26 de noviembre de 2010

Retorno a los apellidos

He recibido algunas matizaciones -léase críticas- por la columna que dediqué al baile de los apellidos. Incluso uno de los comentarios en mi blog –suarezdehoyos.blogspot.com- me corregía amablemente apuntando que la reforma supone el fin de una discriminación para la mujer. Quisiera precisar que no me parecería mal que el primer apellido, por ley, fuera el de la madre, pero lo que me resulta demencial es que en caso de discrepancia el criterio sea el alfabético. Y, francamente, sigo pensando que hay asuntos más importantes que deberían despertar la atención de nuestros gobernantes. Se diría que viven en un universo paralelo, con preocupaciones muy distintas a las del resto de los mortales.

Me preocupa que haya personas que piensen que la discriminación es un problema de orden de apellidos. En Estados Unidos la mujer adopta el del marido cuando se casa y, sin embargo, a nadie le sorprendió que, en 1999, Carly Fiorina llegara a la Presidencia del gigante HP y se convirtiera en una de los empresarios más poderosos del planeta. En España, la presencia de mujeres en los Consejos de Administración o al frente de empresas sigue siendo escasa, pero esto no se arregla con el sistema de cuotas: treinta por ciento para mujeres, diez para inmigrantes, cinco para personas con sobrepeso, y así sucesivamente. Se soluciona trabajando desde la base, donde residen los problemas.

Hay datos de los que es necesario partir. El primero, que la incorporación de la mujer al mercado de trabajo en España ha sido tan tardía como imparable, y en treinta años hemos pasado de dos millones de mujeres trabajando fuera del hogar a superar los ocho millones. Pero hay otro problema de base: la mujer, por exigencias sociales, por propia iniciativa o por una mezcla de los dos factores, suele anteponer el cuidado de la familia, no sólo a su promoción profesional, sino al simple hecho de desarrollar una actividad laboral.

Aquí es donde deben intervenir los poderes públicos, y existen actuaciones que estimo imprescindibles: racionalizar horarios, construir guarderías, potenciar el teletrabajo, etc. Porque hoy por hoy, salvo para los afortunados que, como yo, tenemos suegros activos y dispuestos, conciliar vida laboral y familiar sigue siendo una utopía.

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