14 de junio de 2011

Hablando al móvil

El otro día contemplaba yo a una parte significativa del núcleo duro del Partido Popular de León, sentados apaciblemente en una terraza de la calle Burgo Nuevo. Encabezados por la Presidenta del Partido, convertida tras las últimas elecciones en la soberana absoluta de la provincia, barruntaba yo que su presencia a pie de calle obedecía a un afán de acercarse al pueblo llano y escuchar y compartir sus inquietudes. También pudiera tratarse de una tormenta de ideas con objeto de planificar estrategias para los meses venideros. Pero no conversaban con los ciudadanos, y apenas cruzaban unas palabras entre ellos. Básicamente, todos se dedicaban a hablar por sus teléfonos y, como no veo mucho sentido utilizar el móvil para conversar con quien te tomas una caña, imagino que sus comunicaciones se dirigían al exterior.

Lo que sucedía a los próceres del Partido Popular no es algo inusual y va mucho más allá de la simple anécdota. El celular, que nos permita comunicarnos con aquéllos que están lejos, se parece demasiado a una coartada para evitar que hablemos con los que tenemos cerca. No es extraño contemplar a una pareja de enamorados, paseando sonrientes con las manos entrelazadas, aferrado cada uno a su móvil contando su vida y andanzas a quien se encuentra al otro lado de la línea. En la época de los móviles y las redes sociales los amantes han dejado de mirar a los ojos de la persona elegida, contemplar un universo en sus pupilas y perderse en ellos. Ahora, como mucho, se twitean.

El móvil, escribía el año pasado en esta columna, se ha convertido en un amigo invisible al que recurrimos cuando nos sentimos solos o aburridos. Pero el cambio va más allá y el recurso a la tecnología se convierte en un pretexto para no afrontar la realidad. No se trata sólo de rapidez y eficacia, sino de comodidad y quizás de cobardía. Cuando un político se dedica a contar en Facebook sus ocurrencias más o menos pasajeras no es que quiera llegar más rápido a más gente, como pretende hacernos creer. Es que no quiere enfrentarse a los ojos de los electores. Porque ningún sms, ningún correo electrónico, puede significar tanto como una mirada. Y las palabras, o los silencios, sólo cobran sentido cuando unos ojos nos responden que nos están escuchando.

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