28 de septiembre de 2008

Sobre el Manifiesto

El Manifiesto por la Lengua Común, cuyos primeros firmantes me parecen gente “técnicamente bastante respetable” y no sospechosos de ser unos conservadores ultramontanos (Vargas Llosa, Albert Boadella o Fernando Savater, por ejemplo) ha desencadenado una cierta marejada pero ha permitido que el “asunto lingüístico” regrese a la arena política. En León también hablamos de otras cosas, como la fusión de las Cajas o esa Plataforma contra la Crisis, pero tendremos verano y columnas para todos y todas y hoy me apetece hablar del Manifiesto. Ya sé que no soy original pero es que ni siquiera lo pretendo.

Algunos critican la iniciativa por el hecho de que haya sido promovida por El Mundo o que la apoyen partidos como el PP o UPyD. Eso forma parte del carácter de algunos políticos de vía estrecha, que piensan que sólo ellos custodian la razón. Pero las ideas son buenas o malas, oportunas o peregrinas, en sí mismas, con independencia de su procedencia. Y aquí se trata de defender algo que es de todos y tiene gran pujanza en todo el mundo, salvo en España.

Me parece algo elemental defender cuestiones como que todos tengamos derecho a ser educados o atendidos en la lengua castellana. Lo veo como algo bastante progresista, en cuanto establece un principio básico de igualdad, incluso de solidaridad, entre todos los ciudadanos de una Nación. Los nacionalismos y regionalismos, además de espesos y pesados, me resultan arcaicos y algo reaccionarios.

La raíz del problema está en el modelo territorial y en ese engendro llamado Estado de las Autonomías. Atribuir competencias legislativas, no sólo de gestión, a las Comunidades, es lo mismo que suministrar gasolina a un pirómano. Todo puede ir bien, hasta que se enciende la cerilla. Es más, me atrevo a sugerir que es un error la idea de las lenguas cooficiales. Me parece bien que se promocione un idioma, de la misma manera que se hace con otras manifestaciones culturales. Pero una lengua común sirve para que nos comuniquemos entre nosotros y garantiza, además, una cierta “unidad de mercado”. Utilizando una metáfora tecnológica podemos decir que un idioma es el sistema operativo de una sociedad.

Un idioma común no deja de ser una herramienta de progreso, un instrumento para competir, crecer e innovar. El dominio de Estados Unidos se basa no sólo en la supremacía militar, sino en una lengua común –y oficial- que ha servido para cimentar una potencia económica, científica y técnica. Una pregunta y volviendo a las nuevas tecnologías: ¿Sería lo que es Microsoft si la lengua cooficial en el Estado de Washintong, marginando al inglés, fuera el navajo o el sioux?

Naturalmente yo también he firmado el Manifiesto.

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