11 de octubre de 2010

El turismo y sus interrogantes

Me encuentro lejos de León, disfrutando de unas inmerecidas vacaciones en el Sur de Gran Canaria, un enclave que es lo más parecido al paradigma del turismo. Aquí, hasta finales de los años 60, plantaban tomates para ganarse la vida, pero un día decidieron que, con ese clima que la Naturaleza les ha regalado, era más rentable dedicarse al turismo. La costa se empezó a llenar de complejos hoteleros, las playas de tumbonas y chiringuitos y los pueblos de restaurantes y de tiendas de recuerdos. Como en otra muchas zonas de España, pero aquí llevado al límite porque el turismo lo es todo, y nada parece tener sentido sin ese moderno Rey Midas.

Nadie niega que el turismo es un potente motor de la economía moderna, y así en León lo seguimos viendo como la gran esperanza blanca para engancharnos al tren de la modernidad, frente a la agonía de la minería, el olvido de la agricultura, el abandono de la ganadería y la inexistencia de una industria digna de este nombre. Pero el turismo no deja de plantear serios e inquietantes interrogantes, algunos de orden material y otros que lindan casi con lo metafísico.

La primera pregunta que uno se plantea es si no estamos creando otra burbuja, similar a la inmobiliaria. ¿Alguien ha pensado que pasaría si un día los visitantes dejaran de venir, atraídos por destinos que pueden ofrecer lo mismo que España a precios más ventajosos? Parece claro que no tenemos un plan B y vivimos en la ilusión de que todo durará para siempre, de la misma forma que pensamos que podíamos estar colocando ladrillos hasta el infinito y más allá.

Y la segunda cuestión afecta a nuestras propias señas de identidad. Me temo que el turismo no sólo modifica la fisonomía de nuestra costas sino también nuestra misma naturaleza. Aquí, en el Sur de Gran Canaria, donde las cartas de los restaurantes se escriben en alemán, uno duda si se encuentra en España o en Baviera, salvo por ese pequeño detalle llamado Sol. Quizás, en unas décadas, los españoles acabaremos como los guanches, los aborígenes de estas islas, convertidos en un elemento decorativo para vender suvenirs. O puede que a algún listo se le ocurra montar un Parque Temático –Spanienland o algo semejante- para recreo y diversión de los bárbaros del Norte.

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