28 de septiembre de 2008

UPL a la deriva

Debo reconocer que me ha sorprendido la decisión del Comité Ejecutivo de la UPL, que esta semana decidía suspender de militancia a los díscolos Joaquín Otero, Héctor Castresana y Luis Herrero Rubinat. Los motivos, entre otros, se centran en la indisciplina de estos tres mosqueteros, que decidieron abrir una oficina parlamentaria por su cuenta, pero no cabe duda que asistimos al penúltimo capítulo de la aguda crisis que los leonesistas atraviesan en los últimos tiempos.

Y me ha sorprendido, por una parte, la dureza de la sanción (más que una suspensión es un despido) y, por otro lado, el “optimismo” que revela. ¿Creen seriamente que, cuando se cumplan los cuatro años de suspensión impuestos a Joaquín Otero, seguirá existiendo el partido? Tan largo me lo fiáis, que diría Don Juan Tenorio. O mucho cambian las cosas, o dentro de cuatro años, la UPL sólo existirá en las hemerotecas.

Los problemas de UPL vienen de lejos, y se manifestaron ya en la escisión protagonizada por quien otrora fuera su dirigente más caracterizado, el inefable Rodríguez de Francisco. Pero me atrevo a opinar que tienen raíces más profundas: su cambiante política de alianzas y su indefinición ideológica.

Mientras UPL sólo protestaba o reivindicaba, con más o menos fundamento, su protagonismo, incluso su utilidad social, parecían claros. El problema surge cuando decide entrar en gobiernos municipales, primero con el PP, luego con el PSOE, en unos sitios con un partido y en otros con el contrario. Y el nudo gordiano es el Ayuntamiento de León, donde en lugar de dejar gobernar al PSOE en minoría decide –eso sí, muy democráticamente- entrar en el reparto de Concejalías. Ya decía Henry Kissinger que el poder es el mayor afrodisíaco que existe.

Y el segundo problema es que UPL sólo se identifica por su leonesismo, que es su única ideología. Ciertamente los esquemas de izquierda y derecha pueden estar parcialmente superados pero un partido debe ser algo más que una lista de reivindicaciones y agravios y debe proponer un modelo de organizar la sociedad. En el caso de los leonesistas la cuestión se agrava porque -es una percepción personal- su electorado procede mayoritariamente de lo que podríamos llamar “derecha social”, y el pacto con el Partido Socialista se ve como un matrimonio de mucha conveniencia. Y otra vuelta de tuerca se produce cuando Francisco Fernández, el alcalde de la metrópoli, se postula abiertamente como el más leonesista de todos.

La nave leonesista navega a la deriva, negros nubarrones se ciernen sobre su futuro y los castigos ejemplares de esta semana abren una nueva vía de agua. ¿Habrá botes salvavidas para todos o pasará como en el Titanic? Veremos.

El Juez Quirós

El pasado sábado, 19 de julio, fallecía José Rodríguez Quirós, Presidente que fue de la Audiencia Provincial, Magistrado de dilatada trayectoria, profesor y persona que siempre acuñó un singular protagonismo en la vida social de León. Fui alumno suyo hace más de veinte años (como diría Gil de Biedma, ahora que de casi todo han pasado veinte años) y siempre le profesé una gran admiración, aunque no le tratara de forma muy cercana. Sí me consta que mi padre y él se tenían un gran afecto, y Quirós me comentaba que ambos tuvieron el honor de ser galardonados, en años sucesivos, con ese bonito título que es el de Pastor Mayor de los Barrios de Luna. Imagino que ahora mi padre y Quirós se habrán vuelto a encontrar y estarán hablando de los viejos tiempos de la Escuela de Graduados Sociales y de otros asuntos más variopintos. Bueno, imagino que sobre todo hablará Quirós, pero cada uno expresamos nuestros cariños de nuestra particular manera.

La muerte siempre duele, siempre entristece, pero cuando llega de forma traicionera, sin previo aviso, además, nos desgarra y desconcierta. Ha pasado con la muerte del Magistrado Quirós, la gente comentaba que le había visto el jueves en Las Lleras, que había hablado con él hace unos días y esas referencias que nos recuerdan la fragilidad de la vida humana. Hoy estamos, pero mañana quién sabe dónde iremos.

Javier Chamorro, el vicealcalde, que le conocía bien, ha dicho que Quirós era la mejor cabeza jurídica de León. Probablemente tenga razón, pero hay otro rasgo del Magistrado Quirós que me gustaría resaltar y es su cercanía, su sencillez, su profundo conocimiento de la naturaleza humana. Para impartir justicia no sólo se requiere ser justo y sabio, que Quirós lo era, sino que también es necesario comprender las pasiones y los impulsos de las personas y la naturaleza de los conflictos sobre los que tiene que decidir. Quirós era muy lejano a esos jueces-estrella que aparecen en los medios de comunicación, iluminados tan solo por el fulgor mediático y cuyas sentencias y autos se fabrican con mucho esmero jurídico pero solamente para la galería.

Quirós estaba adornado de una virtud esencial en un Juez: la capacidad de ver el fondo de la cuestión, la clave jurídica. De la misma forma que los árboles no te dejan ver el bosque en ocasiones es difícil, entre los recovecos semánticos y los regates jurídicos que utilizamos los abogados, decidir donde está la verdad. Sin embargo Quirós sí sabía encontrar, entre la hojarasca que rodea todo proceso judicial, la llave que abre la puerta de la justicia.

Descanse en paz, Magistrado, muchos le recordaremos. Lo cierto es que, sin el Juez Quirós, León se queda un poco más vacío.

Martinsa o el fin de una era

La crisis de la inmobiliaria Martinsa-Fadesa ha sacudido los cimientos (nunca mejor dicho) del sector y algunos ven en la suspensión de pagos de la empresa un aviso de los tiempos tenebrosos que se avecinan, tras casi una década de frenesí constructor que a todos, analistas o profanos, nos tenía un tanto desconcertados.

Ahora todo el mundo dice que se venía venir, que se hacían –y se vendían- demasiadas viviendas, a pesar del incremento de los precios por encima del 10 por ciento cada año, y otros sesudos análisis -a toro pasado, claro- para explicar las causas que nos han llevado a una situación extremadamente delicada. Yo, particularmente, debo reconocer que me equivoqué en mis predicciones. Pensaba que el cambio de ciclo llegaría antes (hacia 2.005) pero también que el aterrizaje sería bastante más tranquilo, y no una caída en barrena.

Intentaré explicarlo con una metáfora. Aunque todos hablaban de la burbuja inmobiliaria (que nunca estallaba) yo veía la escalada del sector de la construcción como un globo. Cuando estuviera bastante hinchado, empezaría a desinflarse suavemente hasta alcanzar las proporciones que el mercado exigía. Pero en lugar de ir soltando aire poco a poco alguien (¿esa mano invisible de la que hablaba Adam Smith?) decidió seguir soplando. Y claro, todo tiene un límite. Un dato: durante los primeros años de la década se iniciaban unas 500.000 viviendas anuales. En 2.005 ya existía un stock de viviendas suficiente para que el sector levantara el pie del acelerador. Pero no fue así, y en 2.006 y 2.007 proseguía la irresistible ascensión de la vivienda, en número de viviendas construidas y en precio. Resulta escalofriante pensar que en 2.006 se iniciaron más de 900.000 viviendas, cuando la demanda se estima entre unas 300.000 o 400.000 anuales. El mercado dijo basta.

Ciertamente en esta crisis influyen otras muchas causas. Las tensiones inflacionistas o la escalada de los tipos de interés (los tipos bajos son la verdadera clave del boom inmobiliario), pero existen con dos hechos muy claros: hay muchas viviendas y son demasiado caras. También inciden otros factores que tienen que ver con la propia condición humana, o con mecanismos que podemos llamar de ingeniería social. Me explico: mucha gente no compra porque presiente que el precio de la vivienda tiene que bajar (otros no compran porque simplemente no pueden).
Quizás la suspensión de pagos (ahora llamada concurso por esos caprichos literarios del legislador) de Martinsa se deba también a la compra de Fadesa y en efecto gran parte de su deuda procede de esta operación. Pero todos sabemos que los años dorados de la construcción quedan ya en el recuerdo.

Sobre el Manifiesto

El Manifiesto por la Lengua Común, cuyos primeros firmantes me parecen gente “técnicamente bastante respetable” y no sospechosos de ser unos conservadores ultramontanos (Vargas Llosa, Albert Boadella o Fernando Savater, por ejemplo) ha desencadenado una cierta marejada pero ha permitido que el “asunto lingüístico” regrese a la arena política. En León también hablamos de otras cosas, como la fusión de las Cajas o esa Plataforma contra la Crisis, pero tendremos verano y columnas para todos y todas y hoy me apetece hablar del Manifiesto. Ya sé que no soy original pero es que ni siquiera lo pretendo.

Algunos critican la iniciativa por el hecho de que haya sido promovida por El Mundo o que la apoyen partidos como el PP o UPyD. Eso forma parte del carácter de algunos políticos de vía estrecha, que piensan que sólo ellos custodian la razón. Pero las ideas son buenas o malas, oportunas o peregrinas, en sí mismas, con independencia de su procedencia. Y aquí se trata de defender algo que es de todos y tiene gran pujanza en todo el mundo, salvo en España.

Me parece algo elemental defender cuestiones como que todos tengamos derecho a ser educados o atendidos en la lengua castellana. Lo veo como algo bastante progresista, en cuanto establece un principio básico de igualdad, incluso de solidaridad, entre todos los ciudadanos de una Nación. Los nacionalismos y regionalismos, además de espesos y pesados, me resultan arcaicos y algo reaccionarios.

La raíz del problema está en el modelo territorial y en ese engendro llamado Estado de las Autonomías. Atribuir competencias legislativas, no sólo de gestión, a las Comunidades, es lo mismo que suministrar gasolina a un pirómano. Todo puede ir bien, hasta que se enciende la cerilla. Es más, me atrevo a sugerir que es un error la idea de las lenguas cooficiales. Me parece bien que se promocione un idioma, de la misma manera que se hace con otras manifestaciones culturales. Pero una lengua común sirve para que nos comuniquemos entre nosotros y garantiza, además, una cierta “unidad de mercado”. Utilizando una metáfora tecnológica podemos decir que un idioma es el sistema operativo de una sociedad.

Un idioma común no deja de ser una herramienta de progreso, un instrumento para competir, crecer e innovar. El dominio de Estados Unidos se basa no sólo en la supremacía militar, sino en una lengua común –y oficial- que ha servido para cimentar una potencia económica, científica y técnica. Una pregunta y volviendo a las nuevas tecnologías: ¿Sería lo que es Microsoft si la lengua cooficial en el Estado de Washintong, marginando al inglés, fuera el navajo o el sioux?

Naturalmente yo también he firmado el Manifiesto.

Retorno a la realidad




Tras la hermosa victoria de nuestra Selección en la Eurocopa, tras la euforia desatada –y merecida- en todo el país, nos toca regresar a la realidad, dura e incierta, en la que nos tenemos que mover cada día. Y una de las noticias de esta semana ha sido el avance del Plan de Movilidad (el PMUS) que ha presentado el Concejal de Urbanismo del Ayuntamiento de León.

Es verdad que este primer año de legislatura municipal todo ha parecido pivotar sobre dos grandes cuestiones: la subida del IBI y el “tema del personal”. Pero también es cierto que el equipo de gobierno empieza a centrarse, o a movilizarse ya que hablamos de movilidad, en aquellas cuestiones que en verdad preocupan a los ciudadanos.

Se podrá estar o no de acuerdo con algunas de las decisiones que se han adoptado o se proyectan. Sobre el PMUS opino que hacen falta aparcamientos, en el centro y no sólo en la periferia (una pregunta ¿a qué llamamos periferia?). Pero nadie podrá negar la valentía del Ayuntamiento al afrontar lo que podemos llamar los problemas reales. La deuda municipal es uno de ellos, pero esto de la movilidad (lo que los profanos llamamos tráfico) es otro. Resulta inquietante que en León se consuman más de 46 millones de litros de combustible al año, y que sólo el 5 por ciento de los desplazamientos se hagan en transporte público. Puede existir una explicación sociológica y es que en León nos consideramos muy señoritos para movernos en autobús y el automóvil, entre otras cosas, no deja de ser un símbolo del status alcanzado.

No sé si el Plan de Movilidad resolverá todos los problemas, pero al menos los pone sobre la mesa, y abiertos al debate público. Y me parece muy saludable que los políticos tengan los pies en la acera. Hablando de aceras, en abril escribía yo que lo mejor que podía hacer el Ayuntamiento por los Héroes Leoneses era reparar la calle que lleva su nombre (el de los Héroes, precisaba) y que tenía, como otras muchas, las aceras bastante maltrechas. Para mi alegría y, he de reconocerlo, también para mi sorpresa, esta semana la estaban arreglando. Descarto que haya una relación causa-efecto (ni soy tan petulante ni me creo tan influyente) pero tengo que felicitar al Ayuntamiento y a la Concejalía de Obras. Que sigan en esa línea. Me parece esencial que nuestros munícipes se preocupen de la gestión diaria de la polis, y que no se abandonen confiados a los grandes proyectos que nos pueda traer Zapatero, a modo de primo de Zumosol. Porque la ciudad del futuro se construye cada día y todos somos parte de ella y tenemos algo que decir. Ciertamente, desde el día en que España se coronó reina de Europa en el Ernst Happel de Viena estoy realmente épico.

1 de septiembre de 2008

Sí, podemos (28/06/2008)


Yes, we can, es el lema electoral que Barack Obama, el candidato demócrata a la Presidencia de los Estados Unidos, ha asumido como frase-fetiche de su campaña electoral. El mensaje tiene mucho que ver con la idea de que hay una forma distinta de gobernar un país y también de hacer política y de comunicar con los ciudadanos. La personalidad, el carácter y el entusiasmo que despierta Obama nos conectan directamente con la “nueva frontera” de Kennedy y abren la esperanza de un futuro mejor en América y en el mundo.

Este lema también ha sido adoptado por la cadena televisiva (Cuatro) que retransmite en exclusiva (por cierto ¿dónde quedó aquello del interés general del que hablaba Álvarez Cascos?) la Eurocopa de Fútbol. Personalmente echo de menos las retransmisiones de la Sexta y aquella frase famosa de Andrés Montes de que “la vida puede ser maravillosa”, pero lo cierto es que la consigna “Podemos” ha enganchado a la afición y viene a incidir en que no hay que abandonarse a la resignación y al victimismo y que tenemos en nuestra mano la posibilidad de cambiar las cosas.

El brillante papel de la Selección Nacional en la Eurocopa de fútbol, una mezcla explosiva de calidad y motivación, confirma claramente que el espíritu de superación nos permite crecer y ganar, y esta idea puede aplicarse por igual a un equipo, a una Nación o a nuestra provincia. En tiempos de crisis queda claro que hay que sacar lo mejor de nosotros mismos y que el destino no está escrito en las estrellas sino que es algo que se trabaja día a día. El fútbol no deja de ser una metáfora de nuestro tiempo (aunque sea un juego sometido por esencia a los caprichos de la veleidosa Fortuna) y de la trayectoria de nuestra selección pueden extraerse interesantes consecuencias. Realmente, y como dice Obama, podemos.

Lo cierto es que, si Iker no hubiera parado dos penaltis, ahora todos volveríamos a hablar de los malditos cuartos y hubieran regresado todos nuestros viejos demonios familiares. Pero, por una vez, el fútbol ha sido justo, y ha sabido recompensar a un grupo de jugadores que necesitaban, por encima de todo, creer en sus posibilidades. Superada con solvencia la primera fase, después de la dulce venganza contra Italia y tras noquear a Rusia con una inolvidable segunda parte, nos aguarda Alemania en la gran final. Existen buenas vibraciones y un ambiente de euforia pero, cualquiera que sea el resultado, todos nos sentimos orgullosos de nuestra selección y, también, del hecho de ser españoles.
El domingo puede ser un gran día y el lunes, en lugar de hablar de la crisis o quejarnos del abandono de León, deberíamos decir lo que proclama Obama y demuestra nuestra Selección: Sí, podemos



Nos vamos de Congreso 21/06/2008


La verdad es que esta columna estaba pensada para que yo dirigiera mis atinadas previsiones de analista político a diseccionar las tendencias del Partido Popular en el Congreso de Valencia e intentar vislumbrar algunas claves de cara al futuro de lo que, todavía, es el primer partido de la oposición y, presumiblemente, una alternativa de gobierno. Pero me han dejado ligeramente descolocado. Cuando me pongo a escribir (el viernes por la tarde) parece que todo está ya decidido. Ya se sabe quién será el Presidente, se revela esa incógnita -María Dolores de Cospedal- que se eleva al rango de Secretaria General, y podemos asegurar quién tiene el poder en el Partido, que parece resumirse en esa especie de binomio Rajoy-Arenas. Me temo, en este preciso momento, que me quedo sin artículo. Pero sigamos.

El Partido Popular llegaba a este Congreso con un agudo dilema histórico y en un momento extremadamente delicado. Tenían dos opciones: afrontar sus problemas de frente, e intentar resolverlos, o aparentar una imagen de unidad (la consabida consigna de prietas las filas) y decir que “aquí no pasa nada, la Liga está ganada”. Me temo que Rajoy se ha equivocado en el diagnóstico y ha olvidado (o querido olvidar) que el problema no es el equipo, sino él mismo, que padece una incapacidad casi congénita para convencer a su propio electorado.

Personalmente el autotitulado “Dream Team” que se eleva a la cúpula del Partido Popular (María Dolores de Cospedal, González Pons, Ana Mato o ese fenómeno que es Javier Arenas) me parecen personas bastante competentes y aportan un “soplo refrescante” al Partido. Además desaparece de la escena nacional el tándem Zaplana- Acebes (la versión posmoderna de Abbot y Costello) lo que no deja de ser una asunción de responsabilidades, tardía ciertamente, por los errores cometidos en el pasado. Pero puedo aventurar que, con Rajoy a la cabeza y por mucha crisis que nos azote, el Partido Popular sólo se acercará a la Moncloa de visita y por un breve espacio de tiempo.

Me parece entrañable la alegría y esa imagen de “somos los mejores” y “tiembla, ZP, que tu fin se acerca” que despliegan los compromisarios del PP en el Congreso de Valencia. Pero el mayor error que se puede cometer en política es confundir la realidad con la propaganda. Y hay otro principio que dice que existen dos formas de asegurar el desastre: una es pedir lo imposible y otra retrasar lo inevitable. El Partido Popular pierde en este Congreso la oportunidad histórica de elegir un líder, y un programa, con posibilidades de éxito. No me cabe duda de que Zapatero, el domingo por la noche, dormirá a pierna suelta en La Moncloa y que nada perturbará su sueño.