7 de febrero de 2011

Llamadme Ismael

‘Llamadme Ismael’. Así empieza Moby Dick, la famosa –y algo pesada para mi gusto- novela de Herman Melville. ‘Y quiero volver a ser Alcalde’. Ésto procede de otro Ismael, apellidado Álvarez, otrora burgomaestre de la capital del Bierzo, que dimitió a raíz del conocido caso Nevenka y que anuncia su candidatura a la Alcaldía de Ponferrada con una lista independiente. El influjo de Álvarez Cascos se extiende más allá de Asturias y al Partido Popular se le multiplican los problemas.
Conste que todo el mundo tiene derecho a presentarse, incluso yo. La cuestión de si puede uno fiarse de quien fue condenado por acoso sexual lo dejo al criterio de los ciudadanos de Ponferrada, que tienen fama de cautos y reflexivos. Pero me sorprende el afán de regresar a la arena política de aquellos que un día se fueron, incluso creando un partido que, según sus declaraciones, agrupará gente de todos los colores. Inquieta que puede unir a personas de ideologías tan dispares, aunque me dirán que es por el amor a sus vecinos, un proyecto de ciudad o alguna pamplina semejante.
¿Por qué regresan? ¿Se aburren y sus vidas les resultan anodinas o vacías sin las dosis de adrenalina que otorga la política? Quizás tenía razón Kissinger cuando decía aquello de que el poder es el mayor afrodisíaco que existe. La realidad es otra, retornan porque se creen imprescindibles, porque están convencidos de que sin ellos no podemos vivir, que son la brillante luz que guía nuestros pasos. La soberbia del político le empuja, con frecuencia, a creerse sus propias mentiras, y a empaparse de esa idea peregrina de que sólo él tiene la razón y el resto del mundo está perdido sin su presencia.
Seguro que algún lector, malicioso e inteligente a un tiempo, barrunta que vuelven porque no tienen otro medio de vida, o al menos ninguno tan cómodo y bien retribuido. Esto explicará también que en las listas electorales nos encontremos personas que llevan en la política desde los tiempos de la Legio VII Gemina. Todos se creen imprescindibles, pero habría que recordarles que nadie lo es. Las urnas pueden ser un buen mensajero.
En el fondo, la obsesión del político por el poder y sus vanidades es la misma que impulsaba al capitán Ahab a perseguir a Moby Dick. Y sabemos cómo terminó.

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