6 de marzo de 2011

El lugar del maestro

Este jueves Antonio García Amado escribía en este diario un lúcido artículo, en la línea que nos tiene acostumbrados, en el que narraba un episodio que, no por ser verídico, deja de ser sorprendente. Resumo: un estudiante no puede hacer un examen el día señalado porque tiene una cita con el médico y el Vicerrectorado de Estudiantes interviene para exigir al Catedrático que le examine otro día, cuando el alegre universitario no tenga otros compromisos más apremiantes.

García Amado explicaba que este sistema genera forzosamente miles de graduados ‘aprobados entre algodones y mimados en los despachos’, incapaces de enfrentarse a la vida real. Pero yo quiero tocar otro palo, y es el papel del profesor en el sistema educativo. Antes el maestro, en el más amplio sentido de la palabra, no sólo era una referencia académica, sino también moral. Era quién organizaba, explicaba, corregía los deberes, señalaba los exámenes y, finalmente, ponía las notas. Ahora, entre tantos Vicerrectorados, Consejos, Gabinetes, planificadores diversos, diseñadores de currículos y demás fauna no sabemos quién está al frente. Será todo muy multidisciplinar, pero no parece que tenga mucho sentido.

Estos males afectan a todos los niveles del sistema educativo. Incluso, si cabe, las cosas son más graves en Primaria o Secundaria, donde los padres –y vemos ejemplos todos los días- han decidido que son ellos los que mandan, y que los maestros son unos simples prestadores de servicios que están al servicio del cliente, que son ellos y siempre tienen razón. Es decir, lo mismo que cuando vas a una gasolinera, sólo que en este caso del surtidor no sale combustible, sino conocimiento.

Ahora se habla mucho de competencias, empleabilidad, gestión del cambio y toda esa palabrería. La calidad de la enseñanza se quiere reducir a estadísticas, informes, inversiones, acreditaciones y estrategias. Las cosas son mucho más sencillas. La escuela, cualquier escuela, desde la de pueblo hasta el Tecnológico de Massachusetts, sólo necesita tres cosas: el maestro, el alumno y el pupitre. Y podemos ahorrarnos este último, y dar las clases paseando, como hacía Aristóteles con sus discípulos mientras les hablaba de Ética. Mucho más barato, y mejor para prevenir el colesterol.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Querido bloguero, estoy de acuerdo en todo, pero.....
¿Qué opinan los profes de esto?
Saludos.

Anónimo dijo...

Me gusta su forma de escribir y siempre tiene razón.¡Sigue así!