12 de diciembre de 2007

El Titanic navega por el Bernesga

En 1.997 James Cameron llevaba a la gran pantalla la historia del R.M.S. Titanic, el mayor barco de pasajeros de su tiempo y, a la vez, símbolo del lujo y la prepotencia de una época. El buque, calificado como insumergible, chocó con un iceberg en su viaje inaugural, un 14 de abril de 1.912, y acabó su historia en las gélidas aguas del Atlántico Norte, llevándose con él la vida de más de 1.500 de sus 2.224 pasajeros. En la película, en mi particular opinión, brillaba más la enigmática y perturbadora belleza de Kate Winslet que todos los efectos visuales a los que el cine moderno nos tiene acostumbrados, pero sí quedaba reflejado el espíritu alegre, insolente y despreocupado de aquellos días.

Viene esta metáfora a cuento de la situación económica del Ayuntamiento de la capital y de su Plan de Salvación Económica. Un Plan de Salvación que hasta ahora sólo se ha traducido en una subida de impuestos y en la contratación externa de un estudio para saber qué hay que hacer (vale 168.000 euros el estudio, por cierto). Me asaltan las dudas. No me creo que no haya nadie en el Ayuntamiento, entre 2.000 trabajadores, que no sea capaz de encontrar soluciones. Otro apunte: si no saben cómo resolver la “crisis financiera” ¿para qué se presentan a las elecciones? Yo en mi casa, por ejemplo, no me ofrezco para arreglar persianas, porque me encuentro incapaz de tan singular tarea, aunque mi suegro haya intentado adiestrarme en esa técnica doméstica que a mí me parece cosa de magia.

Puedo comprender una subida de impuestos, pero siempre que vaya acompañada de medidas de ahorro y de la racionalización de ese gasto. Como decía José Borrel en sus brillantes tiempos de Secretario de Estado de Hacienda, la presión fiscal se justifica por la legitimidad del gasto y la política consiste en asignar recursos escasos a necesidades múltiples. En esa elección, fuera de oropeles y electoralismos, es donde reside, y se conoce, la auténtica talla de un político, que no deja de ser un administrador del dinero de los contribuyentes.

Y aquí tropezamos con uno de los problemas. El Ayuntamiento tiene que destinar sus recursos a aquello que sea más importante para los ciudadanos. Me puede parecer perfecto que se sufraguen cursos de Tai-chi o clases de leonés, pero siempre que queden cubiertas lo que podemos llamar las necesidades básicas de una ciudad moderna: servicios públicos, obras, tráfico, etc. Hay que marcar prioridades y no se puede vivir por encima de nuestras posibilidades, y esta regla es aplicable tanto a una familia como a un Ayuntamiento.

Un ejemplo: no discuto la gran apuesta o la envergadura de ese Titanic llamado Palacio de Congresos de la Azucarera. Pero pagar 5 millones de euros a Perrault por la redacción del proyecto cuando los proveedores del Ayuntamiento no pueden cobrar sus facturas me parece igual que comprarse el Amazona de Loewe (un bolso que es lo más según las expertas) cuando tienes problemas para llegar a fin de mes y te van a cortar la luz por impago. Y en el caso del Ayuntamiento de León, desgraciadamente, esto último no es una metáfora.

Y entramos en la otra gran cuestión, el exceso de plantilla. Decía hace algunas semanas que para hacer tortilla hay que romper los huevos. La frase no es mía, y se atribuye a Carlos Solchaga, Ministro de Industria en el primer gobierno de Felipe González y uno de los artífices de la reconversión industrial. Una reconversión dura, traumática, quizás injusta en ocasiones, que dejó a miles de personas en el paro, pero que permitió que España entrara en una época de crecimiento que ha llegado hasta nuestros días. Seamos claros: la reconversión de una empresa se hace para, recortando personal, asegurar la viabilidad de la misma y el empleo del resto de los trabajadores. Y un Ayuntamiento no es algo muy diferente. Existe la creencia de que el Ayuntamiento no puede quebrar, pero también se pensaba que el Titanic era insumergible.

Hay dos formas de asegurar el desastre: una es pedir lo imposible y otra es retrasar lo inevitable. Cuanto más se tarde en tomar las medidas que todos sabemos, tan necesarias como impopulares, más cerca estaremos de hundirnos. Y las soluciones pueden ser duras pero están ahí: recortar plantilla, reducir gastos, fijar prioridades, vender patrimonio. Incluso subiendo impuestos, pero no acepto que la única medida posible sea castigar el maltrecho bolsillo de los contribuyentes.

Esta claro que el Titanic navega por el Bernesga, con Francisco Fernández gritando “soy el rey del mundo” estilo Leonardo di Caprio mientras el Ayuntamiento se encamina a toda máquina hacia el desastre. Y esta vez, me temo, tampoco hay botes salvavidas para todos.

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