12 de mayo de 2008

Las entrañas del monstruo


Todos hemos quedado estremecidos y horrorizados por la terrible historia de Josef Fritzl, el monstruo de Amsteten, que encerró a su propia hija, Elisabeth, en un sótano sin ventanas durante 24 años y abusó de ella en repetidas ocasiones. De esta tremenda historia de humillación nacieron siete hijos, de los que tres fueron adoptados por los supuestos abuelos mientras otros tres “convivían” con su madre en el zulo. Otro murió y fue quemado por el depravado Fritzl en un horno. No resulta fácil ni sencillo escribir sobre esto, y uno descubre que cualquier adjetivo resulta pobre e impreciso para describir la magnitud del horror y de la infamia.

Muchos interrogantes se ciernen sobre este asunto siniestro. Si la mujer del monstruo sabía algo, si éste recibió ayuda de alguien para desarrollar su siniestro plan, cómo nadie sospechó nada o el papel han tenido las autoridades que no investigaron la desaparición de Elizabeth o que dieron en adopción a tres de los niños al propio Fritzl. El estupor y el horror se incrementan cuando pensamos que este abismo de depravación ha ocurrido en el corazón de Europa aunque, personalmente, lo que más me aterra, y me deja anonadado, es la ausencia absoluta de conciencia de culpa y la terrible eficacia de este sujeto al desarrollar su macabra estrategia.

Podemos atisbar a comprender, con un cierto esfuerzo de imaginación, un crimen que se comete “movido por causas o estímulos tan poderosos que hayan producido arrebato, obcecación u otro estado pasional de entidad semejante”, como dice nuestro Código Penal al regular las causas que atenúan la responsabilidad criminal. Pero es imposible alcanzar a vislumbrar el abismo de horror al que ha llegado el monstruo de Amsteten. ¿Cómo es posible que, durante más de 20 años, en la perversa mente de Fritzl, no haya existido un sólo resquicio para el remordimiento o la culpa? ¿Es comprensible que en ese siniestro período nunca tuviera la voluntad de arrepentirse? ¿Y puede alguien mirarse al espejo, día tras día durante 24 años, conociendo el horror que causa a su propia familia? No existen palabras, no sé si es perversión o enfermedad, sólo que este sujeto no parece pertenecer a la especie humana.

Y la eficacia que Fritzl demostraba en la casa de los horrores nos trae a la memoria, en estos días que Israel recuerda el Holocausto, la sistemática y burocrática eficiencia con la que los nazis planearon y ejecutaron la “solución final” y exterminaron a más de 6 millones de judíos. Porque lo que nos sobrecoge es la meticulosidad y la exactitud con la que el malvado Fritz empujó a su propia familia a ese pozo de angustia del que, probablemente, nunca podrán recuperarse.


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