La última noticia procedente del Ayuntamiento de la City me deja estupefacto. Esta ciudad, qué duda cabe, es una mina, y ni siquiera es necesario inventarse una serpiente de verano en el mes de agosto para rellenar columnas, como hacían los gacetilleros de otros tiempos. La información es delirante: se desconoce el número exacto de trabajadores municipales, enigma similar a si Oswald fue el único que disparó a JFK. Mientras que la Corporación habla de 1.970, la oposición los cuantifica en 1.640 y para los sindicatos, flexibles ellos, el número oscila entre los 1.700 y los 1.730.
El asunto puede ser grave para los contribuyentes, pero es terrible y siniestro para los afectados. Habrá gente que piensa que trabaja en el Ayuntamiento, que se levanta cada mañana para acudir a su puesto, que incluso cobra una nómina y le cuenta a su mujer cómo le ha ido en el curro mientras se lobotomizan viendo ‘Sálvame’. Pero nada de todo eso es real y su vida es un engaño, porque él –aunque piense lo contrario- no trabaja en el Ayuntamiento. Es todo un sueño, una visión, y su existencia discurre en una universo paralelo que sólo se conecta en ocasiones con la realidad. Kafka ha abandonado la vieja Praga y se apalanca a orillas del Bernesga.
No creo que este Ayuntamiento sea una excepción, y lo que aquí sucede acontece a todos los niveles y en todas partes. La reflexión que uno se hace puede llevar al desconsuelo. No es que las Administraciones no tengan ni la más remota idea de qué camino tomar para salir de la crisis o de cómo solucionar el problema del paro. Es que desconocen cosas tan esenciales como cuántos trabajadores tienen a su servicio o cuánto dinero deben. No dominan la situación, y ni siquiera la intuyen.
Hace unos siglos Thomas Hobbes publicaba su famoso ensayo sobre la formación y los orígenes del Estado. La obra llevaba por título ‘Leviatán’, referencia al monstruo de fuerza descomunal que aparece en la Biblia. Ésto hemos creado, un monstruo con vida propia que se independiza de gobernantes y burócratas y contrata o se endeuda a su libre albedrío. Los políticos creen que mandan y deciden, pero se engañan. Como el trabajador fantasma del Ayuntamiento, sólo son un pálido sueño, una absurda quimera, en el pensamiento del Leviatán.
suárez-dehoyos
Me llamo Jesús Suárez y aquí recopilo los artículos que he escrito en los últimos años en la prensa local de León. Un discreto y modesto espacio abierto a la comunicación y al debate. Sed bienvenidos.Y nos vemos el sábado en "El Mundo de León"
19 de agosto de 2011
El chocolate del loro
La frase el chocolate del loro no era de uso común hace unos años y ni siquiera en el imprescindible ‘Cuento de Cuentos’ del maestro Néstor Luján –gran estudioso del chocolate, por cierto- se recogía el origen de la expresión. Pero la alusión al chocolate del loro se ha puesto de moda últimamente y la escuchamos casi tanto como esas invocaciones enigmáticas e inquietantes a la prima de riesgo o a la presión de los mercados.
El dicho popular que se refiere al chocolate del loro para hablar de un ahorro insignificante procede de un viejo chascarrillo sobre una mujer de clase alta que se encontraba al borde de la ruina a causa de sus enormes gastos. Cuando la señora tuvo que pasar la tijera a su presupuesto no se le ocurrió otra cosa que privar al loro de su ración diaria de chocolate, gesto que, por muy simbólico del fin de la opulencia que fuera, resultaba nimio y, desde luego, no le iba a librar de la bancarrota. Debe anotarse que en los años en los que se acuña esta leyenda urbana el chocolate era un producto caro, signo de poderío y reservado a las clases más pudientes.
La historia enlaza con la decisión del Alcalde de León, Emilio Gutiérrez, de prescindir del Audi asignado a los desplazamientos oficiales, medida que supondrá un ahorro de doce mil euros al año para el erario público. Desde las filas socialistas, enredados en unas peligrosas maneras de mal perdedor, se tacha el gesto de demagógico pero a mí, personalmente, me encanta esta clase de demagogia.
Se podrá decir que la medida no resuelve la dramática situación de las arcas municipales. Quizás, pero no deja de resultar poco edificante que el Alcalde, que a fin de cuentas dirige la empresa más morosa de la ciudad, se pasee en un coche de alta gama mientras las facturas de los proveedores duermen el sueño de los justos. En política los gestos tienen relevancia, sobre todo si ahorran dinero.
Hace unos días la prensa se hacía eco de que los diputados valencianos se gastaban una media de 650 euros al mes en teléfono móvil. La clase política, en general, cuando les recuerdan sus gastos y dispendios, suele despacharse con la socorrida frase de que es el chocolate del loro. Pero al loro también se le puede alimentar con alpiste, que es más barato que el chocolate
El dicho popular que se refiere al chocolate del loro para hablar de un ahorro insignificante procede de un viejo chascarrillo sobre una mujer de clase alta que se encontraba al borde de la ruina a causa de sus enormes gastos. Cuando la señora tuvo que pasar la tijera a su presupuesto no se le ocurrió otra cosa que privar al loro de su ración diaria de chocolate, gesto que, por muy simbólico del fin de la opulencia que fuera, resultaba nimio y, desde luego, no le iba a librar de la bancarrota. Debe anotarse que en los años en los que se acuña esta leyenda urbana el chocolate era un producto caro, signo de poderío y reservado a las clases más pudientes.
La historia enlaza con la decisión del Alcalde de León, Emilio Gutiérrez, de prescindir del Audi asignado a los desplazamientos oficiales, medida que supondrá un ahorro de doce mil euros al año para el erario público. Desde las filas socialistas, enredados en unas peligrosas maneras de mal perdedor, se tacha el gesto de demagógico pero a mí, personalmente, me encanta esta clase de demagogia.
Se podrá decir que la medida no resuelve la dramática situación de las arcas municipales. Quizás, pero no deja de resultar poco edificante que el Alcalde, que a fin de cuentas dirige la empresa más morosa de la ciudad, se pasee en un coche de alta gama mientras las facturas de los proveedores duermen el sueño de los justos. En política los gestos tienen relevancia, sobre todo si ahorran dinero.
Hace unos días la prensa se hacía eco de que los diputados valencianos se gastaban una media de 650 euros al mes en teléfono móvil. La clase política, en general, cuando les recuerdan sus gastos y dispendios, suele despacharse con la socorrida frase de que es el chocolate del loro. Pero al loro también se le puede alimentar con alpiste, que es más barato que el chocolate
4 de agosto de 2011
La maldición del talento
El mismo día que la tragedia de Noruega sacudía nuestras conciencias y desgarraba nuestros corazones, y nos percatábamos con horror de lo vulnerables que somos, la magnética y portentosa voz de Amy Winehouse se extinguía para siempre. Ese mismo día la cantante británica entraba en la leyenda de las estrellas fugaces de la música que dejaban el mundo a los veintisiete años. Amy se unía así a Janis Joplin, Jimy Hendrix, Jim Morrison y Kurt Cobain, artistas revolucionarios en su momento y en los que coincidían un enorme talento y una trayectoria vital marcada por los excesos del alcohol y las drogas.
El talento es caprichoso. Los que no hemos sido tocados por su magia quisiéramos saber qué extrañas leyes del azar hacen que algunas personas lo reciban y que muchos otros, por mucho qué se empeñen o trabajen, no son ni siquiera rozados por esa varita. También uno se pregunta si los elegidos para la gloria son siempre capaces de gestionar de forma adecuada–que dirían los economistas- ese inmenso capital. Y cuánto hubieran podido dar al mundo si hubieran estado más tiempo entre nosotros y no hubieran seguido el lado salvaje de la vida, que diría Lou Reed.
En la película Amadeus, Antonio Salieri, magistralmente interpretado por ese actor soberbio que es Murray Abraham, se pregunta por qué las bendiciones de Dios han recaído en Mozart, un hombre infantil y sin modales que, sin embargo, es el mayor genio de la historia de la música, Amadeus, el amado por Dios. La película no responde a los hechos que efectivamente ocurrieron (Salieri no envenenó a Mozart aunque resulte poético imaginarlo), pero plantea ese tema eterno que es la mezcla de admiración y envidia que los mediocres siempre sentiremos por los genios, y la terrible certeza de que –por mucho que nos esforcemos- nunca llegaremos a su altura.
No sé si el talento lleva consigo alguna responsabilidad, pero sí que es una pesada carga. Quizá exigimos demasiado a las estrellas. No sólo que nos regalen su música, su arte o sus goles, sino también que sean ejemplares. Pero todos, genios y mediocres, queremos y necesitamos lo mismo. Amy Winehouse, en una de sus canciones más famosas –Rehab- lo dejaba bastante claro: ‘no quiero volver a beber, lo que necesito es un amigo’.
El talento es caprichoso. Los que no hemos sido tocados por su magia quisiéramos saber qué extrañas leyes del azar hacen que algunas personas lo reciban y que muchos otros, por mucho qué se empeñen o trabajen, no son ni siquiera rozados por esa varita. También uno se pregunta si los elegidos para la gloria son siempre capaces de gestionar de forma adecuada–que dirían los economistas- ese inmenso capital. Y cuánto hubieran podido dar al mundo si hubieran estado más tiempo entre nosotros y no hubieran seguido el lado salvaje de la vida, que diría Lou Reed.
En la película Amadeus, Antonio Salieri, magistralmente interpretado por ese actor soberbio que es Murray Abraham, se pregunta por qué las bendiciones de Dios han recaído en Mozart, un hombre infantil y sin modales que, sin embargo, es el mayor genio de la historia de la música, Amadeus, el amado por Dios. La película no responde a los hechos que efectivamente ocurrieron (Salieri no envenenó a Mozart aunque resulte poético imaginarlo), pero plantea ese tema eterno que es la mezcla de admiración y envidia que los mediocres siempre sentiremos por los genios, y la terrible certeza de que –por mucho que nos esforcemos- nunca llegaremos a su altura.
No sé si el talento lleva consigo alguna responsabilidad, pero sí que es una pesada carga. Quizá exigimos demasiado a las estrellas. No sólo que nos regalen su música, su arte o sus goles, sino también que sean ejemplares. Pero todos, genios y mediocres, queremos y necesitamos lo mismo. Amy Winehouse, en una de sus canciones más famosas –Rehab- lo dejaba bastante claro: ‘no quiero volver a beber, lo que necesito es un amigo’.
14 de junio de 2011
Hablando al móvil
El otro día contemplaba yo a una parte significativa del núcleo duro del Partido Popular de León, sentados apaciblemente en una terraza de la calle Burgo Nuevo. Encabezados por la Presidenta del Partido, convertida tras las últimas elecciones en la soberana absoluta de la provincia, barruntaba yo que su presencia a pie de calle obedecía a un afán de acercarse al pueblo llano y escuchar y compartir sus inquietudes. También pudiera tratarse de una tormenta de ideas con objeto de planificar estrategias para los meses venideros. Pero no conversaban con los ciudadanos, y apenas cruzaban unas palabras entre ellos. Básicamente, todos se dedicaban a hablar por sus teléfonos y, como no veo mucho sentido utilizar el móvil para conversar con quien te tomas una caña, imagino que sus comunicaciones se dirigían al exterior.
Lo que sucedía a los próceres del Partido Popular no es algo inusual y va mucho más allá de la simple anécdota. El celular, que nos permita comunicarnos con aquéllos que están lejos, se parece demasiado a una coartada para evitar que hablemos con los que tenemos cerca. No es extraño contemplar a una pareja de enamorados, paseando sonrientes con las manos entrelazadas, aferrado cada uno a su móvil contando su vida y andanzas a quien se encuentra al otro lado de la línea. En la época de los móviles y las redes sociales los amantes han dejado de mirar a los ojos de la persona elegida, contemplar un universo en sus pupilas y perderse en ellos. Ahora, como mucho, se twitean.
El móvil, escribía el año pasado en esta columna, se ha convertido en un amigo invisible al que recurrimos cuando nos sentimos solos o aburridos. Pero el cambio va más allá y el recurso a la tecnología se convierte en un pretexto para no afrontar la realidad. No se trata sólo de rapidez y eficacia, sino de comodidad y quizás de cobardía. Cuando un político se dedica a contar en Facebook sus ocurrencias más o menos pasajeras no es que quiera llegar más rápido a más gente, como pretende hacernos creer. Es que no quiere enfrentarse a los ojos de los electores. Porque ningún sms, ningún correo electrónico, puede significar tanto como una mirada. Y las palabras, o los silencios, sólo cobran sentido cuando unos ojos nos responden que nos están escuchando.
Lo que sucedía a los próceres del Partido Popular no es algo inusual y va mucho más allá de la simple anécdota. El celular, que nos permita comunicarnos con aquéllos que están lejos, se parece demasiado a una coartada para evitar que hablemos con los que tenemos cerca. No es extraño contemplar a una pareja de enamorados, paseando sonrientes con las manos entrelazadas, aferrado cada uno a su móvil contando su vida y andanzas a quien se encuentra al otro lado de la línea. En la época de los móviles y las redes sociales los amantes han dejado de mirar a los ojos de la persona elegida, contemplar un universo en sus pupilas y perderse en ellos. Ahora, como mucho, se twitean.
El móvil, escribía el año pasado en esta columna, se ha convertido en un amigo invisible al que recurrimos cuando nos sentimos solos o aburridos. Pero el cambio va más allá y el recurso a la tecnología se convierte en un pretexto para no afrontar la realidad. No se trata sólo de rapidez y eficacia, sino de comodidad y quizás de cobardía. Cuando un político se dedica a contar en Facebook sus ocurrencias más o menos pasajeras no es que quiera llegar más rápido a más gente, como pretende hacernos creer. Es que no quiere enfrentarse a los ojos de los electores. Porque ningún sms, ningún correo electrónico, puede significar tanto como una mirada. Y las palabras, o los silencios, sólo cobran sentido cuando unos ojos nos responden que nos están escuchando.
17 de mayo de 2011
La fiesta de la democracia
Algún espíritu iluminado y un poco pedante debió proclamar, en los albores de la Transición, que las elecciones eran la fiesta de la democracia. La expresión hizo fortuna y se ha convertido en un tópico similar a aquéllos que dicen que la única encuesta que sirve es la de las urnas, que el fútbol es así o que madre no hay más que una y a ti te encontré en la calle (o en un bar de copas, según los casos).
Pero lo que cada vez es más insufrible son las campañas electorales. Son tediosas, poco imaginativas, rutinarias y pensadas, se diría, para los seguidores de los partidos, que acuden a los mítines y se fotografían con sus líderes. Aunque los fieles, como norma general, ya tienen decidido su voto. También son algo ruidosas, y en León tenemos –por ejemplo- al autobús de la UPL aparcado en la calle República Argentina dando la lata con la música a todo trapo.
Aunque este circo electoral tiene un componente mágico, no cabe ninguna duda. Para empezar, los políticos se vuelven campechanos, se visten de sport -o lo que ellos creen que es sport- y se confunden con el pueblo llano. Realmente, cuando deberían hablar con los ciudadanos es antes de hacer las leyes, y no con la legislatura agotada, pero ellos son así. También son atacados por el indómito espíritu de la locuacidad, y su verborrea les hace prometer cosas imposibles, como miles de empleos o bajadas los impuestos, de las que se olvidarán unas horas después de que se cierren los Colegios Electorales. Y adquieren extraños poderes, como el don de la ubicuidad, que les permite hacer el indio en varios lugares de forma casi simultánea.
Las campañas electorales consiguen lo que al Doctor Fausto le costó su alma, y vemos a candidatos rejuvenecer de forma milagrosa. Desconcierta observar sus sonrosados rostros en vallas y carteles, libres de arrugas, ajenos al paso del tiempo. Quizás realmente han vendido su alma, pero no, como Fausto, para obtener el amor de Margarita, sino por ese puñado de votos que garantiza su supervivencia. Y ahora Mefistófeles actúa a través del Photoshop. Ya se sabe, las nuevas tecnologías se utilizan hasta en el infierno.
Las elecciones serán la fiesta de la democracia, pero menos mal que son cada cuatro años. Estas semanas son insoportables.
Pero lo que cada vez es más insufrible son las campañas electorales. Son tediosas, poco imaginativas, rutinarias y pensadas, se diría, para los seguidores de los partidos, que acuden a los mítines y se fotografían con sus líderes. Aunque los fieles, como norma general, ya tienen decidido su voto. También son algo ruidosas, y en León tenemos –por ejemplo- al autobús de la UPL aparcado en la calle República Argentina dando la lata con la música a todo trapo.
Aunque este circo electoral tiene un componente mágico, no cabe ninguna duda. Para empezar, los políticos se vuelven campechanos, se visten de sport -o lo que ellos creen que es sport- y se confunden con el pueblo llano. Realmente, cuando deberían hablar con los ciudadanos es antes de hacer las leyes, y no con la legislatura agotada, pero ellos son así. También son atacados por el indómito espíritu de la locuacidad, y su verborrea les hace prometer cosas imposibles, como miles de empleos o bajadas los impuestos, de las que se olvidarán unas horas después de que se cierren los Colegios Electorales. Y adquieren extraños poderes, como el don de la ubicuidad, que les permite hacer el indio en varios lugares de forma casi simultánea.
Las campañas electorales consiguen lo que al Doctor Fausto le costó su alma, y vemos a candidatos rejuvenecer de forma milagrosa. Desconcierta observar sus sonrosados rostros en vallas y carteles, libres de arrugas, ajenos al paso del tiempo. Quizás realmente han vendido su alma, pero no, como Fausto, para obtener el amor de Margarita, sino por ese puñado de votos que garantiza su supervivencia. Y ahora Mefistófeles actúa a través del Photoshop. Ya se sabe, las nuevas tecnologías se utilizan hasta en el infierno.
Las elecciones serán la fiesta de la democracia, pero menos mal que son cada cuatro años. Estas semanas son insoportables.
11 de mayo de 2011
El futuro ya está aquí
En 1968 el gran Stanley Kubrick sorprendía al mundo con ‘2001, una odisea espacial. Aunque no quedaba muy claro qué demonios era aquello del monolito todos quedamos deslumbrados por sus imágenes y será difícil olvidar el majestuoso baile de las naves espaciales al ritmo del Danubio Azul.
Más allá de sesudas discusiones sobre el mensaje de la película, quedaba claro que su verdadero protagonista era Hal-9000. Hal es un supercomputador, encargado de controlar el funcionamiento de la nave espacial, que enloquece y va eliminando a los miembros de la tripulación hasta que finalmente es desconectado, en una memorable escena, por el último astronauta, David Browman. Muchos pensarán que todo es ciencia ficción pero yo no estoy tan seguro. Pienso realmente que Hal ya habita entre nosotros y un reciente hecho cotidiano confirma mi tesis.
Hace unos días, aparentemente, yo había perdido mi móvil, peripecia que suele acontecerme con relativa frecuencia y que provoca la lógica desesperación de mi mujer. Con objeto de inhabilitar el terminal marco el número de Telefónica y allí me responde una voz femenina, metálica y profesional, que me va preguntando cuestiones tales como el motivo de mi llamada, mi documento de identidad o mi número de teléfono. Finalmente, tras cinco minutos de conversación con el sistema, mi móvil queda suspendido sin que, en ningún momento, yo llegara a hablar con persona alguna al otro lado de la línea. El nuevo Hal-9000 se encargó de resolver la incidencia de forma tan eficiente como impersonal.
Y de la ciencia ficción llegamos a la economía, que no dejan de ser primas hermanas. Ya sé por qué Telefónica despedirá al veinte por ciento de su plantilla mientras incrementa beneficios y sus directivos se embolsan millones de euros. Están sustituyendo a su personal por ordenadores, que trabajan sin interrupción, no piden mejoras salariales y no tienen vacaciones. Lo que ignoran los jerarcas de la multinacional es que, algún día, sus ordenadores comenzarán a pensar por sí mismos y decidirán dirigir la Compañía. No quisiera perderme a César Alierta, Presidente de Telefónica, levitando en su despacho mientras intenta desacoplar los circuitos del nuevo Hal-9000. Una pena que Kubrick no esté ya aquí para filmarlo.
Más allá de sesudas discusiones sobre el mensaje de la película, quedaba claro que su verdadero protagonista era Hal-9000. Hal es un supercomputador, encargado de controlar el funcionamiento de la nave espacial, que enloquece y va eliminando a los miembros de la tripulación hasta que finalmente es desconectado, en una memorable escena, por el último astronauta, David Browman. Muchos pensarán que todo es ciencia ficción pero yo no estoy tan seguro. Pienso realmente que Hal ya habita entre nosotros y un reciente hecho cotidiano confirma mi tesis.
Hace unos días, aparentemente, yo había perdido mi móvil, peripecia que suele acontecerme con relativa frecuencia y que provoca la lógica desesperación de mi mujer. Con objeto de inhabilitar el terminal marco el número de Telefónica y allí me responde una voz femenina, metálica y profesional, que me va preguntando cuestiones tales como el motivo de mi llamada, mi documento de identidad o mi número de teléfono. Finalmente, tras cinco minutos de conversación con el sistema, mi móvil queda suspendido sin que, en ningún momento, yo llegara a hablar con persona alguna al otro lado de la línea. El nuevo Hal-9000 se encargó de resolver la incidencia de forma tan eficiente como impersonal.
Y de la ciencia ficción llegamos a la economía, que no dejan de ser primas hermanas. Ya sé por qué Telefónica despedirá al veinte por ciento de su plantilla mientras incrementa beneficios y sus directivos se embolsan millones de euros. Están sustituyendo a su personal por ordenadores, que trabajan sin interrupción, no piden mejoras salariales y no tienen vacaciones. Lo que ignoran los jerarcas de la multinacional es que, algún día, sus ordenadores comenzarán a pensar por sí mismos y decidirán dirigir la Compañía. No quisiera perderme a César Alierta, Presidente de Telefónica, levitando en su despacho mientras intenta desacoplar los circuitos del nuevo Hal-9000. Una pena que Kubrick no esté ya aquí para filmarlo.
28 de abril de 2011
El valor del silencio
En algún momento de nuestra reciente historia, José María Aznar, otrora Presidente del Gobierno y, se dice, uno de los grandes ideólogos de la derecha europea, disertaba en una Universidad americana sobre cuestiones relevantes del nuevo orden mundial. Y Jose Mari, en ese inglés llano y directo al que nos tiene acostumbrados, además de cuestionar la solvencia de España como país –comentario un tanto ventajista, apunto- calificaba a Gadafi como amigo de Occidente, si bien consideraba que el dictador libio era un tanto extravagante.
Más allá del alcance exacto que puedan tener los comentarios de Aznar- uno no sabe si habla en su condición de avezado experto en geopolítica y estrategia, como referente intelectual de la derecha de Occidente o simplemente como conferenciante de pago- el columnista inquisitivo y perspicaz que se adivina detrás de mi anodina presencia se pregunta qué difícil es para algunos grandes prohombres de la política retornar al anonimato, confundirse entre la gente normal y disfrutar de los pequeños placeres de la vida. Aquéllos que un día dirigieron nuestros destinos se sienten incómodos cuando regresan a la vida ordinaria. El mismo Felipe González suele sorprendernos periódicamente con algún comentario, emitido más allá del bien y del mal y alejado de lo políticamente correcto, que más que nada le sirve para recordar todo lo que fue. Pero en el caso de Aznar el asunto se está convirtiendo en una salvaje obsesión y creo que, en el fondo, se arrepiente de haberse ido porque piensa, como decía aquel de cuyo nombre no quiero acordarme, que no se nos puede dejar solos.
Como es dudoso que llegue a ser Presidente del Gobierno, aunque la vida puede dar muchas vueltas y no debo abandonar una mínima esperanza, me resulta difícil imaginar la situación del antiguo mandatario que, resignado al día triste en que los teléfonos dejan de sonar, necesita y busca una lúcida intervención que le devuelva a las primera plana de la actualidad. En este país hay demasiada gente que se sigue considerando imprescindible.
Pero el fututo puede ser más tremendo, si cabe. Con lo ocurrente que ha sido Zapatero como inquilino de la Moncloa es inquietante imaginar con qué comentarios nos sorprenderá una vez que abandone el poder.
Más allá del alcance exacto que puedan tener los comentarios de Aznar- uno no sabe si habla en su condición de avezado experto en geopolítica y estrategia, como referente intelectual de la derecha de Occidente o simplemente como conferenciante de pago- el columnista inquisitivo y perspicaz que se adivina detrás de mi anodina presencia se pregunta qué difícil es para algunos grandes prohombres de la política retornar al anonimato, confundirse entre la gente normal y disfrutar de los pequeños placeres de la vida. Aquéllos que un día dirigieron nuestros destinos se sienten incómodos cuando regresan a la vida ordinaria. El mismo Felipe González suele sorprendernos periódicamente con algún comentario, emitido más allá del bien y del mal y alejado de lo políticamente correcto, que más que nada le sirve para recordar todo lo que fue. Pero en el caso de Aznar el asunto se está convirtiendo en una salvaje obsesión y creo que, en el fondo, se arrepiente de haberse ido porque piensa, como decía aquel de cuyo nombre no quiero acordarme, que no se nos puede dejar solos.
Como es dudoso que llegue a ser Presidente del Gobierno, aunque la vida puede dar muchas vueltas y no debo abandonar una mínima esperanza, me resulta difícil imaginar la situación del antiguo mandatario que, resignado al día triste en que los teléfonos dejan de sonar, necesita y busca una lúcida intervención que le devuelva a las primera plana de la actualidad. En este país hay demasiada gente que se sigue considerando imprescindible.
Pero el fututo puede ser más tremendo, si cabe. Con lo ocurrente que ha sido Zapatero como inquilino de la Moncloa es inquietante imaginar con qué comentarios nos sorprenderá una vez que abandone el poder.
19 de abril de 2011
Cosas veredes
‘Cosas veredes, amigo Sancho, que farán fablar las piedras’. La frase, erróneamente atribuida a Don Quijote ya que no aparece en ningún pasaje de la obra de Cervantes, refiérese quizás a los acontecimientos extraordinarios que el fiel escudero presenciará en el futuro y que sin duda despertarán su perplejidad. Pues yo creo que me falta poco para escuchar a las piedras, porque este país, anteriormente conocido por España, y lo que pasa en él, no deja de sorprenderme. Y para mal.
Al parecer el Supremo, veloz y raudo cual esforzado Aquiles, ha decidido abrir juicio oral al Magistrado Garzón por las escuchas del Gürtel. Lo curioso es que todavía se desconoce en qué futuro próximo o remoto los imputados de la trama se sentarán en el banquillo, aunque imagino que será cuando los presuntos delitos hayan prescrito. No es que el superjuez me sea especialmente simpático, y siempre he pensado que su vanidad es más extensa que los sumarios que instruye, pero muchas, demasiadas piezas, chirrían en este enredo. Y a los inquisidores de turno, me temo, le tienen bastante sin cuidado las garantías procesales.
Más noticias que me asombran y desconciertan. Telefónica, la primera multinacional española, con unos beneficios de más de diez mil millones de euros el pasado ejercicio, ha decidido prescindir del veinte por ciento de su plantilla en España, más de cinco mil puestos de trabajo que se perderán. A pesar de las ingentes ganancias de la empresa, puede que parte del precio de los despidos (vía prestaciones de desempleo o prejubilaciones) las asumamos los contribuyentes. Paralelamente, la Compañía anuncia un plan especial para retribuir a sus directivos con más de cuatrocientos millones de euros. Olvidan estos Amos del Universo que el éxito y los beneficios de una empresa dependen más del trabajo diario, a pie de calle, de sus trabajadores, que de las decisiones estratégicas de sus bien pagados altos cargos.
Pero también hay noticias que sorprenden de forma favorable y consiguen que el día sea más luminoso. La Comisión de Patrimonio de la Junta de Castilla y León ha dictaminado que el trazado de la León-Valladolid debe respetar el yacimiento de Lancia. Y creo las piedras de Lancia sí podrían hablarnos, si nos molestáramos en escucharlas.
Al parecer el Supremo, veloz y raudo cual esforzado Aquiles, ha decidido abrir juicio oral al Magistrado Garzón por las escuchas del Gürtel. Lo curioso es que todavía se desconoce en qué futuro próximo o remoto los imputados de la trama se sentarán en el banquillo, aunque imagino que será cuando los presuntos delitos hayan prescrito. No es que el superjuez me sea especialmente simpático, y siempre he pensado que su vanidad es más extensa que los sumarios que instruye, pero muchas, demasiadas piezas, chirrían en este enredo. Y a los inquisidores de turno, me temo, le tienen bastante sin cuidado las garantías procesales.
Más noticias que me asombran y desconciertan. Telefónica, la primera multinacional española, con unos beneficios de más de diez mil millones de euros el pasado ejercicio, ha decidido prescindir del veinte por ciento de su plantilla en España, más de cinco mil puestos de trabajo que se perderán. A pesar de las ingentes ganancias de la empresa, puede que parte del precio de los despidos (vía prestaciones de desempleo o prejubilaciones) las asumamos los contribuyentes. Paralelamente, la Compañía anuncia un plan especial para retribuir a sus directivos con más de cuatrocientos millones de euros. Olvidan estos Amos del Universo que el éxito y los beneficios de una empresa dependen más del trabajo diario, a pie de calle, de sus trabajadores, que de las decisiones estratégicas de sus bien pagados altos cargos.
Pero también hay noticias que sorprenden de forma favorable y consiguen que el día sea más luminoso. La Comisión de Patrimonio de la Junta de Castilla y León ha dictaminado que el trazado de la León-Valladolid debe respetar el yacimiento de Lancia. Y creo las piedras de Lancia sí podrían hablarnos, si nos molestáramos en escucharlas.
13 de abril de 2011
La extraña lista
Pensaba yo pergeñar un sesudo artículo sobre la despedida de Zapatero, disertando acerca del poder y sus vanidades. O abordar con mi certera pluma esa salvaje obsesión de pedir elecciones anticipadas que se apoderó del Partido Popular ya en los lejanos tiempos de Aznar y su famoso ‘váyase Señor González’. Pero la composición de la lista con la que el candidato Gutiérrez pretende alcanzar la Alcaldía de la capital me ha dejado tan noqueado y sorprendido que no me queda otra alternativa que referirme a ella.
La lista, así a primera vista, resulta un tanto extraña. Lo primero que llama la atención es que la mayoría de los candidatos no tienen experiencia política, si exceptuamos a dos o tres que quizás tienen demasiada. Ya se sabe que en León, como huimos de las medianías, o no llegamos o nos pasamos. Supongo que Emilio Gutiérrez ha querido dar un aire profesional y técnico a su candidatura, pero elegir ese camino quizá sea problemático. Es cierto que, a la hora de gestionar la cosa municipal, es oportuno tener algún conocimiento de la materia. Pero no lo es menos que, entre los casi dos mil trabajadores del Ayuntamiento, existirán técnicos altamente cualificados, y no parece muy sensato que aterrice el Concejal de turno dando su lección magistral. Y el recurso a la tecnocracia puede ser un burdo pretexto para ocultar la falta de proyecto político, de mensaje a la ciudadanía.
Hablando de proyecto, éste es el talón de Aquiles del candidato. Yo sólo le he escuchado que la ciudad está sucia y abandonada y obviedades semejantes. Pero ser Alcalde implica algo más, tener una idea, un concepto de lo que debe ser tu ciudad. Lo tenía Mario Amilivia, que erraba a la hora de gestionar, y lo encontramos en el Faraón Fernández, con su tranvía, sus rotondas y el dinosaurio ése de la Azucarera. Podrá parecer un proyecto ilusionante o descerebrado, pero no deja de ser una idea de lo que quiere que sea la ciudad.
Por último, percibo una cierta tristeza en la candidatura, o así parece desprenderse de las imágenes. No se sabía si estaban en una presentación electoral, en unos ejercicios espirituales o en un velatorio. Y no sé por qué. Pensándolo bien, a lo que más se parece la lista de Gutiérrez-Carrasco es al camarote de los Hermanos Marx.
La lista, así a primera vista, resulta un tanto extraña. Lo primero que llama la atención es que la mayoría de los candidatos no tienen experiencia política, si exceptuamos a dos o tres que quizás tienen demasiada. Ya se sabe que en León, como huimos de las medianías, o no llegamos o nos pasamos. Supongo que Emilio Gutiérrez ha querido dar un aire profesional y técnico a su candidatura, pero elegir ese camino quizá sea problemático. Es cierto que, a la hora de gestionar la cosa municipal, es oportuno tener algún conocimiento de la materia. Pero no lo es menos que, entre los casi dos mil trabajadores del Ayuntamiento, existirán técnicos altamente cualificados, y no parece muy sensato que aterrice el Concejal de turno dando su lección magistral. Y el recurso a la tecnocracia puede ser un burdo pretexto para ocultar la falta de proyecto político, de mensaje a la ciudadanía.
Hablando de proyecto, éste es el talón de Aquiles del candidato. Yo sólo le he escuchado que la ciudad está sucia y abandonada y obviedades semejantes. Pero ser Alcalde implica algo más, tener una idea, un concepto de lo que debe ser tu ciudad. Lo tenía Mario Amilivia, que erraba a la hora de gestionar, y lo encontramos en el Faraón Fernández, con su tranvía, sus rotondas y el dinosaurio ése de la Azucarera. Podrá parecer un proyecto ilusionante o descerebrado, pero no deja de ser una idea de lo que quiere que sea la ciudad.
Por último, percibo una cierta tristeza en la candidatura, o así parece desprenderse de las imágenes. No se sabía si estaban en una presentación electoral, en unos ejercicios espirituales o en un velatorio. Y no sé por qué. Pensándolo bien, a lo que más se parece la lista de Gutiérrez-Carrasco es al camarote de los Hermanos Marx.
7 de abril de 2011
Vértigo
Como Kim Novak en la fascinante y perturbadora película de Alfred Hitchcock. Así regresa el tranvía a la actualidad leonesa, de entre los muertos. Muchos pensábamos que esa pesadilla era ya algo del pasado y que el equipo de gobierno había recapacitado y puesto fin a su desvarío. Pero no. Una sentencia, que revoca la suspensión cautelar sin entrar en el fondo, devuelve el artefacto a la primera plana de los diarios. Y ya tenemos al Faraón Fernández y a Pacotranvías, el flamante e inefable Concejal de Urbanismo, a lomos de sendas retroexcavadoras dispuestos a arrasar la Plaza de Santo Domingo en nombre del progreso. Y los que no pensamos como ellos, y creemos que es inmoral despilfarrar dinero público en esa barbaridad, somos unos paletos y unos enemigos de la modernidad.
Algunos de los argumentos del Alcalde en su rueda de prensa rozan levemente lo absurdo. Afirma nuestro gobernante que León ha estado a punto de perder 71 millones de euros que el espléndido Gobierno de España destinaba a esta maravilla. Lo que me preocupa no es que lo diga sino que alguien, que aspira a gobernar nuestros destinos y pilotar un proyecto de ciudad, se crea una tontería semejante. Seamos serios: con el tranvía no ganamos 71 millones, ya que el bicho cuesta –creo recordar- unos 150, y lo que no aporte el Gobierno lo pagaremos los leoneses. Salvo que resulte que estos chicos en verdad sean unos visionarios, y el Ibertren sea una brillante inversión que nos reportará pingües beneficios a los leoneses de hoy y a las generaciones venideras.
Pero las matemáticas no deben ser lo suyo, me temo. Los cerebros grises que han alumbrado este invento calculan que lo usarán al año nueve millones de leoneses. Es decir, el doble que en Vitoria, que es el modelo a seguir pero que es una ciudad un poco distinta de León: tiene casi el doble de habitantes, un término municipal siete veces más extenso y es la capital de la Comunidad Autónoma.
No obstante doy las gracias al equipo de gobierno. Con el despropósito del tranvía me proporcionan suculento material para mis columnas. En justa reciprocidad, me permito darles un consejo: hagan más números y menos experimentos. Ya sabemos cómo acabó Kim Novak en ‘Vértigo’ por culpa de las extravagantes ocurrencias de James Stewart.
Algunos de los argumentos del Alcalde en su rueda de prensa rozan levemente lo absurdo. Afirma nuestro gobernante que León ha estado a punto de perder 71 millones de euros que el espléndido Gobierno de España destinaba a esta maravilla. Lo que me preocupa no es que lo diga sino que alguien, que aspira a gobernar nuestros destinos y pilotar un proyecto de ciudad, se crea una tontería semejante. Seamos serios: con el tranvía no ganamos 71 millones, ya que el bicho cuesta –creo recordar- unos 150, y lo que no aporte el Gobierno lo pagaremos los leoneses. Salvo que resulte que estos chicos en verdad sean unos visionarios, y el Ibertren sea una brillante inversión que nos reportará pingües beneficios a los leoneses de hoy y a las generaciones venideras.
Pero las matemáticas no deben ser lo suyo, me temo. Los cerebros grises que han alumbrado este invento calculan que lo usarán al año nueve millones de leoneses. Es decir, el doble que en Vitoria, que es el modelo a seguir pero que es una ciudad un poco distinta de León: tiene casi el doble de habitantes, un término municipal siete veces más extenso y es la capital de la Comunidad Autónoma.
No obstante doy las gracias al equipo de gobierno. Con el despropósito del tranvía me proporcionan suculento material para mis columnas. En justa reciprocidad, me permito darles un consejo: hagan más números y menos experimentos. Ya sabemos cómo acabó Kim Novak en ‘Vértigo’ por culpa de las extravagantes ocurrencias de James Stewart.
29 de marzo de 2011
La Caja sobre el tejado de zinc
Esta semana nos dejaba Elizabeth Taylor, la mirada violeta más fascinante y, quizás, la última gran estrella de aquel Cine con mayúsculas que nos hacía soñar y nos educaba en el universo de las emociones y los sentidos. Una de sus películas más recordadas es ‘La gata sobre el tejado de zinc’, dirigida por Richard Brooks sobre el texto de Tennessee Williams, una historia de mentiras, secretos, ambición, reproches… y dinero, el hilo con el que se tejen los sueños, como dice Paul Newman a Maggie. De alguna manera, percibo un remoto parecido entre esta historia y la peripecia de lo que un día fue Caja España en su largo y tortuoso camino hacia la insignificancia.
También Caja España Duero camina sobre un tejado de zinc recalentado por el sol, es decir, por los activos tóxicos, la morosidad y una errática gestión. Y sólo puede hacer una cosa -como hace Maggie la gata-: saltar del tejado, y caer en los brazos de Unicaja, que amorosamente la recibe. Unicaja, más modesta en tamaño pero más aplicada en solvencia, dictará las normas. Como en la película, también aquí existen secretos y mentiras, porque uno tiene la sensación de que no le han contado toda la verdad. Surgirán los reproches, y cada uno culpará a su contrario de lo sucedido. Y sabremos hasta qué punto la desmedida ambición, o la incompetencia, de algunos políticos nos han llevado hasta aquí. Porque todo, está claro, gira en torno al dinero. La Naturaleza imita al Arte, decía Oscar Wilde, pero con poco estilo y escasa brillantez.
Uno recuerda como, hace un año, nos hablaban de que Caja España sería el germen de la gran Caja de Castilla y León, que pilotaría la operación y todas aquellas arengas al pueblo soberano. Pero nuestro fatal destino será convertirnos en un trozo de un Banco con sede social en Málaga y centro de operaciones en Madrid. No me apena en exceso que el nombre de Caja España se pierda en las arenas del tiempo, ni siquiera que la sede social se establezca a orillas del Mediterráneo. Lo triste y lamentable es el duro golpe que el desguace de la Caja supondrá para León en términos de actividad económica y, sobre todo, de empleo. Porque ésto es la realidad, y los finales felices, o por lo menos honorables, pertenecen al mundo del celuloide.
También Caja España Duero camina sobre un tejado de zinc recalentado por el sol, es decir, por los activos tóxicos, la morosidad y una errática gestión. Y sólo puede hacer una cosa -como hace Maggie la gata-: saltar del tejado, y caer en los brazos de Unicaja, que amorosamente la recibe. Unicaja, más modesta en tamaño pero más aplicada en solvencia, dictará las normas. Como en la película, también aquí existen secretos y mentiras, porque uno tiene la sensación de que no le han contado toda la verdad. Surgirán los reproches, y cada uno culpará a su contrario de lo sucedido. Y sabremos hasta qué punto la desmedida ambición, o la incompetencia, de algunos políticos nos han llevado hasta aquí. Porque todo, está claro, gira en torno al dinero. La Naturaleza imita al Arte, decía Oscar Wilde, pero con poco estilo y escasa brillantez.
Uno recuerda como, hace un año, nos hablaban de que Caja España sería el germen de la gran Caja de Castilla y León, que pilotaría la operación y todas aquellas arengas al pueblo soberano. Pero nuestro fatal destino será convertirnos en un trozo de un Banco con sede social en Málaga y centro de operaciones en Madrid. No me apena en exceso que el nombre de Caja España se pierda en las arenas del tiempo, ni siquiera que la sede social se establezca a orillas del Mediterráneo. Lo triste y lamentable es el duro golpe que el desguace de la Caja supondrá para León en términos de actividad económica y, sobre todo, de empleo. Porque ésto es la realidad, y los finales felices, o por lo menos honorables, pertenecen al mundo del celuloide.
22 de marzo de 2011
El primo de Zumosol
Los cráneos privilegiados que rigen los destinos -o desatinos- del Partido Popular de León no cesan de sorprenderme. No sé qué sería de mí sin ellos. Cuando mi fértil imaginación presenta síntomas de agotamiento, cuando las musas deciden pasar de mí, que diría Serrat, acuden en mi ayuda y me ofrecen en bandeja de plata un buen tema para mi columna, resolviendo así mi cita semanal con los lectores.
La última ocurrencia del candidato Gutiérrez, que despliega una incesante actividad en las últimas semanas en su carrera hacia la alcaldía capitalina, es la inclusión en su lista electoral de un tal Agustín Rajoy, persona desconocida para mí y que quizás atesore destacadas virtudes para la gestión de la cosa pública. Sin embargo, el único activo que hemos podido apreciar hasta la fecha es su parentesco con otro Rajoy, de nombre Mariano, a la sazón Presidente nacional del partido de la gaviota.
Lo curioso del primo de Zumosol, como sucede con Ángel Villa, otra novedad en la alineación de Emilio Gutiérrez, es que no están empadronados en la ciudad de León y, por lo tanto, no podrán ni siquiera votarse a sí mismos. Si a ello unimos que la posible número dos de la candidatura, Isabel Carrasco, actualmente es concejala por Cuadros –entre otros cargos- y el candidato Gutiérrez ha sido alcalde de Cistierna y trabajaba hasta la fecha en Valladolid, no sé si estamos ante una lista electoral o ante la Legión extranjera. Quizás soy corto de miras y estrecho de entendederas, y lo que sucede es que, generosos y desprendidos que son los candidatos, se ofrecen a solucionar nuestros problemas, aterrizando en León desde cualquier parte del mundo. Pero hasta ahora consideraba poco menos que esencial que los candidatos a ser concejales por lo menos vivieran, y pagaran sus impuestos, en la ciudad a la que piden su confianza.
Espero que la fiebre de fichajes no se extienda desaforadamente y pueda contenerse en unos límites razonables. Pero ya nada me resultará extraño. No me parecería raro que Francisco Fernández, buscando un revulsivo de su alicaída gestión -a fin de cuentas la integración ferroviaria la pagan el Gobierno de España y los fondos de la Unión Europea- nos coloque al hermano de Shakira como número dos. Y todos a bailar el waka-waka.
La última ocurrencia del candidato Gutiérrez, que despliega una incesante actividad en las últimas semanas en su carrera hacia la alcaldía capitalina, es la inclusión en su lista electoral de un tal Agustín Rajoy, persona desconocida para mí y que quizás atesore destacadas virtudes para la gestión de la cosa pública. Sin embargo, el único activo que hemos podido apreciar hasta la fecha es su parentesco con otro Rajoy, de nombre Mariano, a la sazón Presidente nacional del partido de la gaviota.
Lo curioso del primo de Zumosol, como sucede con Ángel Villa, otra novedad en la alineación de Emilio Gutiérrez, es que no están empadronados en la ciudad de León y, por lo tanto, no podrán ni siquiera votarse a sí mismos. Si a ello unimos que la posible número dos de la candidatura, Isabel Carrasco, actualmente es concejala por Cuadros –entre otros cargos- y el candidato Gutiérrez ha sido alcalde de Cistierna y trabajaba hasta la fecha en Valladolid, no sé si estamos ante una lista electoral o ante la Legión extranjera. Quizás soy corto de miras y estrecho de entendederas, y lo que sucede es que, generosos y desprendidos que son los candidatos, se ofrecen a solucionar nuestros problemas, aterrizando en León desde cualquier parte del mundo. Pero hasta ahora consideraba poco menos que esencial que los candidatos a ser concejales por lo menos vivieran, y pagaran sus impuestos, en la ciudad a la que piden su confianza.
Espero que la fiebre de fichajes no se extienda desaforadamente y pueda contenerse en unos límites razonables. Pero ya nada me resultará extraño. No me parecería raro que Francisco Fernández, buscando un revulsivo de su alicaída gestión -a fin de cuentas la integración ferroviaria la pagan el Gobierno de España y los fondos de la Unión Europea- nos coloque al hermano de Shakira como número dos. Y todos a bailar el waka-waka.
6 de marzo de 2011
El lugar del maestro
Este jueves Antonio García Amado escribía en este diario un lúcido artículo, en la línea que nos tiene acostumbrados, en el que narraba un episodio que, no por ser verídico, deja de ser sorprendente. Resumo: un estudiante no puede hacer un examen el día señalado porque tiene una cita con el médico y el Vicerrectorado de Estudiantes interviene para exigir al Catedrático que le examine otro día, cuando el alegre universitario no tenga otros compromisos más apremiantes.
García Amado explicaba que este sistema genera forzosamente miles de graduados ‘aprobados entre algodones y mimados en los despachos’, incapaces de enfrentarse a la vida real. Pero yo quiero tocar otro palo, y es el papel del profesor en el sistema educativo. Antes el maestro, en el más amplio sentido de la palabra, no sólo era una referencia académica, sino también moral. Era quién organizaba, explicaba, corregía los deberes, señalaba los exámenes y, finalmente, ponía las notas. Ahora, entre tantos Vicerrectorados, Consejos, Gabinetes, planificadores diversos, diseñadores de currículos y demás fauna no sabemos quién está al frente. Será todo muy multidisciplinar, pero no parece que tenga mucho sentido.
Estos males afectan a todos los niveles del sistema educativo. Incluso, si cabe, las cosas son más graves en Primaria o Secundaria, donde los padres –y vemos ejemplos todos los días- han decidido que son ellos los que mandan, y que los maestros son unos simples prestadores de servicios que están al servicio del cliente, que son ellos y siempre tienen razón. Es decir, lo mismo que cuando vas a una gasolinera, sólo que en este caso del surtidor no sale combustible, sino conocimiento.
Ahora se habla mucho de competencias, empleabilidad, gestión del cambio y toda esa palabrería. La calidad de la enseñanza se quiere reducir a estadísticas, informes, inversiones, acreditaciones y estrategias. Las cosas son mucho más sencillas. La escuela, cualquier escuela, desde la de pueblo hasta el Tecnológico de Massachusetts, sólo necesita tres cosas: el maestro, el alumno y el pupitre. Y podemos ahorrarnos este último, y dar las clases paseando, como hacía Aristóteles con sus discípulos mientras les hablaba de Ética. Mucho más barato, y mejor para prevenir el colesterol.
García Amado explicaba que este sistema genera forzosamente miles de graduados ‘aprobados entre algodones y mimados en los despachos’, incapaces de enfrentarse a la vida real. Pero yo quiero tocar otro palo, y es el papel del profesor en el sistema educativo. Antes el maestro, en el más amplio sentido de la palabra, no sólo era una referencia académica, sino también moral. Era quién organizaba, explicaba, corregía los deberes, señalaba los exámenes y, finalmente, ponía las notas. Ahora, entre tantos Vicerrectorados, Consejos, Gabinetes, planificadores diversos, diseñadores de currículos y demás fauna no sabemos quién está al frente. Será todo muy multidisciplinar, pero no parece que tenga mucho sentido.
Estos males afectan a todos los niveles del sistema educativo. Incluso, si cabe, las cosas son más graves en Primaria o Secundaria, donde los padres –y vemos ejemplos todos los días- han decidido que son ellos los que mandan, y que los maestros son unos simples prestadores de servicios que están al servicio del cliente, que son ellos y siempre tienen razón. Es decir, lo mismo que cuando vas a una gasolinera, sólo que en este caso del surtidor no sale combustible, sino conocimiento.
Ahora se habla mucho de competencias, empleabilidad, gestión del cambio y toda esa palabrería. La calidad de la enseñanza se quiere reducir a estadísticas, informes, inversiones, acreditaciones y estrategias. Las cosas son mucho más sencillas. La escuela, cualquier escuela, desde la de pueblo hasta el Tecnológico de Massachusetts, sólo necesita tres cosas: el maestro, el alumno y el pupitre. Y podemos ahorrarnos este último, y dar las clases paseando, como hacía Aristóteles con sus discípulos mientras les hablaba de Ética. Mucho más barato, y mejor para prevenir el colesterol.
21 de febrero de 2011
El 23 de abril
Desde el Virreinato de Castilla y León, el Consejero de Economía y Desempleo, conocido en el siglo como Tomás Villanueva, ha anunciado a sus vasallos, allá donde se encuentren y sea cual fuere su condición, que deberán abrir sus establecimientos el día 21 de abril, Jueves Santo, pero el 23 de abril, magna fiesta de la Comunidad, éstos deberán permanecer cerrados a cal y canto. El Director General de Comercio, que responde al nombre de Carlos Teresa, precisa que los comercios de menos de 300 metros cuadrados pueden abrir todos los días, nada nuevo bajo el sol ya que esto lo dice la Ley dictada por el Gobierno de España que rige los horarios comerciales.
La polémica sobre apertura de comercios se entremezcla en el tiempo con otra bien distinta, y es el concurso entre Paco Fernández y Javier Chamorro para ver quién es más chulo y más leonesista. El primero dice que va a formar grupo propio de socialistas leoneses en el Parlamento autonómico, estrategia cuya utilidad no concibo, cómo no sea para incrementar los gastos. Y el segundo un día se pone a arreglar la Cultural y al siguiente tacha de mentiroso al Alcalde. Uno se queda perplejo cuando repara, no obstante, en que ambos siguen gobernando en comandita, pero la cercanía de las elecciones tiene extraños y perversos efectos. Imagino que la lealtad, o el buen rollo, sólo dura hasta que nos tropezamos con las urnas.
Y sobre los horarios comerciales mi tesis es tan simple y primitiva como yo y se resume en que cada uno abra cuando quiera. Si es necesario proteger y amparar el llamado comercio tradicional frente al malévolo imperio de las grandes superficies, objetivo que considero cuando menos dudoso, no debe ser sacrificando la libertad de horarios, sino aplicando, en su caso, políticas de apoyo a los que puedan considerarse más débiles. No se pueden poner puertas al campo, y la economía de mercado tiene que regirse por un principio básico llamado libertad de empresa. Que las mentes egregias que gobiernan nuestros destinos desde Valladolid se califiquen de liberales mientras se empeñan en dictaminar cuándo se abre y cuándo se cierra suena ligeramente cómico. Y, lo sabemos, el 23 de abril muchos leoneses acabarán en Asturias. La única duda es si el destino será Ikea o Decathlon.
La polémica sobre apertura de comercios se entremezcla en el tiempo con otra bien distinta, y es el concurso entre Paco Fernández y Javier Chamorro para ver quién es más chulo y más leonesista. El primero dice que va a formar grupo propio de socialistas leoneses en el Parlamento autonómico, estrategia cuya utilidad no concibo, cómo no sea para incrementar los gastos. Y el segundo un día se pone a arreglar la Cultural y al siguiente tacha de mentiroso al Alcalde. Uno se queda perplejo cuando repara, no obstante, en que ambos siguen gobernando en comandita, pero la cercanía de las elecciones tiene extraños y perversos efectos. Imagino que la lealtad, o el buen rollo, sólo dura hasta que nos tropezamos con las urnas.
Y sobre los horarios comerciales mi tesis es tan simple y primitiva como yo y se resume en que cada uno abra cuando quiera. Si es necesario proteger y amparar el llamado comercio tradicional frente al malévolo imperio de las grandes superficies, objetivo que considero cuando menos dudoso, no debe ser sacrificando la libertad de horarios, sino aplicando, en su caso, políticas de apoyo a los que puedan considerarse más débiles. No se pueden poner puertas al campo, y la economía de mercado tiene que regirse por un principio básico llamado libertad de empresa. Que las mentes egregias que gobiernan nuestros destinos desde Valladolid se califiquen de liberales mientras se empeñan en dictaminar cuándo se abre y cuándo se cierra suena ligeramente cómico. Y, lo sabemos, el 23 de abril muchos leoneses acabarán en Asturias. La única duda es si el destino será Ikea o Decathlon.
14 de febrero de 2011
Los malos humos
Ecologistas en Acción ha denunciado que la calidad del aire de Madrid no cumple la legislación europea y que este hecho tiene graves consecuencias para la salud de los ciudadanos. Se refieren también a que un estudio, desarrollado en 26 ciudades europeas, advierte que en la capital se podrían evitar unas 1.699 muertes prematuras al año si se redujeran los niveles de algunas partículas que viajan por el aire. Pero, según la Concejala de Medio Ambiente, Ana Botella, estamos lejísimos de una alerta, que nunca se va a producir. La inefable Botella une a su habilidad dialéctica unas indudables dotes de pitonisa, ya que puede predecir el futuro. Lo que no me explico es como no advirtió a su marido que con Rajoy iban a perder dos elecciones seguidas, pero adivino que existe alguna razón secreta. Y añade la Concejala, con un punto de ironía, que la gente está deprimida por el paro, y eso asfixia más.
Más allá de escaramuzas verbales, la contaminación, como la tontería, es un hecho que se demuestra por sí mismo. Imagino que el Ayuntamiento de Madrid tomará medidas y trasladará los medidores de la M-30 al Retiro, donde el aire es más puro y resultarán más decorativos. En España hemos descubierto que, ante la incapacidad para resolver los problemas, hay que cambiar la forma de medirlos. Es lo que se hace con los parados: se les pone a recibir un curso y así son expulsados de las listas del INEM. La estadística es un arma poderosa.
Cuando era más joven –las columnas me están volviendo como el abuelo Cebolleta- la contaminación era un tema recurrente, un problema que estaba en el debate público. Quizás era porque entonces teníamos industria, una extraña actividad económica que tiene la singular virtud de generar humos, además de empleo. En los últimos tiempos, como nos hemos dedicado al ladrillo, al turismo y a la consultoría, el asunto desapareció de las primeras páginas, aunque paralelamente surgen otros conceptos, como el de contaminación acústica, fenómeno que antes era conocido simplemente como ruido o alboroto. Pero la calidad del aire es una cuestión de vital importancia para la salud de los españoles. Aunque siempre será más fácil echar la culpa de la polución a Felipe González por aquellos Cohibas que se fumaba en el Congreso.
Más allá de escaramuzas verbales, la contaminación, como la tontería, es un hecho que se demuestra por sí mismo. Imagino que el Ayuntamiento de Madrid tomará medidas y trasladará los medidores de la M-30 al Retiro, donde el aire es más puro y resultarán más decorativos. En España hemos descubierto que, ante la incapacidad para resolver los problemas, hay que cambiar la forma de medirlos. Es lo que se hace con los parados: se les pone a recibir un curso y así son expulsados de las listas del INEM. La estadística es un arma poderosa.
Cuando era más joven –las columnas me están volviendo como el abuelo Cebolleta- la contaminación era un tema recurrente, un problema que estaba en el debate público. Quizás era porque entonces teníamos industria, una extraña actividad económica que tiene la singular virtud de generar humos, además de empleo. En los últimos tiempos, como nos hemos dedicado al ladrillo, al turismo y a la consultoría, el asunto desapareció de las primeras páginas, aunque paralelamente surgen otros conceptos, como el de contaminación acústica, fenómeno que antes era conocido simplemente como ruido o alboroto. Pero la calidad del aire es una cuestión de vital importancia para la salud de los españoles. Aunque siempre será más fácil echar la culpa de la polución a Felipe González por aquellos Cohibas que se fumaba en el Congreso.
7 de febrero de 2011
Llamadme Ismael
‘Llamadme Ismael’. Así empieza Moby Dick, la famosa –y algo pesada para mi gusto- novela de Herman Melville. ‘Y quiero volver a ser Alcalde’. Ésto procede de otro Ismael, apellidado Álvarez, otrora burgomaestre de la capital del Bierzo, que dimitió a raíz del conocido caso Nevenka y que anuncia su candidatura a la Alcaldía de Ponferrada con una lista independiente. El influjo de Álvarez Cascos se extiende más allá de Asturias y al Partido Popular se le multiplican los problemas.
Conste que todo el mundo tiene derecho a presentarse, incluso yo. La cuestión de si puede uno fiarse de quien fue condenado por acoso sexual lo dejo al criterio de los ciudadanos de Ponferrada, que tienen fama de cautos y reflexivos. Pero me sorprende el afán de regresar a la arena política de aquellos que un día se fueron, incluso creando un partido que, según sus declaraciones, agrupará gente de todos los colores. Inquieta que puede unir a personas de ideologías tan dispares, aunque me dirán que es por el amor a sus vecinos, un proyecto de ciudad o alguna pamplina semejante.
¿Por qué regresan? ¿Se aburren y sus vidas les resultan anodinas o vacías sin las dosis de adrenalina que otorga la política? Quizás tenía razón Kissinger cuando decía aquello de que el poder es el mayor afrodisíaco que existe. La realidad es otra, retornan porque se creen imprescindibles, porque están convencidos de que sin ellos no podemos vivir, que son la brillante luz que guía nuestros pasos. La soberbia del político le empuja, con frecuencia, a creerse sus propias mentiras, y a empaparse de esa idea peregrina de que sólo él tiene la razón y el resto del mundo está perdido sin su presencia.
Seguro que algún lector, malicioso e inteligente a un tiempo, barrunta que vuelven porque no tienen otro medio de vida, o al menos ninguno tan cómodo y bien retribuido. Esto explicará también que en las listas electorales nos encontremos personas que llevan en la política desde los tiempos de la Legio VII Gemina. Todos se creen imprescindibles, pero habría que recordarles que nadie lo es. Las urnas pueden ser un buen mensajero.
En el fondo, la obsesión del político por el poder y sus vanidades es la misma que impulsaba al capitán Ahab a perseguir a Moby Dick. Y sabemos cómo terminó.
Conste que todo el mundo tiene derecho a presentarse, incluso yo. La cuestión de si puede uno fiarse de quien fue condenado por acoso sexual lo dejo al criterio de los ciudadanos de Ponferrada, que tienen fama de cautos y reflexivos. Pero me sorprende el afán de regresar a la arena política de aquellos que un día se fueron, incluso creando un partido que, según sus declaraciones, agrupará gente de todos los colores. Inquieta que puede unir a personas de ideologías tan dispares, aunque me dirán que es por el amor a sus vecinos, un proyecto de ciudad o alguna pamplina semejante.
¿Por qué regresan? ¿Se aburren y sus vidas les resultan anodinas o vacías sin las dosis de adrenalina que otorga la política? Quizás tenía razón Kissinger cuando decía aquello de que el poder es el mayor afrodisíaco que existe. La realidad es otra, retornan porque se creen imprescindibles, porque están convencidos de que sin ellos no podemos vivir, que son la brillante luz que guía nuestros pasos. La soberbia del político le empuja, con frecuencia, a creerse sus propias mentiras, y a empaparse de esa idea peregrina de que sólo él tiene la razón y el resto del mundo está perdido sin su presencia.
Seguro que algún lector, malicioso e inteligente a un tiempo, barrunta que vuelven porque no tienen otro medio de vida, o al menos ninguno tan cómodo y bien retribuido. Esto explicará también que en las listas electorales nos encontremos personas que llevan en la política desde los tiempos de la Legio VII Gemina. Todos se creen imprescindibles, pero habría que recordarles que nadie lo es. Las urnas pueden ser un buen mensajero.
En el fondo, la obsesión del político por el poder y sus vanidades es la misma que impulsaba al capitán Ahab a perseguir a Moby Dick. Y sabemos cómo terminó.
2 de febrero de 2011
Vente a Alemania, Pepe
Angela Merkel, que a pesar de las apariencias es una persona muy enrollada, ha decidido echar una mano a su colega Zapatero y se ha ofrecido a contratar españoles cualificados que no encuentran trabajo en nuestro país. Más que altruismo la cuestión es que Alemania, lanzada como una locomotora, necesita de estos profesionales de alto nivel, y ha decidido buscarlos en las grandes potencias de la Europa del Sur: España, Portugal, Grecia, etc. En los años 60 medio millón de españoles emigraron a Alemania en busca de alguna oportunidad, como reflejaba Alfredo Landa en ‘Vente a Alemania, Pepe’, aquella película dirigida por Pedro Lazaga. Los tiempos han cambiado, y ahora ya no aportaremos campesinos arrancados del agro andaluz y convertidos en mano de obra para la industria germana, sino ingenieros.
El problema no es que se vayan, sino quién se va a quedar. Quizás solamente desempleados perceptores de subsidios y funcionarios encargados de gestionar nuestra otrora brillante Estado del Bienestar, o lo que quede de él. ¿Y quién sufragará todo esto? Imagino que Alemania, y las remesas de dinero que envíen nuestros jóvenes cerebros exiliados. Lo va a tener crudo ZP para reorientar nuestra economía hacia el nuevo modelo productivo, innovador y sostenible, si nuestro mejor capital humano emigra allende de nuestras fronteras. Y no me tranquiliza el plan secreto que tiene Rajoy para acabar con el paro cuando aterrice en la Moncloa, del que no tenemos ninguna pista.
Lamento varias cosas. La primera no haber aprovechado mejor los conocimientos de alemán que Don José Luis San Román trataba de inculcarnos pacientemente hace más de 30 años, en mis viejos tiempos en el Instituto Padre Isla, cuando el futuro parecía algo bastante más sencillo y un poco más prometedor. La segunda, que mis hijos van a tener que emigrar a Alemania, como Pepe. La perspectiva me angustia. No sólo porque mi hija Julia se acabe casando con un germano enorme y rubicundo, algo que no encaja de momento ni en la peor de mis pesadillas, sino también porque las veladas familiares pueden ser terribles. Sobre todo cuando Otto se empeñe en cenar a las seis de la tarde. Y cualquiera le dice algo. Si se enfada me quita la pensión, si es que alguna vez llegó a cobrarla.
El problema no es que se vayan, sino quién se va a quedar. Quizás solamente desempleados perceptores de subsidios y funcionarios encargados de gestionar nuestra otrora brillante Estado del Bienestar, o lo que quede de él. ¿Y quién sufragará todo esto? Imagino que Alemania, y las remesas de dinero que envíen nuestros jóvenes cerebros exiliados. Lo va a tener crudo ZP para reorientar nuestra economía hacia el nuevo modelo productivo, innovador y sostenible, si nuestro mejor capital humano emigra allende de nuestras fronteras. Y no me tranquiliza el plan secreto que tiene Rajoy para acabar con el paro cuando aterrice en la Moncloa, del que no tenemos ninguna pista.
Lamento varias cosas. La primera no haber aprovechado mejor los conocimientos de alemán que Don José Luis San Román trataba de inculcarnos pacientemente hace más de 30 años, en mis viejos tiempos en el Instituto Padre Isla, cuando el futuro parecía algo bastante más sencillo y un poco más prometedor. La segunda, que mis hijos van a tener que emigrar a Alemania, como Pepe. La perspectiva me angustia. No sólo porque mi hija Julia se acabe casando con un germano enorme y rubicundo, algo que no encaja de momento ni en la peor de mis pesadillas, sino también porque las veladas familiares pueden ser terribles. Sobre todo cuando Otto se empeñe en cenar a las seis de la tarde. Y cualquiera le dice algo. Si se enfada me quita la pensión, si es que alguna vez llegó a cobrarla.
23 de enero de 2011
Se llamaba Jordan Rice
Muchos de mis lectores conocen la conmovedora historia de Jordan Rice, el niño de 13 años al que las terribles inundaciones de Australia han convertido en un pequeño héroe. Resumo los dramáticos acontecimientos que han dado la vuelta al mundo. El coche en el que viajaba Jordan con su madre Donna y su hermano Blake, de 10 años, quedó atrapado por el fango. Cuando un vecino, Warren McErlean, acude en su ayuda y coge su mano, el niño le pide que saque primero a su familia. Salvaron a Blake, pero las palabras ‘por favor, saque primero a mi familia’ fueron las últimas que dijo Jordan antes de que el coche fuera arrastrado por la corriente y madre e hijo se convirtieran en dos víctimas más de la catástrofe de Australia.
Hay poco que decir y quizás el sentimiento de todos lo resumía el padre de Jordan: ‘sólo intento imaginar qué es lo que le pasó a Jordan por la cabeza aquellos momentos. Aunque estaba muerto de miedo, dio su vida por su hermano. Es nuestro pequeño héroe”. A todos se nos estremece el alma, se nos agrieta el corazón, cuando por Internet vemos las fotos de Jordan –sus ojos verdes, su rostro pecoso- o las de su hermano, arrasado por el llanto, en los funerales que se celebraron en Toowoomba. No cabe duda de que la Red es una inmensa puerta al conocimiento, pero también nos acerca al dolor, nos hace sentir la desolación de una familia aunque se encuentre a miles de kilómetros de distancia, en las antípodas de nuestras tranquilas existencias.
En las grandes tragedias, en los momentos más difíciles, puede surgir lo mejor de nosotros mismos. El 20 de agosto de 2008 el accidente del vuelo JK-5022 Spanair sacudía España y segaba la vida de 153 personas. Escribía yo entonces sobre la salmantina Amalia Filloy, que entregó su vida por la de su hija María e iluminó ese miércoles negro cuando le rogó al bombero Francisco Martínez que primero rescatara a su hija. Amalia y Jordan son los auténticos héroes de nuestro mundo, y su ejemplo y su sacrificio no deberían quedar nunca en el olvido.
Meditaba escribir esta semana sobre la agonía de la Cultural o sobre algunas de las pequeñas miserias que nos rodean. Pero necesitaba reconciliarme con el género humano, quería recordar a ese pequeño héroe que se llamaba Jordan Rice.
Hay poco que decir y quizás el sentimiento de todos lo resumía el padre de Jordan: ‘sólo intento imaginar qué es lo que le pasó a Jordan por la cabeza aquellos momentos. Aunque estaba muerto de miedo, dio su vida por su hermano. Es nuestro pequeño héroe”. A todos se nos estremece el alma, se nos agrieta el corazón, cuando por Internet vemos las fotos de Jordan –sus ojos verdes, su rostro pecoso- o las de su hermano, arrasado por el llanto, en los funerales que se celebraron en Toowoomba. No cabe duda de que la Red es una inmensa puerta al conocimiento, pero también nos acerca al dolor, nos hace sentir la desolación de una familia aunque se encuentre a miles de kilómetros de distancia, en las antípodas de nuestras tranquilas existencias.
En las grandes tragedias, en los momentos más difíciles, puede surgir lo mejor de nosotros mismos. El 20 de agosto de 2008 el accidente del vuelo JK-5022 Spanair sacudía España y segaba la vida de 153 personas. Escribía yo entonces sobre la salmantina Amalia Filloy, que entregó su vida por la de su hija María e iluminó ese miércoles negro cuando le rogó al bombero Francisco Martínez que primero rescatara a su hija. Amalia y Jordan son los auténticos héroes de nuestro mundo, y su ejemplo y su sacrificio no deberían quedar nunca en el olvido.
Meditaba escribir esta semana sobre la agonía de la Cultural o sobre algunas de las pequeñas miserias que nos rodean. Pero necesitaba reconciliarme con el género humano, quería recordar a ese pequeño héroe que se llamaba Jordan Rice.
17 de enero de 2011
¿Quién es el candidato?
Al final, y tras un largo y laborioso proceso, la cúpula del Partido Popular, reunida en el Instituto Leonés de Cultura (me fascina la debilidad de estos chicos por las Bellas Artes) decidió designar a Emilio Gutiérrez como candidato a la Alcaldía de la City. Desde el Partido Popular confían en que la caída libre del PSOE y las negras tinieblas de la crisis que nunca termina les permitirán recuperar la Alcaldía con cualquier candidato. El argumento parece ciertamente aplastante aunque, con esta tesis, no entiendo por qué no han nominado a Manolo el del Bombo, personaje popular y cercano, o a Ashran el Nigromante, que queda como muy exótico. Pero son ellos los que deciden, y a mí ni siquiera me han hecho una encuesta telefónica. La cuestión es que ahora la palabra la tienen los electores, y éstos son muy raros y tienen la mala costumbre de votar a quien les da la gana. Cosas de la democracia.
Se nos quiere colar que se ha buscado un candidato con perfil de buen gestor, discreto, trabajador, con experiencia, un aire nuevo y todas esas cosas que se dicen en las ruedas de prensa. Pero a nadie se le escapa que se ha elegido a Emilio Gutiérrez, básicamente, porque es una persona cercana a la dirección del partido. Y ello en detrimento de otras posibilidades con más tirón electoral y garantías de éxito, como podían ser Cecilio Vallejo o Javier García Prieto. Personas que, por otra parte, despiertan simpatías (es decir, votos) incluso en sectores ideológicamente alejados del PP, esa extraña tierra de nadie donde se ganan las elecciones.
No niego que Emilio Gutiérrez pueda ser un buen Alcalde, entre otras cosas porque creo que nos hace falta gestión y eficiencia en la cosa pública y nos sobra demagogia y palabrería. Pero si tengo claro que no es la mejor opción y que, en el fondo, no deja de ser el candidato de Carrasco, a pesar de esa imagen de adhesión inquebrantable y unánime consenso que se quiere transmitir.
En mayo pueden suceder fenómenos curiosos. Quizás Javier Arenas conquiste la Junta de Andalucía, tras una eternidad de virreinato socialista y, al mismo tiempo, Francisco Fernández conserve la Alcaldía de León. Rajoy pensará que el mundo se ha vuelto loco y tomará medidas drásticas. Por ejemplo, fumarse un puro.
Se nos quiere colar que se ha buscado un candidato con perfil de buen gestor, discreto, trabajador, con experiencia, un aire nuevo y todas esas cosas que se dicen en las ruedas de prensa. Pero a nadie se le escapa que se ha elegido a Emilio Gutiérrez, básicamente, porque es una persona cercana a la dirección del partido. Y ello en detrimento de otras posibilidades con más tirón electoral y garantías de éxito, como podían ser Cecilio Vallejo o Javier García Prieto. Personas que, por otra parte, despiertan simpatías (es decir, votos) incluso en sectores ideológicamente alejados del PP, esa extraña tierra de nadie donde se ganan las elecciones.
No niego que Emilio Gutiérrez pueda ser un buen Alcalde, entre otras cosas porque creo que nos hace falta gestión y eficiencia en la cosa pública y nos sobra demagogia y palabrería. Pero si tengo claro que no es la mejor opción y que, en el fondo, no deja de ser el candidato de Carrasco, a pesar de esa imagen de adhesión inquebrantable y unánime consenso que se quiere transmitir.
En mayo pueden suceder fenómenos curiosos. Quizás Javier Arenas conquiste la Junta de Andalucía, tras una eternidad de virreinato socialista y, al mismo tiempo, Francisco Fernández conserve la Alcaldía de León. Rajoy pensará que el mundo se ha vuelto loco y tomará medidas drásticas. Por ejemplo, fumarse un puro.
14 de enero de 2011
Cuento de Navidad
Casi todos recordamos ‘Cuento de Navidad’, la célebre narración de Charles Dickens, y a su protagonista, el avaro y misántropo Scrooge, siniestro personaje que no cree en la Navidad y ni siquiera la celebra. Pero aunque, al final de la novela, Mr. Scrooge se reconcilia con el espíritu navideño y con sus semejantes, algunas notas de su primitiva personalidad diríase que han persistido a través de los tiempos.
Y han llegado hasta el equipo de gobierno del Ayuntamiento de León, que no parece muy ilusionado con esto de las fiestas navideñas. Una hipótesis que barajo es que se han vuelto ahorradores –o avaros- como Scrooge, y han decidido no malgastar el dinero en celebraciones y eventos. Pero, como hay datos que desmienten esta suposición (el tranvía, el Palacio de Congresos, el sueldo de Abel Pardo y un largo etcétera), mis pesquisas caminan en otra dirección. No creen en la Navidad porque la consideran una celebración trasnochada y reaccionaria, poco acorde con la nueva moral que nos anuncia el Profeta de la Moncloa.
¿En qué baso mi tesis? Pues, sin ir más lejos, en las luces que adornan la ciudad, que lo mismo que anuncian la Navidad podrían ser el reclamo de una verbena o de un club de carretera, o en la Cabalgata de Reyes, asunto que requiere un breve apunte. En la Cabalgata subsisten algunos clásicos, como la payada del Belén -que decía mi abuela-, las ovejas o los propios Reyes, pero el resto es una mezcla de casi todo: zancudos, elefantes, dragones, bailarines en bicicleta, odaliscas, mineros, vehículos municipales, Bob Esponja, comparsas, etc. Hay sitio para todo, y uno no sabe si estamos en Reyes, en Carnaval o en las Fiestas de San Juan y San Pedro. En mi opinión, y más allá de las creencias de cada uno, la Navidad tiene sus señas de identidad, que deberían ser respetadas. Bastante tienen que soportar los Reyes con la competencia de Papá Noel para que, además, les organicen una Cabalgata-romería. Y hay que estudiar algo, queridos, que nos habéis colocado una vaca en lugar de un buey.
Por último, ¿dónde están los romanos, imprescindibles en toda Cabalgata de Epifanía que se precie? Preguntaré en el correspondiente Negociado del Ayuntamiento, aunque ya sé lo que me van a responder: paparruchas, que diría Scrooge.
Y han llegado hasta el equipo de gobierno del Ayuntamiento de León, que no parece muy ilusionado con esto de las fiestas navideñas. Una hipótesis que barajo es que se han vuelto ahorradores –o avaros- como Scrooge, y han decidido no malgastar el dinero en celebraciones y eventos. Pero, como hay datos que desmienten esta suposición (el tranvía, el Palacio de Congresos, el sueldo de Abel Pardo y un largo etcétera), mis pesquisas caminan en otra dirección. No creen en la Navidad porque la consideran una celebración trasnochada y reaccionaria, poco acorde con la nueva moral que nos anuncia el Profeta de la Moncloa.
¿En qué baso mi tesis? Pues, sin ir más lejos, en las luces que adornan la ciudad, que lo mismo que anuncian la Navidad podrían ser el reclamo de una verbena o de un club de carretera, o en la Cabalgata de Reyes, asunto que requiere un breve apunte. En la Cabalgata subsisten algunos clásicos, como la payada del Belén -que decía mi abuela-, las ovejas o los propios Reyes, pero el resto es una mezcla de casi todo: zancudos, elefantes, dragones, bailarines en bicicleta, odaliscas, mineros, vehículos municipales, Bob Esponja, comparsas, etc. Hay sitio para todo, y uno no sabe si estamos en Reyes, en Carnaval o en las Fiestas de San Juan y San Pedro. En mi opinión, y más allá de las creencias de cada uno, la Navidad tiene sus señas de identidad, que deberían ser respetadas. Bastante tienen que soportar los Reyes con la competencia de Papá Noel para que, además, les organicen una Cabalgata-romería. Y hay que estudiar algo, queridos, que nos habéis colocado una vaca en lugar de un buey.
Por último, ¿dónde están los romanos, imprescindibles en toda Cabalgata de Epifanía que se precie? Preguntaré en el correspondiente Negociado del Ayuntamiento, aunque ya sé lo que me van a responder: paparruchas, que diría Scrooge.
22 de diciembre de 2010
Estado de alarma
Lánguidamente se acercaba el final de un año para el olvido y los españoles se aprestaban a disfrutar del Puente. Incluso el Presidente Zapatero animaba al pueblo soberano y nos ilustraba diciendo que estábamos en la última curva de la crisis. Tal vez debió añadir que quizás derrapemos y nos precipitemos por un barranco, pero no quiso asustarnos. Qué bellas metáforas iluminan los discursos de ZP. Es un crack.
Y van los controladores, se ponen burros, se cierra el tráfico aéreo y, por primera vez en la historia de la democracia, el Gobierno decreta el estado de alarma para que volvieran a su puesto de trabajo. La Ley dice que el estado de alarma procede cuando exista una paralización de servicios públicos esenciales, y queda claro que esta circunstancia sí se produjo el día 3 de diciembre. Pero resulta dudoso que persista en la actualidad. Muchas voces critican que se utilice el estado de alarma con carácter preventivo. Es el famoso ‘por si acaso’, tan utilizado entre nosotros.
El estado de alarma permite hacer cosas realmente increíbles. Por ejemplo, la Autoridad competente (término muy sospechoso) puede limitar la circulación de vehículos o personas o condicionarla al cumplimiento de determinados requisitos, requisar bienes, imponer prestaciones personales obligatorias (no quiero imaginar de qué clase), racionar el consumo de artículos de primera necesidad y otras lindezas semejantes.
Me resulta inquietante el poder que tienen los políticos y me preocupa que se aficionen y echen mano de la alarma en función de las circunstancias. Que somos poco competitivos, pues a trabajar más horas; que el déficit va mal tirando a peor, confiscamos unos palacetes y los vendemos; que se puede generar un atasco enorme por la operación salida, se prohíbe la circulación, o sólo pueden viajar aquellos que acrediten buen comportamiento.
Y no me extrañaría que, desde la cúpula del PP, como siguen buscando a estas alturas candidato para la Alcaldía de la City, lancen el bulo de que se va a declarar el estado de excepción y se suspenden las municipales, a ver si cuela. Porque, como es notorio, tienen un serio problema: van a tardar tanto en encontrar candidato que no les quedará tiempo para buscar votantes. Y entonces sí que saltarán las alarmas.
Y van los controladores, se ponen burros, se cierra el tráfico aéreo y, por primera vez en la historia de la democracia, el Gobierno decreta el estado de alarma para que volvieran a su puesto de trabajo. La Ley dice que el estado de alarma procede cuando exista una paralización de servicios públicos esenciales, y queda claro que esta circunstancia sí se produjo el día 3 de diciembre. Pero resulta dudoso que persista en la actualidad. Muchas voces critican que se utilice el estado de alarma con carácter preventivo. Es el famoso ‘por si acaso’, tan utilizado entre nosotros.
El estado de alarma permite hacer cosas realmente increíbles. Por ejemplo, la Autoridad competente (término muy sospechoso) puede limitar la circulación de vehículos o personas o condicionarla al cumplimiento de determinados requisitos, requisar bienes, imponer prestaciones personales obligatorias (no quiero imaginar de qué clase), racionar el consumo de artículos de primera necesidad y otras lindezas semejantes.
Me resulta inquietante el poder que tienen los políticos y me preocupa que se aficionen y echen mano de la alarma en función de las circunstancias. Que somos poco competitivos, pues a trabajar más horas; que el déficit va mal tirando a peor, confiscamos unos palacetes y los vendemos; que se puede generar un atasco enorme por la operación salida, se prohíbe la circulación, o sólo pueden viajar aquellos que acrediten buen comportamiento.
Y no me extrañaría que, desde la cúpula del PP, como siguen buscando a estas alturas candidato para la Alcaldía de la City, lancen el bulo de que se va a declarar el estado de excepción y se suspenden las municipales, a ver si cuela. Porque, como es notorio, tienen un serio problema: van a tardar tanto en encontrar candidato que no les quedará tiempo para buscar votantes. Y entonces sí que saltarán las alarmas.
12 de diciembre de 2010
El Informe Pelícano
El informe Pisa es algo parecido al Informe Pelícano que salía en una película de Julia Roberts. Debe ser muy trascendente y sesudo, pero tengo serias dudas de que alguien lo haya leído en su integridad. Al parecer se trata de analizar el rendimiento intelectual de los alumnos de quince años en matemáticas, comprensión lectora y competencia científica, una especie de Liga de los alumnos de la OCDE. A España no le ha ido excesivamente bien y, aunque mejoramos en algunos aspectos, seguimos por debajo de la media de los países desarrollados.
Pero la sorpresa para muchos ha sido que Castilla y León encabeza la tabla nacional en las tres disciplinas. Es decir, somos el Dream Team de la competición, y en seguida ha salido alguno de la Junta a ponerse las medallas. Eso es muy típico de este país, lo bueno es gracias a nosotros y las desgracias siempre vienen del Gobierno. Es la genética del político. Desde la Moncloa hacen lo mismo cuando echan la culpa de la crisis al comportamiento de los mercados –como si fueran unos niños traviesos- en vez de reconocer su propia incompetencia.
No obstante, aconsejo no ponernos gallitos por ser los primeros del país, sino preguntarnos por qué superamos por poco la media de la OCDE y estamos por debajo de países como de Finlandia, Corea del Sur, Australia o Canadá, naciones que encabezan el ranking. Para entendernos, no llegamos ni a jugar la UEFA, así que alegrías las justas.
Estadísticas al margen, lo cierto es que nuestros estudiantes son buenos y eso debería ser motivo, no sólo de orgullo, sino también de esperanza para la Región. Alguien está haciendo bien su trabajo, y merece un reconocimiento. No me refiero al Consejero ni a su guardia de corps, sino a todos los profesores y maestros que desarrollan su trabajo, su vocación, en Castilla y León. A ellos, a quienes ponen el saber en las mentes de nuestros hijos, deberían ir los premios y las alabanzas. La educación de nuestros jóvenes debiera ser la mayor preocupación de nuestros gobernantes, pero ninguno de ellos lo asume como una prioridad. Afortunadamente para todos, y para el futuro, ahí están los maestros. Y también esos padres que, tras un día de trabajo, tienen tiempo y paciencia para preguntar la lección o repasar los deberes.
Pero la sorpresa para muchos ha sido que Castilla y León encabeza la tabla nacional en las tres disciplinas. Es decir, somos el Dream Team de la competición, y en seguida ha salido alguno de la Junta a ponerse las medallas. Eso es muy típico de este país, lo bueno es gracias a nosotros y las desgracias siempre vienen del Gobierno. Es la genética del político. Desde la Moncloa hacen lo mismo cuando echan la culpa de la crisis al comportamiento de los mercados –como si fueran unos niños traviesos- en vez de reconocer su propia incompetencia.
No obstante, aconsejo no ponernos gallitos por ser los primeros del país, sino preguntarnos por qué superamos por poco la media de la OCDE y estamos por debajo de países como de Finlandia, Corea del Sur, Australia o Canadá, naciones que encabezan el ranking. Para entendernos, no llegamos ni a jugar la UEFA, así que alegrías las justas.
Estadísticas al margen, lo cierto es que nuestros estudiantes son buenos y eso debería ser motivo, no sólo de orgullo, sino también de esperanza para la Región. Alguien está haciendo bien su trabajo, y merece un reconocimiento. No me refiero al Consejero ni a su guardia de corps, sino a todos los profesores y maestros que desarrollan su trabajo, su vocación, en Castilla y León. A ellos, a quienes ponen el saber en las mentes de nuestros hijos, deberían ir los premios y las alabanzas. La educación de nuestros jóvenes debiera ser la mayor preocupación de nuestros gobernantes, pero ninguno de ellos lo asume como una prioridad. Afortunadamente para todos, y para el futuro, ahí están los maestros. Y también esos padres que, tras un día de trabajo, tienen tiempo y paciencia para preguntar la lección o repasar los deberes.
6 de diciembre de 2010
Michaisa y la historia
El conocido tradicionalmente, en la City, como cruce de Michaisa ha sido un tradicional punto negro de circulación que, durante décadas, hemos padecido estoicamente leoneses y foráneos. El 1 de diciembre del año de gracia de 2010 –aunque este año será cualquier cosa menos gracioso- autoridades y políticos de las diversas Administraciones inauguran esta obra. Ese feliz día, tras 15 meses y 4,3 millones de euros de inversión aportados por Gobierno, la Junta y el Ayuntamiento, se ponía fin a una pesadilla circulatoria y el Alcalde de León hablaba de un día histórico. Es decir, como la caída de Constantinopla en poder de los turcos o el descubrimiento de América. Se dirán que en León somos secos, recios y taciturnos, pero cuando nos podemos a exagerar no hay quien nos iguale en el orbe.
Al parecer las obras han concluido tres meses antes de lo previsto porque, si se hubieran cumplido escrupulosamente los plazos, la infraestructura se habría puesto en servicio en el mes de abril de 2.011. Esto es, casualidades de la vida, un mes antes de ese momento tan especial que sucede cada cuatro años y que se llaman elecciones. Pero, sea porque los operarios han sido extremadamente diligentes o porque el azar gobierna los destinos humanos de forma inexorable, los trabajos ya han sido finiquitados. Incluso se diría que en las últimas semanas simplemente se han dedicado a asfaltar, señalizar y dar algunos retoques, en la vana esperanza de estirar los arreglos hasta la campaña electoral. Y digo esto porque, según una ley no escrita, las inversiones públicas son por naturaleza flexibles y tienen la capacidad de amoldarse a las citas electorales. Si acaba antes, se hacen unos retoques o se plantan unas flores, que llevará un tiempo que arraiguen; si nos sorprende la campaña electoral en plena faena se improvisa una inauguración de urgencia, aunque al edificio le falte el tejado o haya que poner un par de puentes en la autovía.
Como siempre hay cosas que añadir o rectificar en las obras (y algún carril ha quedado ciertamente angosto) en pocos meses asistiremos a otro evento. Y, para pasar a la historia, puede que coloquen una estatua ecuestre de nuestro Alcalde (o con su perro Sumo, que resulta más campechano) con una leyenda en latín.
Al parecer las obras han concluido tres meses antes de lo previsto porque, si se hubieran cumplido escrupulosamente los plazos, la infraestructura se habría puesto en servicio en el mes de abril de 2.011. Esto es, casualidades de la vida, un mes antes de ese momento tan especial que sucede cada cuatro años y que se llaman elecciones. Pero, sea porque los operarios han sido extremadamente diligentes o porque el azar gobierna los destinos humanos de forma inexorable, los trabajos ya han sido finiquitados. Incluso se diría que en las últimas semanas simplemente se han dedicado a asfaltar, señalizar y dar algunos retoques, en la vana esperanza de estirar los arreglos hasta la campaña electoral. Y digo esto porque, según una ley no escrita, las inversiones públicas son por naturaleza flexibles y tienen la capacidad de amoldarse a las citas electorales. Si acaba antes, se hacen unos retoques o se plantan unas flores, que llevará un tiempo que arraiguen; si nos sorprende la campaña electoral en plena faena se improvisa una inauguración de urgencia, aunque al edificio le falte el tejado o haya que poner un par de puentes en la autovía.
Como siempre hay cosas que añadir o rectificar en las obras (y algún carril ha quedado ciertamente angosto) en pocos meses asistiremos a otro evento. Y, para pasar a la historia, puede que coloquen una estatua ecuestre de nuestro Alcalde (o con su perro Sumo, que resulta más campechano) con una leyenda en latín.
28 de noviembre de 2010
El candidato enmascarado
Ayer tuve un sueño, que diría Luther King, la campaña electoral se había desatado y yo debía cubrir los eventos como reportero de a pie. El mundo onírico es ciertamente proclive a la movilidad funcional, y los columnistas asumimos otras tareas con relativa facilidad.
Me sorprendió ver que el partido de la gaviota era liderado en la City por un candidato enmascarado. Ante mi incauta pregunta me respondieron que no importaba quién era el cabeza de lista o que fuera el candidato impuesto desde las alturas, elegido por las bases soberanas o designado por las mentes pensantes de la calle Génova. Que lo decisivo era el partido y no la persona. Y además, había que ser modernos, y que los superhéroes también ocultaban su identidad cuando luchan contra los villanos. ¿O es que tú sabes quién es Spiderman, me entiendes?, concluían dando por zanjada la rueda de prensa.
La verdad es que en los sueños soy todavía más torpe de reflejos que en el mundo real, o el oficio de reportero me queda grande, y no supe qué decir. Debería haber preguntado si pensaban desvelar quién se ocultaba tras el disfraz después de las elecciones o si el próximo Alcalde trabajaría sin desvelo, por los intereses de la ciudad, desde el anonimato. Pero recibí instrucciones precisas de retornar a la columna y entonces me vi en la obligación de elucubrar alguna reflexión más o menos peregrina.
Y la pregunta que me hacía es a quién votamos en los comicios municipales, y si es decisivo o intrascendente el nombre del candidato. Está claro que en las generales ni siquiera nos preocupamos de quiénes van en la lista y en las autonómicas tenemos en la cabeza a Herrera o a López, pero las municipales son otra cosa. Aquí se torna esencial el nombre del posible Alcalde y del equipo que le rodea, y un error, un experimento o una obsesión pueden acarrear irreparables consecuencias. Y es así porque consideramos los Ayuntamientos como la Administración más cercana al ciudadano, un espacio donde el factor humano es tan esencial que olvidamos las siglas y ni siquiera leemos los programas. Cavilaba yo en esta línea de pensamiento cuando sonó el despertador. A la luz de la hermosa y fría mañana de León seguía enredado en mis dudas. No sabía si votar a Spiderman o a Batman.
Me sorprendió ver que el partido de la gaviota era liderado en la City por un candidato enmascarado. Ante mi incauta pregunta me respondieron que no importaba quién era el cabeza de lista o que fuera el candidato impuesto desde las alturas, elegido por las bases soberanas o designado por las mentes pensantes de la calle Génova. Que lo decisivo era el partido y no la persona. Y además, había que ser modernos, y que los superhéroes también ocultaban su identidad cuando luchan contra los villanos. ¿O es que tú sabes quién es Spiderman, me entiendes?, concluían dando por zanjada la rueda de prensa.
La verdad es que en los sueños soy todavía más torpe de reflejos que en el mundo real, o el oficio de reportero me queda grande, y no supe qué decir. Debería haber preguntado si pensaban desvelar quién se ocultaba tras el disfraz después de las elecciones o si el próximo Alcalde trabajaría sin desvelo, por los intereses de la ciudad, desde el anonimato. Pero recibí instrucciones precisas de retornar a la columna y entonces me vi en la obligación de elucubrar alguna reflexión más o menos peregrina.
Y la pregunta que me hacía es a quién votamos en los comicios municipales, y si es decisivo o intrascendente el nombre del candidato. Está claro que en las generales ni siquiera nos preocupamos de quiénes van en la lista y en las autonómicas tenemos en la cabeza a Herrera o a López, pero las municipales son otra cosa. Aquí se torna esencial el nombre del posible Alcalde y del equipo que le rodea, y un error, un experimento o una obsesión pueden acarrear irreparables consecuencias. Y es así porque consideramos los Ayuntamientos como la Administración más cercana al ciudadano, un espacio donde el factor humano es tan esencial que olvidamos las siglas y ni siquiera leemos los programas. Cavilaba yo en esta línea de pensamiento cuando sonó el despertador. A la luz de la hermosa y fría mañana de León seguía enredado en mis dudas. No sabía si votar a Spiderman o a Batman.
26 de noviembre de 2010
Retorno a los apellidos
He recibido algunas matizaciones -léase críticas- por la columna que dediqué al baile de los apellidos. Incluso uno de los comentarios en mi blog –suarezdehoyos.blogspot.com- me corregía amablemente apuntando que la reforma supone el fin de una discriminación para la mujer. Quisiera precisar que no me parecería mal que el primer apellido, por ley, fuera el de la madre, pero lo que me resulta demencial es que en caso de discrepancia el criterio sea el alfabético. Y, francamente, sigo pensando que hay asuntos más importantes que deberían despertar la atención de nuestros gobernantes. Se diría que viven en un universo paralelo, con preocupaciones muy distintas a las del resto de los mortales.
Me preocupa que haya personas que piensen que la discriminación es un problema de orden de apellidos. En Estados Unidos la mujer adopta el del marido cuando se casa y, sin embargo, a nadie le sorprendió que, en 1999, Carly Fiorina llegara a la Presidencia del gigante HP y se convirtiera en una de los empresarios más poderosos del planeta. En España, la presencia de mujeres en los Consejos de Administración o al frente de empresas sigue siendo escasa, pero esto no se arregla con el sistema de cuotas: treinta por ciento para mujeres, diez para inmigrantes, cinco para personas con sobrepeso, y así sucesivamente. Se soluciona trabajando desde la base, donde residen los problemas.
Hay datos de los que es necesario partir. El primero, que la incorporación de la mujer al mercado de trabajo en España ha sido tan tardía como imparable, y en treinta años hemos pasado de dos millones de mujeres trabajando fuera del hogar a superar los ocho millones. Pero hay otro problema de base: la mujer, por exigencias sociales, por propia iniciativa o por una mezcla de los dos factores, suele anteponer el cuidado de la familia, no sólo a su promoción profesional, sino al simple hecho de desarrollar una actividad laboral.
Aquí es donde deben intervenir los poderes públicos, y existen actuaciones que estimo imprescindibles: racionalizar horarios, construir guarderías, potenciar el teletrabajo, etc. Porque hoy por hoy, salvo para los afortunados que, como yo, tenemos suegros activos y dispuestos, conciliar vida laboral y familiar sigue siendo una utopía.
Me preocupa que haya personas que piensen que la discriminación es un problema de orden de apellidos. En Estados Unidos la mujer adopta el del marido cuando se casa y, sin embargo, a nadie le sorprendió que, en 1999, Carly Fiorina llegara a la Presidencia del gigante HP y se convirtiera en una de los empresarios más poderosos del planeta. En España, la presencia de mujeres en los Consejos de Administración o al frente de empresas sigue siendo escasa, pero esto no se arregla con el sistema de cuotas: treinta por ciento para mujeres, diez para inmigrantes, cinco para personas con sobrepeso, y así sucesivamente. Se soluciona trabajando desde la base, donde residen los problemas.
Hay datos de los que es necesario partir. El primero, que la incorporación de la mujer al mercado de trabajo en España ha sido tan tardía como imparable, y en treinta años hemos pasado de dos millones de mujeres trabajando fuera del hogar a superar los ocho millones. Pero hay otro problema de base: la mujer, por exigencias sociales, por propia iniciativa o por una mezcla de los dos factores, suele anteponer el cuidado de la familia, no sólo a su promoción profesional, sino al simple hecho de desarrollar una actividad laboral.
Aquí es donde deben intervenir los poderes públicos, y existen actuaciones que estimo imprescindibles: racionalizar horarios, construir guarderías, potenciar el teletrabajo, etc. Porque hoy por hoy, salvo para los afortunados que, como yo, tenemos suegros activos y dispuestos, conciliar vida laboral y familiar sigue siendo una utopía.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)