6 de julio de 2009

El poeta se despide

El pasado 27 de junio fallecía en León Victoriano Crémer. Poeta de dilatada trayectoria, infatigable escritor, brillante articulista pero, sobre todo, una persona que se convirtió, por méritos propios y quizás a su pesar, en una referencia ineludible de la ciudad. Un ejemplo, además, del intelectual comprometido con su tiempo, con su memoria y con la sociedad en la que vive.

Por lo que le pude llegar a conocer sé que Crémer era poco amigo de ceremonias y le incomodaría la pompa y circunstancia que ha rodeado su adiós. Incluso no le haría gracia esta columna, pero me permito la licencia esperando que el maestro me perdone. Este miércoles, en el Diario de León, Susana Vergara comentaba, en un hermoso y sentido artículo, que a Crémer no le importaba lo que dijeran de él así que mejor era que callaran. Pedía que no hicieran como con Chencho, que hasta sus enemigos le escribieron. No me cabe duda de que la anécdota es cierta, pero en todo caso merecería serlo. En León tenemos la ingrata costumbre de arrinconar al vivo y ensalzarlo nada más que le recibe la tierra.

A los poetas no se les honra con aparatosas coronas funerarias o con declaraciones grandilocuentes en los medios. Sólo existe una forma de agradecer la emoción que un día nos hicieron sentir, una forma sencilla y al alcance de todos, y es abrir un libro y rescatar un poema. Yo hoy recuerdo estos versos de su Canción del Obstinado: “¡La lluvia, llamarada que se vierte! / ¡Y el vivir, apretarse a la cintura / el toro irremediable de la muerte!”

Hace algunos años la Diputación de León concedía a Crémer la Medalla de Oro de la Provincia. Con bastante humor el entonces Presidente, Javier García Prieto, se atrevía con un pareado que resumía la intensidad con que Crémer vivía la literatura: “en invierno y en verano, siempre escribe Victoriano”. Por mi parte yo me atrevo a decir que Victoriano seguirá escribiendo cada vez que un lector se asome a sus libros. Porque cada vez que leemos ese poema que nos conmueve se establece una relación especial y sentimos que sus palabras van dirigidas sólo a nosotros. Las letras impresas retornan a la vida y sentimos su presencia, como si siempre hubiera estado ahí. Porque los poetas, aunque lo parezca, nunca se despiden del todo.