25 de agosto de 2010

¿Hacienda somos todos?

Alguien dijo, o si no invento yo la frase para que se me cite en lo futuro, que tener prensa libre y pagar impuestos define las democracias modernas. Lo de la prensa libre en España puede decirse que existe, e incluso un sujeto como yo se atreve a escribir todos los sábados, pero lo de pagar impuestos no lo tengo tan claro. Ciertamente se pagan tributos, pero no pagan todos los que deberían.

Pepiño el Terrible vuelve a las andadas y, transfigurado en el gurú del nuevo modelo sostenible, pregona que hay que subir los impuestos para tener servicios de primera. La primera objeción a ese planteamiento es sencilla: lo que hay que atacar es el capítulo de gastos, que galopa cual caballo desbocado. Se me ocurre también imponer el copago en algunos servicios, no solo para recaudar algo, sino con fines de disuasión. Hay gente que vive en las salas de espera de los ambulatorios, donde no hace frío y es fácil entablar conversación.

Desde Gestha, el sindicato de técnicos del Ministerio de Hacienda, se ha respondido certeramente a Blanco, y se insiste en que, antes de subir impuestos, debe combatirse la economía sumergida, que es una forma fina de llamar al fraude fiscal. No hay que aumentar la presión, hay que extenderla, para que la soportemos entre todos. Recuerdo que el año pasado Gestha publicaba un informe demoledor: la economía sumergida representa el 23 por ciento del PIB, y subiendo. No es que estemos mal en términos de conciencia fiscal, es que vamos a peor.

Un problema de fondo es que, en España, el fraude fiscal, además de anclar sus raíces en la picaresca, no está mal visto socialmente. Pero no nos engañemos: cuando un tipo no me cobra el IVA no me hace ningún favor, sino todo lo contrario, ya que mi esfuerzo fiscal sube a medida que el suyo se acerca a cero. Y él disfruta de las mismas carreteras que yo. El defraudador debe ser visto como un delincuente, no como un listo o como un nuevo Robin Hood. Por cierto, yo creo que el arquero de Sherwood no robaba a los ricos para dárselo a los pobres, sino para impresionar a Lady Marian. Y no pagaba impuestos porque, como era un proscrito, no iba a la sanidad pública a curarse las heridas sufridas en sus combates con los esbirros del Príncipe Juan. Un tipo coherente.

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