12 de junio de 2007

Yo soy Espartaco

Ya este fin de semana tenía claro que el tema de mi tribuna debía ir dirigido a los movimientos que, en el seno del Partido Popular, se han desarrollado en las últimas semanas de cara al “asalto” al Palacio de los Guzmanes, es decir, a la sede de la Diputación, que viene a ser como el rey sin corona de la provincia. Aunque el poder, y el presupuesto que es lo importante, se concentre en la sede de la Delegación Territorial, que funciona como los antiguos virreinatos de las Indias. Por cierto, una buena iniciativa la del Alcalde en funciones proponer que la Plaza que da frente a la Delegación Territorial se llame Plaza de España, un nombre que inexplicablemente faltaba en el callejero leonés. Parece que a Mario Amilivia le pasa como a Beckham, que empieza a jugar bien ahora que los electores han decidido “traspasarle”. Aunque yo me daría prisa en bautizarla no sea que llame Mañueco para decirnos que hay que llamarla Plaza de Villalar de los Comuneros o algún otro nombre que potencie y reafirme esa cosa tan etérea llamada “identidad castellano-leonesa”.

La iniciativa de Juan Martínez Majo, finalmente abortada desde la dirección regional del Partido, me ha hecho recordar la figura de Espartaco (el gladiador, no el torero). Espartaco era un esclavo tracio que hacia el año 73 antes de Cristo. encabezó una rebelión que sacudió los cimientos de la Roma republicana y cuya historia nos es muy cercana y familiar gracias a la grandiosa película dirigida por Stanley Kubrick en 1.960 con Kirk Douglas (y su inseparable hoyuelo) en el papel del esforzado gladiador. Todos sabemos que la revuelta fue sofocada y Espartaco muere crucificado en la Vía Apia, pero la rebelión hizo que muchos romanos se dieran cuenta de que el sistema esclavista necesitaba una urgente y profunda reforma para que Roma siguiera funcionando.

Quisiera precisar tres cosas. La primera, lógicamente, que no soy quien para decir cómo tiene que elegir a sus candidatos el Partido Popular, que es una cuestión que deben decidir sus militantes, que para eso pagan las cuotas. La segunda es que sigo sin explicarme porque se prescinde de Javier García-Prieto, que había demostrado una gestión impecable en la Diputación y había conseguido que la institución navegara en la senda correcta. Y la tercera que pienso, personalmente, que Juan Martínez Majo, podría haber sido un magnífico Presidente. Una persona que conoce la Casa, muy cercano a la vida municipal y que incluso había ganado las elecciones en Valencia de Don Juan por mayoría absoluta.



Pero, como hizo la rebelión de los gladiadores, el movimiento de Juan Martínez Majo ha puesto sobre la mesa una interesante cuestión, y es quién “elige” a los candidatos. Se me objetará que los candidatos los decide el Comité Electoral y que, para que el partido funcione es imprescindible que se respeten sus acuerdos. Pero no me parece descabellado que el Presidente de la Diputación sea propuesto por los concejales electos, o que por lo menos éstos puedan aportar su voz y su criterio. El Presidente no deja de ser una especie de primus inter pares entre los alcaldes y concejales de la provincia, y la Diputación tiene como principal tarea ayudar a los municipios, coordinar sus iniciativas y acometer proyectos que exceden del ámbito, y sobre todo del presupuesto, de los Ayuntamientos de la provincia. Lo que no acabo de ver claro es que el candidato lo decida Mañueco, y además por teléfono. Por lo menos debería haber mandado un correo electrónico, que queda mucho más tecnológico.

Llegado a este punto quiero recordar el pasaje más hermoso de Espartaco, la película. Cuando finalmente los esclavos son derrotados los romanos se encuentran con un problema, y es que no saben quién es Espartaco (los paparazzi no existían todavía). Entonces recurren a la estratagema clásica: si se identifica perdonarán la vida a todos los demás, en caso contrario todos morirán. Espartaco es el primero que se levanta y grita “Yo soy Espartaco” pero, uno por uno, todos los esclavos se levantan y dicen “Yo soy Espartaco”. Los romanos tienen que crucificar a todos, pero el gesto va más allá de la simple lealtad hacia su jefe y expresa claramente la solidaridad de todos los que participaron en la rebelión contra Roma y el poder establecido.

Me gustaría que, pasada la “rebelión” que ha sacudido el PP las últimas semanas se expresase algo parecido. Porque, en el fondo, todos somos Juan Martínez Majo, incluso los que podamos estar más lejos del Partido Popular. Quizás sea la única forma de que las cosas cambien, en todos los partidos y en la propia vida política. Y espero que, por lo menos esta vez, seamos un poco más civilizados y no crucifiquen a nadie.

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