27 de febrero de 2008

La costilla de Adán

Muchos de mis lectores recordarán con simpatía no exenta de nostalgia ese clásico del cine de todos los tiempos titulado “La Costilla de Adán”, película dirigida por el maestro George Cukor en 1.949. La película estaba protagonizada por una de las grandes parejas del séptimo arte -Spencer Tracy y Katherine Hepburn- y abordaba con ingenio, talento y una modernidad que hoy nos sorprende la “batalla de los sexos”. Recordemos brevemente la historia: Adam Bonner (Spencer Tracy) y su mujer Amanda (Katherine Hepburn) forman un matrimonio perfecto y envidiable. Pero “Pocholín” y “Pocholina”, que es como se llaman en la intimidad nuestros protagonistas, verán como la tranquilidad conyugal se quiebra de forma repentina a causa de sus respectivas profesiones. Spencer Tracy trabaja como fiscal y Hepburn como abogada y la feliz pareja se enfrentarán en los Tribunales en el juicio contra una mujer acusada de intentar matar a su infiel marido.

Y ahora mis lectores pensarán que la campaña electoral me ha hecho perder el juicio y que me dedico a escribir sobre viejas películas en lugar de hacer un sesudo, riguroso y penetrante análisis del debate Zapatero-Rajoy, sobre quién ha ganado, quién ha convencido y cuántas veces han utilizado cada uno la palabra España. No es que me interesen más las controversias entre Tracy y Hepburn que los debates entre Zapatero y Rajoy (que sería posible), pero llevo ya demasiados artículos dedicados al duelo electoral y, por otra parte –servidumbres de los “tribunos”-, a la hora de escribir estas líneas, los gladiadores velan sus armas pero no han saltado todavía a la arena televisiva.

“La costilla de Adán” tiene muchas lecturas pero quiero traer aquí una idea muy clara: que una pareja pueda enfrentarse profesionalmente, o defender ideas o planteamientos distintos, debe entenderse como algo natural y propio de nuestro tiempo. Quedan ya lejanas las épocas en que la mujer simplemente era el reposo del guerrero. Sé que puede resultar terriblemente cursi y absolutamente huachafo lo que voy a escribir pero amarse significa pensar en la otra persona, no pensar igual que ella. Un ejemplo: yo soy del Barça y mi mujer del Real Madrid, pero el corazón es así y, como decía Billy Wilder, nadie es perfecto.

¿A qué viene todo esto? Pues simplemente a la marejada política y al cruce de acusaciones de la pasada semana entre el Alcalde Fernández, conocido por algunos como Paco-missing, y la portavoz Ana Guada, convertida en los últimos tiempos en la Juana de Arco del PP de León. Al parecer el Alcalde reprochaba a Ana Guada que censurara la política del Ayuntamiento en el tema de la promoción turística haciendo mención de su relación personal con el técnico de ese departamento. El tema parece que ha quedado apartado ante el fragor electoral pero me parece sumamente incorrecto (por usar una suave expresión) que se mezclen y confundan los asuntos personales de la portavoz del Partido Popular con las posiciones políticas, erróneas o no pero absolutamente legítimas, que defiende en el Ayuntamiento como representante de sus votantes.

El asunto deriva, al parecer, de los problemas del contrato municipal con la Mutua dirigida en León por el Concejal del PP Luis Nogal. Y surge, además, en un momento de crispación y enfrentamiento por la política de “reajustes de plantilla” promovida desde el equipo de gobierno. Un reajuste que se percibe, más que como una medida financiera, como una “limpieza étnica” de trabajadores municipales considerados no afectos. El tema requiere una tribuna especial pero todavía no se ha explicado con claridad cuánto nos ahorramos los contribuyentes, por ejemplo, con la privatización del servicio de jardines. Es decir, cuánto nos cuesta ahora y cuál será el coste del servicio una vez privatizado, haciendo una estimación de los costes derivados de las indemnizaciones por despido. Anoto dos ideas: la primera, que la sangría económica del Ayuntamiento no se arregla despidiendo a trabajadores que cobran 800 euros al mes. Y la segunda, que el saneamiento financiero de la institución exige un consenso de todas las fuerzas políticas representadas en el Ayuntamiento. O por lo menos, trabajar honestamente en esa dirección y explorar todas las posibilidades de acuerdo.

Los políticos, aunque algunos no se lo crean, son humanos, y puede ser difícil deslindar en ocasiones dónde acaba la persona y dónde empieza el político. Pero hay dos límites claros: el régimen de incompatibilidades que impone la Ley y la propia conciencia. Porque, como ya decía el Evangelio y recordaba Oliver Stone en el preámbulo de su magnífica película sobre Nixon: ¿de qué le sirve a un hombre ganar un mundo si pierde su alma?

Los idus de marzo

Según creía recordar, y he podido cerciorarme gracias a ese gran invento de la era Internet que es wikipedia.org, en el calendario romano los idus de marzo caían el 15 del mes de Martius. Según la tradición romana los idus eran días de buenos augurios que tenían lugar el 15 de los meses de marzo, mayo, julio y octubre y el día 13 del resto de los meses. La fecha ha pasado a la Historia porque Julio César fue asesinado en los idus de marzo del año 44 antes de Cristo por un grupo de senadores que veían en él un peligro para la República. Según nos cuentan, César había sido advertido del peligro, tanto por los sueños premonitorios de su esposa Calpurnia como por las palabras de un adivino que le había aconsejado “Cuídate de los idus de marzo”. Ese día, o sea el idus, César caminaba hacia el Senado, se encontró con el adivino y le dijo riendo: “Ya han llegado los idus de marzo”. El adivino, serio y compasivo, le respondió “Sí, César, pero no han pasado”. Aunque el calendario romano forma parte de la historia la expresión “cuídate de los idus de marzo”, rescatada por William Shakespeare en la obra que dedicó al gran romano, ha llegado hasta nuestros días.


Y viene este título porque, no el 15 pero sí el 9 de marzo, todos los españoles vamos a tener nuestros idus de marzo. No hablo de consecuencias trágicas pero sí decisivas no sólo para el país, sino también para los dos candidatos, Zapatero y Rajoy, que ese día se juegan su futuro político. Si gana ZP abrirá un segundo mandato en el que, sin duda, querrá pasar a la Historia (lo que no sé es cómo le sentará eso a la Historia, pero eso es materia de otro artículo). Y la derrota de Rajoy abrirá eso que llaman el “melón sucesorio” en el seno del Partido Popular, porque a nadie se le escapa que ésta es la última oportunidad del candidato investido en su día por Aznar. Por el contrario, un triunfo de Mariano Rajoy hará perder a los socialistas una eliminatoria que siempre han pensado que tenían en el bolsillo, y las consecuencias de esa derrota se me antojan imprevisibles. Cierto es que, con el estrecho margen que separa a día de hoy la intención de voto de los dos partidos (un 2,6 de ventaja del PSOE, según la encuesta que este fin de semana anticipaba este diario), cualquier cosa puede suceder y cabe especular sobre todos los escenarios posibles.


Así que los dos candidatos protagonizan un intenso duelo al sol en el que se están empleando a fondo. Asistimos así a un capítulo más de la eterna historia de promesas, regalos, apoyos e inauguraciones. Ya empezamos mal con aquello del chequé-bebé y las subvenciones al alquiler, pero en los últimos días han entrado en una espiral frenética. Si uno promete 400 euros el otro dice que plantará 14.000 árboles a la hora, y así sucesivamente, de manera que la “fiesta de la democracia” se acaba convirtiendo en una tómbola.

Como mis títulos no son caprichosos aunque alguno pueda parecerlo volvemos a los idus de marzo y a la muerte de César. Es muy conocido el discurso fúnebre que, en la obra de Shakespeare, Marco Antonio dedica a César, conocido sobre todo a través de la recreación que para el cine hizo el gran Joseph L. Mankiewicz, con Marlon Brando en el papel de Marco Antonio y James Mason como Bruto. Discurso que comienza con las famosas palabras “amigos, romanos, compatriotas, prestadme atención”, que para algunos es un ejemplo de la más brillante elocuencia y para otros de la más sutil demagogia. En todo caso el texto nos habla del poder de las palabras para convencer a los ciudadanos y llegar a sus corazones, sin recurrir a promesas o regalos.

Acabando con los idus de marzo, cuando César está a la puerta del Senado, recibiendo peticiones de los ciudadanos, un amigo quiere entregarle un mensaje para advertirle que Bruto y el resto de los conspiradores planean su muerte. Le dice que lo lea, porque el mensaje atañe más de cerca a César. Y éste responde que lo que concierne a César debe atenderse en último lugar, y no lee ese escrito que podría haber salvado la vida. Mucho han cambiado las cosas desde entonces, y ahora los políticos, en su primera reunión, abordan temas como dedicaciones exclusivas, sueldos y prebendas. Pienso que éste debiera ser el lema de todo gestor de los asuntos públicos, que lo que a uno interesa debe ser examinado en último lugar, que lo primero son los ciudadanos. Quizás nada de eso existió y todo se deba al talento y a la pluma de Shakespeare, porque ¿se imaginan ustedes a un político español haciendo un testamento como el de César, legando a los ciudadanos sus jardines a la orilla del Tíber para que los disfruten como parques públicos? Sinceramente, a mí no me alcanza la imaginación.

24 de febrero de 2008

Ojalá que te vaya bonito

Lo cierto e incontestable es que, en un día como hoy, un “tribuno” aficionado como yo, podría hablar, disertar e incluso divagar sobre multitud de temas que asaltan nuestra vida cotidiana y salpican la actualidad política de nuestra provincia. Así, sobre las listas electorales que han alumbrado los que serán los cabezas de serie en la contienda del mes de marzo, sobre la eterna disputa entre el Palacio de los Guzmanes y el Ayuntamiento de la capital sobre la promoción turística de León, sobre la Alta Velocidad que llegará pero no se sabe cuándo ni sobre todo cómo, sobre la polémica histórico política acerca del 24 de abril, que la mayoría de nosotros percibimos como un “hermoso puente” en el que podremos alejarnos, temporalmente por lo menos, de nuestras preocupaciones diarias, y sobre tantas otras cuestiones que a veces nos preocupan, otras nos inquietan y la mayoría de las veces nos dejan absolutamente indiferentes.

Pero, elevándome a la esfera de la política nacional, me gustaría hablar sobre esas grandes decisiones del líder del Partido Popular que han llenado las páginas de los periódicos y los minutos de los informativos. Me refiero, claro está, al fichaje de Pizarro (el que fuera Presidente de Endesa, no al conquistador del Perú) y al “desahucio político” (por decirlo de una forma suave) de Alberto Ruiz Gallardón. Gallardón que, le pese a quien le pese (y a algunos y algunas les pesa más que otros) es percibido por muchos como la “gran esperanza blanca” del Partido Popular para reconquistar la Moncloa. Cuando el otro día el mariachi de “Caiga Quien Caiga” interpretaba ese gran tema de José Alfredo Jiménez que es “Ojalá que te vaya bonito” al Alcalde de Madrid, era inevitable reflexionar sobre el sentido de los planteamientos estratégicos del PP.

Quizás estas decisiones de Rajoy (si es realmente Rajoy quien las toma, cuestión que entra en el campo de la especulación metafísica) no tengan un efecto decisivo en las elecciones del 9 de marzo y es posible que la marcha de la economía incida más de lo que yo creo en ese momento crucial. Podemos también pensar que todas las polémicas de la pasada semana quedarán en el más absoluto de los olvidos y que nadie se acordará de Gallardón cuando llegue la primavera, pero sí me gustaría reflexionar sobre el trasfondo, si es que lo tiene, que se esconde tras estos acontecimientos.

Lo primero que hay que preguntarse es por las razones reales que han llevado a la marginación (definitiva, parece) de Gallardón de la vida política nacional. No vamos a ser tan ilusos de creer que el PP lo que quiere es que sus alcaldes no vayan al Parlamento para que así puedan dedicar todo su tiempo y sus energías a gestionar con eficiencia sus municipios (más que nada porque hay Alcaldes que optan al Congreso de los Diputados, desde el de Ponferrada hasta el de Cádiz). El motivo fundamental, y todos lo sabemos, es enviar al competidor lo más lejos posible, y evitar así cualquier tentativa sucesoria. Lógicamente, si el PP pierde las elecciones muchos se preguntarán si no sería el momento de elegir otra persona para que desarrolle desde el Parlamento la labor de oposición que siempre es necesaria para recuperar el Poder. Lo cierto es que sería la primera elección porque, no lo olvidemos, Rajoy no fue elegido sino designado por la gracia de Aznar, y aquí reside sin duda la raíz de los problemas.

Me parece un grave error. Aplicando una metáfora del mundo de fútbol un equipo tiene que llevar en la convocatoria a los mejores jugadores, los más en forma, vayan a jugar o no. Porque si el delantero centro se lesiona (es decir, si pierde las elecciones) hay que mirar al banquillo y decidir quien puede jugar en su lugar. Por lo menos, para intentar meter algún gol que permita que en el partido de vuelta (que son las siguientes elecciones) exista alguna posibilidad de remontar la eliminatoria. Y, siguiendo con el símil futbolero, quizá Pizarro pueda ser un brillante extremo o un mediocentro de corte ofensivo (por ejemplo, Ministro de Economía) pero no le imagino fajándose en tareas defensivas, esto es, en la dura y a veces ingrata labor de la oposición.

Sinceramente creo que el Partido Popular ha perdido una gran oportunidad, no sólo de poder disputar la victoria en las elecciones, sino sobre todo de acercarse a una gran parte del electorado que hoy por hoy le es esquivo. Se supone que los tuyos te van a votar y se trata de encontrar candidatos que puedan seducir a aquellos electores que pueden parecer más lejanos. Porque, y hasta ahora siempre ha sido así, las elecciones se ganan en el centro, en ese filón de indecisos que son los que, paradójicamente, siempre deciden.