16 de junio de 2008

Telma, y quién es Telma

Hace algunos años, si me hubieran preguntado quién es Telma, hubiera pensado que se referían a la gran actriz de reparto que era Thelma Ritter (recordemos “Eva al Desnudo” o “Vidas Rebeldes”) o a la compañera de Louise en la película dirigida por Ridley Scott en 1991. Ahora bien, si hoy alguien nos pregunta quién es Telma (ahora sin h) todos sabemos que nos referimos a Telma Ortiz, que ha perdido la primera batalla en la guerra que mantiene por preservar su vida del acoso y la persecución de algunos medios que se hacen llamar periodistas.

No voy a entrar en esos debates sobre si Telma Ortiz ha podido disfrutar de alguna ventaja por ser hermana de la Princesa de Asturias o si la estrategia jurídica elegida era la más correcta o ha sido aconsejada por su peor enemigo. Pero sí quiero plantear algunos interrogantes. Lo primero, no tengo claro qué es eso de “un particular con proyección pública”, al que alude el Auto –muy bien fundamentado, por cierto- que desestima las medidas cautelares solicitadas por Telma Ortiz. Parece claro, para algunos, que un político, un actor o un futbolista son personajes públicos. ¿Y un empresario, un escritor o un corredor de seguros no entran en esa categoría? ¿Dónde está la frontera? En segundo lugar algo que parece de sentido común: por muy público que sea un personaje tiene derecho a su vida y a su intimidad. Y sobre todo, tiene derecho a que no le persiga una manada de pelmazos furibundos, armados con alcachofas y cámaras y preguntando si va a separarse o si ya tiene pensado el vestido de comunión para la niña.

Existen unos cuantos dogmas acuñados por esa plaga moderna que se hace llamar prensa del corazón. Uno lo formulan así: quien vende una exclusiva pierde su derecho a la intimidad. Me aterra el planteamiento. Es como si yo un día, por ejemplo, vendo un dedo para pagar el IBI (es broma, Alcalde, puede dormir tranquilo) y desde ese momento cualquier persona se cree con derecho para amputarme la pierna derecha. Otro argumento mágico es que “estamos haciendo nuestro trabajo”. Pues cambia de trabajo y búscate una forma digna de ganarte la vida, que te aseguro que existen.

Pero el argumento que más me enfurece es cuando esos supuestos periodistas invocan la libertad de expresión. Seamos serios: preguntar a Telma Ortiz cómo va su embarazo no supone el ejercicio de ningún derecho constitucional. Es simplemente ser un pesado y un chismoso. La libertad de expresión ampara al ciudadano para decir lo que piensa, pero no autoriza para preguntar lo que no es de su incumbencia.
Pero ya lo dijo Madame Rolland, hace mucho tiempo y camino de la guillotina: “Libertad, cuántos crímenes se cometen en tu nombre”.

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