, con frecuencia, peligrosos. Aconsejo la lectura del Frankenstein de Mary Shelley. Y, como interpela el Monstruo, Robert de Niro, al Doctor Frankenstein en la película de Kenneth Brannagh: ‘¿meditaste alguna vez sobre las consecuencias de tu acción?

6 de septiembre de 2010

Un tranvía con vida propia

El otro día leía, entre el estupor y el asombro, que las Juventudes Socialistas de León iniciaban una campaña para convencer al pueblo soberano de las ventajas del tranvía. Y digo esto porque, en mi profunda ingenuidad, barruntaba yo que las preocupaciones de los jóvenes socialistas iban más por el paro, la precariedad en el empleo o la maldición del mileurismo. Pero no, parece que el tranvía de León, a modo de bálsamo de Fierabrás, es capaz de curar todos nuestros males. Y algunos, parece, están perdiendo los papeles. Así, un frente común de asociaciones de vecinos denuncia una conspiración de la Junta para hacer fracasar el proyecto-estrella, o estrellado, de Paco-tranvías. Pero, sinceramente, no me imagino al Delegado Territorial tomándose una Coca-Cola mientras medita como torpedear ese invento de la posmodernidad.

Se me ocurre la hipótesis de que el tranvía, por algún hechizo misterioso, ha tomado vida propia y consigue apoderarse de las voluntades de los ciudadanos y alterar sus comportamientos. Es decir, como las espadas legendarias que aparecen en las Memorias de Idhún, el libro de Laura Gallego que estoy leyendo por recomendación de mi hija Julia.

Y hay un tema de importancia que conviene precisar. Los defensores del tranvía pregonan que, si no se ejecuta, perdemos los fondos con los que contribuye el Gobierno. Pero el argumento es falso: si el Gobierno aporta 70 y los leoneses el resto hasta 150, nos sigue costando dinero algo que no necesitamos, y eso con independencia de que hay que sufragar el mantenimiento y arrasar Santo Domingo. Es lo que se conoce como la teoría de la subvención de lo inútil o la rebaja del producto superfluo. Como me pagan la mitad de algo lo compro, aunque no lo necesite. Es como si me voy a las rebajas y me endosan un aparato para cazar leones en Las Médulas, aunque en Las Médulas no haya leones pero, claro, estaba a mitad de precio y no podía dejar pasar esta oportunidad de adquirir el artefacto.

Me temo que lo próximo que nos dirán desde el Ayuntamiento es que Herrera se ha aliado con Ashram el Nigromante (uno de los villanos de Memorias de Idhún) para dinamitar el Titanic ese de la Azucarera conocido como Palacio de Congresos. Es que son muy malos, y nos tienen envidia.