28 de noviembre de 2008

El desconcierto

Hace algunas semanas la procuradora socialista, Inmaculada Larrauri, denunciaba el trato de favor que la Junta de Castilla y León otorgaba a la sanidad privada de la provincia. Los datos que la parlamentaria autonómica exponía eran contundentes: la Junta ha gastado durante 2.007 en conciertos con empresas privadas del sector sanitario en León 30 millones de euros, frente a los 26,3 invertidos en Valladolid. Como no me consta ninguna contestación o matización por parte de la Junta doy por buenas las cifras que aportaba Larrauri.

No entiendo como la Junta emplea más dinero en conciertos en León que en Valladolid, teniendo en cuenta que aquí nos despoblamos mientras crece la población en la ribera del Pisuerga. Tengo una explicación, si bien reconozco que es un tanto peregrina: los pucelanos, cuando vienen a León a robarnos alguna empresa, aprovechan para operarse de las cataratas o hacerse una laparoscopia. Seguro que hay algún otro motivo pero se escapa a mi raciocinio o a mi imaginación.

Lo del concierto sanitario, francamente, me desconcierta. Me parece genial que alguien monte un hospital para ganar dinero, de la misma forma que otros abren un supermercado. Pero me parece muy fuerte que una parte considerable de sus beneficios deriven de nuestros impuestos a través del concierto. Sobre todo cuando, teóricamente, se opta por un modelo de sanidad pública y, en León –por no ir más lejos- la Junta ha invertido más de 100 millones de euros en el Complejo Hospitalario. Es como si me gasto una pasta en comprarme un piso impresionante y luego me voy a dormir a un hotel. La única diferencia es que ni me compro el piso ni pago el hotel con el dinero de los contribuyentes.

Y lo del Complejo Hospitalario (lo de Complejo viene porque es como el Laberinto de Creta) es una obra que nos acompañará en el tiempo, como parte de nuestra historia sentimental. Cuando nació mi hija Julia –que cumplió 8 años el mes pasado- ya habían iniciado las obras, y nadie es capaz de predecir si concluirán algún día. Está quedando muy mono y supongo que muy operativo. Pero por experiencia más o menos directa quiero apuntillar que el funcionamiento de Urgencias por la noche sigue siendo manifiestamente mejorable. Como no estés a punto de morirte pueden tardar tres horas en atenderte y aquello sigue pareciendo un Consultorio del Tercer Mundo, donde se mezcla el llanto de los bebés y los gritos de los accidentados.
Aunque igual lo que hay que hacer es concertar también Urgencias. Y de paso lo de recaudar los impuestos se lo encargamos al Cobrador del Frac. Con esta perspectiva no me extraña que algunos funcionarios se hagan emprendedores. No sea que te concierten.

El tramitador

El que podemos llamar ya “Caso Lasarte” ha causado una gran conmoción en la vida política de León. Tras el riguroso trabajo de investigación llevado a cabo por este diario ha salido a la luz pública que Javier Lasarte era el administrador único de la empresa Galeno 1955, S.L., que en dos años ha tramitado (y obtenido, naturalmente) licencias para once plantas solares en las provincias de León y Valladolid.

La reacción de las altas instancias de la Junta ha sido rápida y Javier Lasarte presentaba la “dimisión” de su cargo de Secretario Territorial de la Delegación de la Junta de forma casi inmediata. El 4 de agosto el Bocyl publicaba su cese, a petición propia, agradeciéndole los servicios prestados (no dice a quién pero la literatura gubernamental es ciertamente fría y escueta).

No quiero entrar en si estos hechos pueden ser considerados delictivos o no, aunque cabria preguntarse si existe –además- algún tipo de responsabilidad por eso que los juristas llaman culpa in eligendo y culpa in vigilando, es decir, por la mala elección o la mala vigilancia. Me preocupa el aspecto moral de la cuestión (soy un antiguo, ya lo saben) y la pregunta del millón es si los políticos, o los funcionarios de alto nivel, pueden tener negocios (me suena como aquella pregunta de si los famosos tiene vida privada).

Pienso que no existiría problema si el negocio en cuestión fuera una mercería o una tienda de ropa (o una sex-shop, poniéndonos imaginativos). El tema es si la ocupación del político-funcionario es la tramitación y obtención de autorizaciones administrativas, autorizaciones que dependen (¡oh casualidad!) de una Administración en la que el tramitador ostenta un cargo relevante. Porque lo grave del asunto es que la función de Lasarte era conseguir las licencias que luego cedía a las empresas que explotarían esos “huertos solares” que ya forman parte de la campiña leonesa.

Aunque la verdad es que somos unos malpensados. Todo el mundo sabe lo difícil que es moverse por la jungla burocrática a la hora de conseguir, por ejemplo, iniciar una actividad empresarial en esta cosa novedosa de las energías renovables. Quizás lo que hacía Lasarte era gestionar de modo tan eficiente como altruista todo el papeleo para que los empresarios pudieran tener sus plantas solares operativas en breve plazo prestando, además, un gran servicio a la economía leonesa y a la conservación del planeta.
Lo curioso es que, dicen, una de las dos líneas de investigación que ha abierto la Junta (todo se sigue haciendo por duplicado, como debe ser) puede durar entre siete y ocho meses. Indudablemente, necesitan un supertramitador que investigue ágilmente lo que hizo el tramitador Lasarte.

28 de septiembre de 2008

UPL a la deriva

Debo reconocer que me ha sorprendido la decisión del Comité Ejecutivo de la UPL, que esta semana decidía suspender de militancia a los díscolos Joaquín Otero, Héctor Castresana y Luis Herrero Rubinat. Los motivos, entre otros, se centran en la indisciplina de estos tres mosqueteros, que decidieron abrir una oficina parlamentaria por su cuenta, pero no cabe duda que asistimos al penúltimo capítulo de la aguda crisis que los leonesistas atraviesan en los últimos tiempos.

Y me ha sorprendido, por una parte, la dureza de la sanción (más que una suspensión es un despido) y, por otro lado, el “optimismo” que revela. ¿Creen seriamente que, cuando se cumplan los cuatro años de suspensión impuestos a Joaquín Otero, seguirá existiendo el partido? Tan largo me lo fiáis, que diría Don Juan Tenorio. O mucho cambian las cosas, o dentro de cuatro años, la UPL sólo existirá en las hemerotecas.

Los problemas de UPL vienen de lejos, y se manifestaron ya en la escisión protagonizada por quien otrora fuera su dirigente más caracterizado, el inefable Rodríguez de Francisco. Pero me atrevo a opinar que tienen raíces más profundas: su cambiante política de alianzas y su indefinición ideológica.

Mientras UPL sólo protestaba o reivindicaba, con más o menos fundamento, su protagonismo, incluso su utilidad social, parecían claros. El problema surge cuando decide entrar en gobiernos municipales, primero con el PP, luego con el PSOE, en unos sitios con un partido y en otros con el contrario. Y el nudo gordiano es el Ayuntamiento de León, donde en lugar de dejar gobernar al PSOE en minoría decide –eso sí, muy democráticamente- entrar en el reparto de Concejalías. Ya decía Henry Kissinger que el poder es el mayor afrodisíaco que existe.

Y el segundo problema es que UPL sólo se identifica por su leonesismo, que es su única ideología. Ciertamente los esquemas de izquierda y derecha pueden estar parcialmente superados pero un partido debe ser algo más que una lista de reivindicaciones y agravios y debe proponer un modelo de organizar la sociedad. En el caso de los leonesistas la cuestión se agrava porque -es una percepción personal- su electorado procede mayoritariamente de lo que podríamos llamar “derecha social”, y el pacto con el Partido Socialista se ve como un matrimonio de mucha conveniencia. Y otra vuelta de tuerca se produce cuando Francisco Fernández, el alcalde de la metrópoli, se postula abiertamente como el más leonesista de todos.

La nave leonesista navega a la deriva, negros nubarrones se ciernen sobre su futuro y los castigos ejemplares de esta semana abren una nueva vía de agua. ¿Habrá botes salvavidas para todos o pasará como en el Titanic? Veremos.

El Juez Quirós

El pasado sábado, 19 de julio, fallecía José Rodríguez Quirós, Presidente que fue de la Audiencia Provincial, Magistrado de dilatada trayectoria, profesor y persona que siempre acuñó un singular protagonismo en la vida social de León. Fui alumno suyo hace más de veinte años (como diría Gil de Biedma, ahora que de casi todo han pasado veinte años) y siempre le profesé una gran admiración, aunque no le tratara de forma muy cercana. Sí me consta que mi padre y él se tenían un gran afecto, y Quirós me comentaba que ambos tuvieron el honor de ser galardonados, en años sucesivos, con ese bonito título que es el de Pastor Mayor de los Barrios de Luna. Imagino que ahora mi padre y Quirós se habrán vuelto a encontrar y estarán hablando de los viejos tiempos de la Escuela de Graduados Sociales y de otros asuntos más variopintos. Bueno, imagino que sobre todo hablará Quirós, pero cada uno expresamos nuestros cariños de nuestra particular manera.

La muerte siempre duele, siempre entristece, pero cuando llega de forma traicionera, sin previo aviso, además, nos desgarra y desconcierta. Ha pasado con la muerte del Magistrado Quirós, la gente comentaba que le había visto el jueves en Las Lleras, que había hablado con él hace unos días y esas referencias que nos recuerdan la fragilidad de la vida humana. Hoy estamos, pero mañana quién sabe dónde iremos.

Javier Chamorro, el vicealcalde, que le conocía bien, ha dicho que Quirós era la mejor cabeza jurídica de León. Probablemente tenga razón, pero hay otro rasgo del Magistrado Quirós que me gustaría resaltar y es su cercanía, su sencillez, su profundo conocimiento de la naturaleza humana. Para impartir justicia no sólo se requiere ser justo y sabio, que Quirós lo era, sino que también es necesario comprender las pasiones y los impulsos de las personas y la naturaleza de los conflictos sobre los que tiene que decidir. Quirós era muy lejano a esos jueces-estrella que aparecen en los medios de comunicación, iluminados tan solo por el fulgor mediático y cuyas sentencias y autos se fabrican con mucho esmero jurídico pero solamente para la galería.

Quirós estaba adornado de una virtud esencial en un Juez: la capacidad de ver el fondo de la cuestión, la clave jurídica. De la misma forma que los árboles no te dejan ver el bosque en ocasiones es difícil, entre los recovecos semánticos y los regates jurídicos que utilizamos los abogados, decidir donde está la verdad. Sin embargo Quirós sí sabía encontrar, entre la hojarasca que rodea todo proceso judicial, la llave que abre la puerta de la justicia.

Descanse en paz, Magistrado, muchos le recordaremos. Lo cierto es que, sin el Juez Quirós, León se queda un poco más vacío.

Martinsa o el fin de una era

La crisis de la inmobiliaria Martinsa-Fadesa ha sacudido los cimientos (nunca mejor dicho) del sector y algunos ven en la suspensión de pagos de la empresa un aviso de los tiempos tenebrosos que se avecinan, tras casi una década de frenesí constructor que a todos, analistas o profanos, nos tenía un tanto desconcertados.

Ahora todo el mundo dice que se venía venir, que se hacían –y se vendían- demasiadas viviendas, a pesar del incremento de los precios por encima del 10 por ciento cada año, y otros sesudos análisis -a toro pasado, claro- para explicar las causas que nos han llevado a una situación extremadamente delicada. Yo, particularmente, debo reconocer que me equivoqué en mis predicciones. Pensaba que el cambio de ciclo llegaría antes (hacia 2.005) pero también que el aterrizaje sería bastante más tranquilo, y no una caída en barrena.

Intentaré explicarlo con una metáfora. Aunque todos hablaban de la burbuja inmobiliaria (que nunca estallaba) yo veía la escalada del sector de la construcción como un globo. Cuando estuviera bastante hinchado, empezaría a desinflarse suavemente hasta alcanzar las proporciones que el mercado exigía. Pero en lugar de ir soltando aire poco a poco alguien (¿esa mano invisible de la que hablaba Adam Smith?) decidió seguir soplando. Y claro, todo tiene un límite. Un dato: durante los primeros años de la década se iniciaban unas 500.000 viviendas anuales. En 2.005 ya existía un stock de viviendas suficiente para que el sector levantara el pie del acelerador. Pero no fue así, y en 2.006 y 2.007 proseguía la irresistible ascensión de la vivienda, en número de viviendas construidas y en precio. Resulta escalofriante pensar que en 2.006 se iniciaron más de 900.000 viviendas, cuando la demanda se estima entre unas 300.000 o 400.000 anuales. El mercado dijo basta.

Ciertamente en esta crisis influyen otras muchas causas. Las tensiones inflacionistas o la escalada de los tipos de interés (los tipos bajos son la verdadera clave del boom inmobiliario), pero existen con dos hechos muy claros: hay muchas viviendas y son demasiado caras. También inciden otros factores que tienen que ver con la propia condición humana, o con mecanismos que podemos llamar de ingeniería social. Me explico: mucha gente no compra porque presiente que el precio de la vivienda tiene que bajar (otros no compran porque simplemente no pueden).
Quizás la suspensión de pagos (ahora llamada concurso por esos caprichos literarios del legislador) de Martinsa se deba también a la compra de Fadesa y en efecto gran parte de su deuda procede de esta operación. Pero todos sabemos que los años dorados de la construcción quedan ya en el recuerdo.

Sobre el Manifiesto

El Manifiesto por la Lengua Común, cuyos primeros firmantes me parecen gente “técnicamente bastante respetable” y no sospechosos de ser unos conservadores ultramontanos (Vargas Llosa, Albert Boadella o Fernando Savater, por ejemplo) ha desencadenado una cierta marejada pero ha permitido que el “asunto lingüístico” regrese a la arena política. En León también hablamos de otras cosas, como la fusión de las Cajas o esa Plataforma contra la Crisis, pero tendremos verano y columnas para todos y todas y hoy me apetece hablar del Manifiesto. Ya sé que no soy original pero es que ni siquiera lo pretendo.

Algunos critican la iniciativa por el hecho de que haya sido promovida por El Mundo o que la apoyen partidos como el PP o UPyD. Eso forma parte del carácter de algunos políticos de vía estrecha, que piensan que sólo ellos custodian la razón. Pero las ideas son buenas o malas, oportunas o peregrinas, en sí mismas, con independencia de su procedencia. Y aquí se trata de defender algo que es de todos y tiene gran pujanza en todo el mundo, salvo en España.

Me parece algo elemental defender cuestiones como que todos tengamos derecho a ser educados o atendidos en la lengua castellana. Lo veo como algo bastante progresista, en cuanto establece un principio básico de igualdad, incluso de solidaridad, entre todos los ciudadanos de una Nación. Los nacionalismos y regionalismos, además de espesos y pesados, me resultan arcaicos y algo reaccionarios.

La raíz del problema está en el modelo territorial y en ese engendro llamado Estado de las Autonomías. Atribuir competencias legislativas, no sólo de gestión, a las Comunidades, es lo mismo que suministrar gasolina a un pirómano. Todo puede ir bien, hasta que se enciende la cerilla. Es más, me atrevo a sugerir que es un error la idea de las lenguas cooficiales. Me parece bien que se promocione un idioma, de la misma manera que se hace con otras manifestaciones culturales. Pero una lengua común sirve para que nos comuniquemos entre nosotros y garantiza, además, una cierta “unidad de mercado”. Utilizando una metáfora tecnológica podemos decir que un idioma es el sistema operativo de una sociedad.

Un idioma común no deja de ser una herramienta de progreso, un instrumento para competir, crecer e innovar. El dominio de Estados Unidos se basa no sólo en la supremacía militar, sino en una lengua común –y oficial- que ha servido para cimentar una potencia económica, científica y técnica. Una pregunta y volviendo a las nuevas tecnologías: ¿Sería lo que es Microsoft si la lengua cooficial en el Estado de Washintong, marginando al inglés, fuera el navajo o el sioux?

Naturalmente yo también he firmado el Manifiesto.

Retorno a la realidad




Tras la hermosa victoria de nuestra Selección en la Eurocopa, tras la euforia desatada –y merecida- en todo el país, nos toca regresar a la realidad, dura e incierta, en la que nos tenemos que mover cada día. Y una de las noticias de esta semana ha sido el avance del Plan de Movilidad (el PMUS) que ha presentado el Concejal de Urbanismo del Ayuntamiento de León.

Es verdad que este primer año de legislatura municipal todo ha parecido pivotar sobre dos grandes cuestiones: la subida del IBI y el “tema del personal”. Pero también es cierto que el equipo de gobierno empieza a centrarse, o a movilizarse ya que hablamos de movilidad, en aquellas cuestiones que en verdad preocupan a los ciudadanos.

Se podrá estar o no de acuerdo con algunas de las decisiones que se han adoptado o se proyectan. Sobre el PMUS opino que hacen falta aparcamientos, en el centro y no sólo en la periferia (una pregunta ¿a qué llamamos periferia?). Pero nadie podrá negar la valentía del Ayuntamiento al afrontar lo que podemos llamar los problemas reales. La deuda municipal es uno de ellos, pero esto de la movilidad (lo que los profanos llamamos tráfico) es otro. Resulta inquietante que en León se consuman más de 46 millones de litros de combustible al año, y que sólo el 5 por ciento de los desplazamientos se hagan en transporte público. Puede existir una explicación sociológica y es que en León nos consideramos muy señoritos para movernos en autobús y el automóvil, entre otras cosas, no deja de ser un símbolo del status alcanzado.

No sé si el Plan de Movilidad resolverá todos los problemas, pero al menos los pone sobre la mesa, y abiertos al debate público. Y me parece muy saludable que los políticos tengan los pies en la acera. Hablando de aceras, en abril escribía yo que lo mejor que podía hacer el Ayuntamiento por los Héroes Leoneses era reparar la calle que lleva su nombre (el de los Héroes, precisaba) y que tenía, como otras muchas, las aceras bastante maltrechas. Para mi alegría y, he de reconocerlo, también para mi sorpresa, esta semana la estaban arreglando. Descarto que haya una relación causa-efecto (ni soy tan petulante ni me creo tan influyente) pero tengo que felicitar al Ayuntamiento y a la Concejalía de Obras. Que sigan en esa línea. Me parece esencial que nuestros munícipes se preocupen de la gestión diaria de la polis, y que no se abandonen confiados a los grandes proyectos que nos pueda traer Zapatero, a modo de primo de Zumosol. Porque la ciudad del futuro se construye cada día y todos somos parte de ella y tenemos algo que decir. Ciertamente, desde el día en que España se coronó reina de Europa en el Ernst Happel de Viena estoy realmente épico.

1 de septiembre de 2008

Sí, podemos (28/06/2008)


Yes, we can, es el lema electoral que Barack Obama, el candidato demócrata a la Presidencia de los Estados Unidos, ha asumido como frase-fetiche de su campaña electoral. El mensaje tiene mucho que ver con la idea de que hay una forma distinta de gobernar un país y también de hacer política y de comunicar con los ciudadanos. La personalidad, el carácter y el entusiasmo que despierta Obama nos conectan directamente con la “nueva frontera” de Kennedy y abren la esperanza de un futuro mejor en América y en el mundo.

Este lema también ha sido adoptado por la cadena televisiva (Cuatro) que retransmite en exclusiva (por cierto ¿dónde quedó aquello del interés general del que hablaba Álvarez Cascos?) la Eurocopa de Fútbol. Personalmente echo de menos las retransmisiones de la Sexta y aquella frase famosa de Andrés Montes de que “la vida puede ser maravillosa”, pero lo cierto es que la consigna “Podemos” ha enganchado a la afición y viene a incidir en que no hay que abandonarse a la resignación y al victimismo y que tenemos en nuestra mano la posibilidad de cambiar las cosas.

El brillante papel de la Selección Nacional en la Eurocopa de fútbol, una mezcla explosiva de calidad y motivación, confirma claramente que el espíritu de superación nos permite crecer y ganar, y esta idea puede aplicarse por igual a un equipo, a una Nación o a nuestra provincia. En tiempos de crisis queda claro que hay que sacar lo mejor de nosotros mismos y que el destino no está escrito en las estrellas sino que es algo que se trabaja día a día. El fútbol no deja de ser una metáfora de nuestro tiempo (aunque sea un juego sometido por esencia a los caprichos de la veleidosa Fortuna) y de la trayectoria de nuestra selección pueden extraerse interesantes consecuencias. Realmente, y como dice Obama, podemos.

Lo cierto es que, si Iker no hubiera parado dos penaltis, ahora todos volveríamos a hablar de los malditos cuartos y hubieran regresado todos nuestros viejos demonios familiares. Pero, por una vez, el fútbol ha sido justo, y ha sabido recompensar a un grupo de jugadores que necesitaban, por encima de todo, creer en sus posibilidades. Superada con solvencia la primera fase, después de la dulce venganza contra Italia y tras noquear a Rusia con una inolvidable segunda parte, nos aguarda Alemania en la gran final. Existen buenas vibraciones y un ambiente de euforia pero, cualquiera que sea el resultado, todos nos sentimos orgullosos de nuestra selección y, también, del hecho de ser españoles.
El domingo puede ser un gran día y el lunes, en lugar de hablar de la crisis o quejarnos del abandono de León, deberíamos decir lo que proclama Obama y demuestra nuestra Selección: Sí, podemos



Nos vamos de Congreso 21/06/2008


La verdad es que esta columna estaba pensada para que yo dirigiera mis atinadas previsiones de analista político a diseccionar las tendencias del Partido Popular en el Congreso de Valencia e intentar vislumbrar algunas claves de cara al futuro de lo que, todavía, es el primer partido de la oposición y, presumiblemente, una alternativa de gobierno. Pero me han dejado ligeramente descolocado. Cuando me pongo a escribir (el viernes por la tarde) parece que todo está ya decidido. Ya se sabe quién será el Presidente, se revela esa incógnita -María Dolores de Cospedal- que se eleva al rango de Secretaria General, y podemos asegurar quién tiene el poder en el Partido, que parece resumirse en esa especie de binomio Rajoy-Arenas. Me temo, en este preciso momento, que me quedo sin artículo. Pero sigamos.

El Partido Popular llegaba a este Congreso con un agudo dilema histórico y en un momento extremadamente delicado. Tenían dos opciones: afrontar sus problemas de frente, e intentar resolverlos, o aparentar una imagen de unidad (la consabida consigna de prietas las filas) y decir que “aquí no pasa nada, la Liga está ganada”. Me temo que Rajoy se ha equivocado en el diagnóstico y ha olvidado (o querido olvidar) que el problema no es el equipo, sino él mismo, que padece una incapacidad casi congénita para convencer a su propio electorado.

Personalmente el autotitulado “Dream Team” que se eleva a la cúpula del Partido Popular (María Dolores de Cospedal, González Pons, Ana Mato o ese fenómeno que es Javier Arenas) me parecen personas bastante competentes y aportan un “soplo refrescante” al Partido. Además desaparece de la escena nacional el tándem Zaplana- Acebes (la versión posmoderna de Abbot y Costello) lo que no deja de ser una asunción de responsabilidades, tardía ciertamente, por los errores cometidos en el pasado. Pero puedo aventurar que, con Rajoy a la cabeza y por mucha crisis que nos azote, el Partido Popular sólo se acercará a la Moncloa de visita y por un breve espacio de tiempo.

Me parece entrañable la alegría y esa imagen de “somos los mejores” y “tiembla, ZP, que tu fin se acerca” que despliegan los compromisarios del PP en el Congreso de Valencia. Pero el mayor error que se puede cometer en política es confundir la realidad con la propaganda. Y hay otro principio que dice que existen dos formas de asegurar el desastre: una es pedir lo imposible y otra retrasar lo inevitable. El Partido Popular pierde en este Congreso la oportunidad histórica de elegir un líder, y un programa, con posibilidades de éxito. No me cabe duda de que Zapatero, el domingo por la noche, dormirá a pierna suelta en La Moncloa y que nada perturbará su sueño.

16 de junio de 2008

Los fines y los medios

Esta semana los miembros y miembras (que diría la ministra Bibiana) de esta Nación llamada España nos hemos visto sacudidos y afectados por el paro de los transportistas que ha provocado algunos problemas de abastecimiento, bastante psicosis, pérdidas millonarias para la economía española (empresas que suspenden la producción y trabajadores que se van a casa), violentos enfrentamientos, detenciones, heridos y un camionero muerto.

La situación me suscita algunos interrogantes. Primero ¿por qué se habla de huelga o paro cuando la mayoría de los que secundan ese paro son autónomos (es decir, empresarios, pequeños pero empresarios)? En rigor estamos ante un cierre patronal. Segundo, al parecer esta “inmovilización” está convocada por tres Asociaciones que representan, se comenta, el 20 por ciento del sector. ¿Y con ese porcentaje logran paralizar el país? Y aquí enlazamos con la tercera cuestión, no menos importante. Deberíamos terminar de una vez con esa leyenda urbana que habla de piquetes informativos. En la era de las comunicaciones globales y de Internet no concibo cómo alguien no se ha enterado de que hay un paro y hace falta que vayan unos sujetos a explicárselo. Si de paso te pinchan las ruedas o queman el camión, con un trabajador dentro, debe ser eso que llaman daños colaterales.

Seamos claros: si los transportistas que siguen esta “huelga” simplemente no fuesen a trabajar los efectos no serían tan contundentes. Pero lo que se trata no es de protestar, sino de paralizar un país recurriendo a la coacción, a la amenaza e incluso a la violencia. No es una huelga ni un paro, es un bloqueo.

Puedo compartir muchas de las reivindicaciones de las organizaciones convocantes. Me parece escandaloso que el litro de gasóleo haya pasado en un año de 0,95 euros a 1,30 y el Gobierno no tome medidas (por ejemplo, regular un gasóleo profesional o rebajar los impuestos que gravan los combustibles). Pero pierden toda la razón cuando para ejercer su protesta vulneran y lesionan los derechos de los demás: el derecho al trabajo y el derecho a la libre circulación. Los fines nunca justifican los medios y un principio básico de la democracia es que mi libertad termina donde empieza la de los demás. Aunque lo cierto –pero también muy triste- es que, en España, para que te hagan caso hay que armarla. ¿Somos una sociedad madura? ¿No existen otros mecanismos para analizar y resolver los problemas antes de que la situación se haga insostenible? Porque ahora hay que arreglar dos problemas, el de los transportistas y los que han creado los transportistas. Somos únicos y lo que sucede es que sólo nos preocupamos del colesterol cuando nos da el infarto.

Todo el Poder para el Jefe

Todo el Poder para el Jefe era el eslogan que la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas) utilizó en las elecciones de febrero de 1936, en las que finalmente el Frente Popular alcanzaría la victoria. La CEDA era una alianza de partidos de corte “ligeramente conservador” y entendía que la República tenía un cierto problema de autoridad y era necesario concentrar todo el poder en su Jefe, que a la sazón era José Mª Gil-Robles. En mi opinión el mayor problema de la República éramos los españoles, pero eso es otra historia y otra columna.

Aunque podría suponerse hoy no hablaremos de Rajoy, que no sé si será Jefe por mucho tiempo pero que indudablemente no tiene todo el poder en el “gallinero popular” sino del Alcalde de León, Francisco Fernández, que se postula, al parecer, como el próximo Secretario Provincial del Partido Socialista y ha recibido ya, aseguran, el visto bueno del Gran Jefe Zapatero tras su “peregrinación” a La Moncloa.

Tradicionalmente la carrera política se entendía como una especie de promoción, en la que el sujeto (o sujeta) comenzaba en los escalones más bajos de la pirámide (así, machaca del partido o concejal de pueblo) e iba subiendo (trepando, según los maliciosos) hasta las altas esferas de la Administración. Lógicamente pocos llegaban a la cima, algunos montaban su campamento en alguna cómoda y soleada ladera y otros directamente se despeñaban (o los precipitaban al vacío). Sin embargo en los últimos tiempos asistimos –en todos los partidos que ocupan o arañan parcelas de poder- a un incesante proceso de acumulación. Es decir, no se escala sino que se tiende a concentrar puestos y más puestos en una sola persona. Cargos que no dejan de ser estratégicos “resortes de poder” e incluso retribuciones económicas dirigidas a compensar, en lo posible, las incomodidades y desvelos que padecen por su labor en pro del bienestar de los ciudadanos (que no lo perciben porque somos unos desagradecidos).

Lo que me resulta difícil es como una persona, por mucha capacidad que tenga (al político se le presume la capacidad, como al soldado el valor) puede ocupar tantos puestos sin inmutarse y sin darle importancia. Volviendo a Pacofer, que ya es Alcalde de León y Vicepresidente de la Caja y puede ser el próximo Secretario Provincial del PSOE. Imaginemos que, tal día como hoy, tiene que pavimentar una calle, inaugurar una oficina bancaria y expedientar a un afiliado. Pues yo (que soy como John Wayne y me resulta difícil caminar y mascar chicle a la vez) seguro que lo que haría sería pavimentar una oficina bancaria, expedientar a una calle e inaugurar a un afiliado. Me pregunto si son políticos o superhéroes.

Esperando al Dr. House

En las últimas semanas estamos asistiendo a un movimiento ciudadadano que se ha puesto en marcha para reivindicar la implantación de la Facultad de Medicina en la provincia de León. Así el Pleno de la Diputación aprobaba una moción en este sentido y el Ayuntamiento de la capital se ha ofrecido, generoso él, para abanderar la propuesta. Yo creo –soy muy malicioso, confieso- que se trata de una maniobra de distracción para que nos olvidemos del IBI, es decir, lo que el maestro Hitchcock llamaba un MacGuffin.

A primera vista parece una reivindicación justa y lógica, si tenemos en cuenta la existencia de una Universidad ya consolidada, el peso que debe tener León en el seno de la Comunidad, la necesidad de profesionales en el sector, las inversiones realizadas en el Hospital de León, etc. No obstante, es menester aplicar el bisturí y examinar algunas cuestiones. Pienso que el primer paso que se debe dar (que imagino que puede ser previo a la implantación de la titulación) es que el Hospital de León puede ser un Hospital Universitario, que permita formar profesionales adecuados y competentes y prestar un buen servicio a los ciudadanos. Esta decisión, además, debería enmarcarse en una apuesta decidida de la Administración Regional por una sanidad pública con un alto nivel de calidad. Acepto la existencia de la sanidad privada, como una actividad económica más, pero no acabo de entender como después de las inversiones que se han realizado en el Complejo Hospitalario (perdí la cuenta cuando se rebasaron los 200 millones de euros) se siguen derivando pacientes hacia la sanidad privada a través del concierto. Tampoco comprendo porque no se aplica a los médicos un régimen de incompatibilidades relativamente coherente ni, en general, porque la Sanidad nunca está en el centro del debate político.

No obstante tengo algunas dudas sobre una Universidad sobrecargada de titulaciones pero con probemas para captar alumnos. Sería muy lindo que todos tuviéramos todas las Facultades a la vuelta de la esquina, pero también hay que administrar con eficiencia los recursos.Hay que apostar por una Universidad de calidad, y éste es el reto que asume el nuevo Rector y su equipo, pero la solución no es una inflación de títulos.

Lo que no veo que sea ninguna tragedia es que los jóvenes de León tengan que ir a estudiar fuera. Lo triste es que sólo puedan regresar en Navidades –como el Almendro- porque no hay trabajo. Personalmente me parece bien que se implante Medicina en León, pero creo que quien tiene la palabra es la propia Universidad. En fin, ya que la Alta Velocidad no llegará, por lo menos, hasta 2011, esperamos que antes nos pueda visitar el Dr. House.

Gaudeamus igitur

Gaudeamus igitur es una canción estudiantil de valor musical ciertamente discreto que ha sido adoptado por muchas Universidades como su himno propio. La letra (que comienza con “alegrémonos pues, mientras seamos jóvenes, tras la divertida juventud, tras la incómoda vejez, nos recibirá la tierra”) es un canto al carpe diem que suena muy bonito y casi solemne. Pero nunca he entendido muy bien qué tiene que ver su texto con el esfuerzo intelectual, la calidad de la educación y el ansia de conocimiento que deben tener como principios directrices las Universidades. Pero hay muchas cosas que no comprendo. Ya se lo decía Hamlet a su amigo: “ello es, Horacio, que en la tierra y en el cielo hay más de lo que pueda soñar tu filosofía”

Me ha sorprendido, no tanto la victoria de Hermida como lo aplastante de la misma, en la primera vuelta y con el apoyo de todos los estamentos de la Universidad. Se percibe, aunque quizás -como Hamlet- yo también vea fantasmas, un deseo de cambio y un cierto “voto de censura indirecto” a la gestión de Ángel Penas durante los dos mandatos en los que ha ocupado el edificio del Albéitar. El hecho de que uno de los valedores del Rector electo haya sido el ideólogo del leonesismo Abel Pardo me puede causar un cierto desasosiego, pero el voto de confianza que la comunidad universitaria ha otorgado a José Ángel Hermida ha sido incontestable y en el nuevo Rector y en su equipo recae la responsabilidad de asumir los retos que la Institución tiene planteados en esta nueva época.

Uno de los principales retos es la adaptación al Espacio Europeo de Educación Superior (EEES). No tengo muy claro que nos traerá el EEES, pero recelo de esa salvaje obsesión que postula que la Universidad debe forzosamente amoldarse a la realidad del mercado. La Universidad existe para que los alumnos reciban unas enseñanzas, y probablemente en esa educación el componente práctico sea fundamental. Pero sobre todo, creo, la Universidad debe perseguir que los jóvenes adquieran disciplina y método. Disciplina, que implica que el estudio no es necesariamente algo grato o divertido, sino un sendero –tortuoso y oscuro en ocasiones- que exige trabajo y constancia. Y método, un procedimiento, que permite responder con solvencia a los desafíos intelectuales a los que se enfrentan que los graduados.


Con esta historia de las “titulaciones a la carta” corremos el riesgo de que la Universidad deje de ser un centro de conocimiento y se transforme en una factoría de cursos empaquetados para su inmediato consumo por el mercado. El conocimiento es algo más que buscar, copiar y pegar, que tiene que ver con la Universidad lo mismo que el Gaudeamus Igitur. O sea, muy poco.

Telma, y quién es Telma

Hace algunos años, si me hubieran preguntado quién es Telma, hubiera pensado que se referían a la gran actriz de reparto que era Thelma Ritter (recordemos “Eva al Desnudo” o “Vidas Rebeldes”) o a la compañera de Louise en la película dirigida por Ridley Scott en 1991. Ahora bien, si hoy alguien nos pregunta quién es Telma (ahora sin h) todos sabemos que nos referimos a Telma Ortiz, que ha perdido la primera batalla en la guerra que mantiene por preservar su vida del acoso y la persecución de algunos medios que se hacen llamar periodistas.

No voy a entrar en esos debates sobre si Telma Ortiz ha podido disfrutar de alguna ventaja por ser hermana de la Princesa de Asturias o si la estrategia jurídica elegida era la más correcta o ha sido aconsejada por su peor enemigo. Pero sí quiero plantear algunos interrogantes. Lo primero, no tengo claro qué es eso de “un particular con proyección pública”, al que alude el Auto –muy bien fundamentado, por cierto- que desestima las medidas cautelares solicitadas por Telma Ortiz. Parece claro, para algunos, que un político, un actor o un futbolista son personajes públicos. ¿Y un empresario, un escritor o un corredor de seguros no entran en esa categoría? ¿Dónde está la frontera? En segundo lugar algo que parece de sentido común: por muy público que sea un personaje tiene derecho a su vida y a su intimidad. Y sobre todo, tiene derecho a que no le persiga una manada de pelmazos furibundos, armados con alcachofas y cámaras y preguntando si va a separarse o si ya tiene pensado el vestido de comunión para la niña.

Existen unos cuantos dogmas acuñados por esa plaga moderna que se hace llamar prensa del corazón. Uno lo formulan así: quien vende una exclusiva pierde su derecho a la intimidad. Me aterra el planteamiento. Es como si yo un día, por ejemplo, vendo un dedo para pagar el IBI (es broma, Alcalde, puede dormir tranquilo) y desde ese momento cualquier persona se cree con derecho para amputarme la pierna derecha. Otro argumento mágico es que “estamos haciendo nuestro trabajo”. Pues cambia de trabajo y búscate una forma digna de ganarte la vida, que te aseguro que existen.

Pero el argumento que más me enfurece es cuando esos supuestos periodistas invocan la libertad de expresión. Seamos serios: preguntar a Telma Ortiz cómo va su embarazo no supone el ejercicio de ningún derecho constitucional. Es simplemente ser un pesado y un chismoso. La libertad de expresión ampara al ciudadano para decir lo que piensa, pero no autoriza para preguntar lo que no es de su incumbencia.
Pero ya lo dijo Madame Rolland, hace mucho tiempo y camino de la guillotina: “Libertad, cuántos crímenes se cometen en tu nombre”.

12 de mayo de 2008

Tú a Feve y yo a Paradores


Como en el título de aquella discreta película de la Factoría Disney de los años 60 (“Tú a Boston y yo a California”), los dos secretarios generales de la cosa socialista, Miguel Martínez -escalón provincial- y Ángel Villalba -nivel regional- han aceptado, con abnegado espíritu de sacrificio, abandonar la escena política para imprimir sabiamente su sello gestor a dos empresas públicas como son Paradores y Feve.

Para empezar que Villalba y Martínez no tengan ni idea de lo que –teóricamente- van a gestionar no tiene la más mínima importancia. Es más, podía haber sido al revés y, como en la película, que Martínez se hubiera encarrilado a Feve y Villalba terminara alojado en Paradores. No voy a incidir en qué difícil (o costoso) les resulta a los políticos volver a la profesión, arte u oficio que desempeñaron con más o menos brillantez antes de aterrizar en el gobierno de los asuntos públicos. Ni en qué piensan los accionistas de esas empresas, es decir, los contribuyentes. Mi pensamiento divaga por otra línea: qué valores inculcamos a nuestros hijos con estos ejemplos.

Me explico: para qué sirve estudiar una carrera en una buena Universidad, hipotecar tu juventud alumbrando una brillante tesis doctoral, hipotecarse para los restos con un Master, pasarse un año en el extranjero peleando con el inglés lejos de la cecina y de la tortilla de patatas si, probablemente, ZP no te va a pedir nada de eso para presidir Feve o Paradores. Realmente, los padres estamos desorientados y absolutamente errados (o herrados, quizás). Lo que tenemos que hacer es aconsejar con criterio y previsión a nuestros hijos que se adentren en el proceloso mundo de la política, no porque sea una noble tarea el dedicar la vida al servicio público (que lo es), sino porque así se puede llegar muy lejos sabiendo lo suficiente, es decir, sin estridencias. Y sin caer en la rutina: unos años de alcalde, otros presidiendo una empresa pública, una temporada de eurodiputado y me jubilo en la Comisión Nacional de la Energía.

Para alejar esas siniestras ideas de mi cabeza me refugié en la lectura del Boletín Oficial de la Provincia del 5 de mayo (reconozco que mis hábitos literarios son sumamente inquietantes) y algo me chocó. El Ayuntamiento de León, mientras despide jardineros, ha contratado (previa oposición, of course) a un Jefe Superior Deportivo y a un Técnico Superior de Deportes. ¿Para qué? ¿Van a organizar un partido benéfico y recaudar fondos para paliar la deuda municipal? Debía ser un sueño, porque en ese instante el timbre del teléfono me despertó: era Zaplana, y quería convencerme de que abandonara el cable y me abonara a la ADSL de Telefónica. Seguí durmiendo.

Las entrañas del monstruo


Todos hemos quedado estremecidos y horrorizados por la terrible historia de Josef Fritzl, el monstruo de Amsteten, que encerró a su propia hija, Elisabeth, en un sótano sin ventanas durante 24 años y abusó de ella en repetidas ocasiones. De esta tremenda historia de humillación nacieron siete hijos, de los que tres fueron adoptados por los supuestos abuelos mientras otros tres “convivían” con su madre en el zulo. Otro murió y fue quemado por el depravado Fritzl en un horno. No resulta fácil ni sencillo escribir sobre esto, y uno descubre que cualquier adjetivo resulta pobre e impreciso para describir la magnitud del horror y de la infamia.

Muchos interrogantes se ciernen sobre este asunto siniestro. Si la mujer del monstruo sabía algo, si éste recibió ayuda de alguien para desarrollar su siniestro plan, cómo nadie sospechó nada o el papel han tenido las autoridades que no investigaron la desaparición de Elizabeth o que dieron en adopción a tres de los niños al propio Fritzl. El estupor y el horror se incrementan cuando pensamos que este abismo de depravación ha ocurrido en el corazón de Europa aunque, personalmente, lo que más me aterra, y me deja anonadado, es la ausencia absoluta de conciencia de culpa y la terrible eficacia de este sujeto al desarrollar su macabra estrategia.

Podemos atisbar a comprender, con un cierto esfuerzo de imaginación, un crimen que se comete “movido por causas o estímulos tan poderosos que hayan producido arrebato, obcecación u otro estado pasional de entidad semejante”, como dice nuestro Código Penal al regular las causas que atenúan la responsabilidad criminal. Pero es imposible alcanzar a vislumbrar el abismo de horror al que ha llegado el monstruo de Amsteten. ¿Cómo es posible que, durante más de 20 años, en la perversa mente de Fritzl, no haya existido un sólo resquicio para el remordimiento o la culpa? ¿Es comprensible que en ese siniestro período nunca tuviera la voluntad de arrepentirse? ¿Y puede alguien mirarse al espejo, día tras día durante 24 años, conociendo el horror que causa a su propia familia? No existen palabras, no sé si es perversión o enfermedad, sólo que este sujeto no parece pertenecer a la especie humana.

Y la eficacia que Fritzl demostraba en la casa de los horrores nos trae a la memoria, en estos días que Israel recuerda el Holocausto, la sistemática y burocrática eficiencia con la que los nazis planearon y ejecutaron la “solución final” y exterminaron a más de 6 millones de judíos. Porque lo que nos sobrecoge es la meticulosidad y la exactitud con la que el malvado Fritz empujó a su propia familia a ese pozo de angustia del que, probablemente, nunca podrán recuperarse.


25 de abril de 2008

El 24 de abril


El 24 de abril, alarmado por el Bando del virrey Chamorro en el que, al grito de “Leoneses, la patria está en peligro” animaba a la ciudadanía a defender la Región Leonesa, me lancé a la calle, inflamado de ardor guerrero y con el objetivo de enfrentarme, en desigual combate, a cualquier Regimiento de Dragones que pudiera haber tomado la ciudad aprovechando el macropuente y la ausencia de nuestro Alcalde. Pero lo cierto es que la ciudad estaba bastante desierta, casi todos los leoneses estaban en IKEA y lo más francés que pude ver fue Carrefour, que no había sido tomado al asalto –observé- por las huestes leonesistas.

No voy a entrar en disquisiciones históricas sobre el 24 de abril y si los leoneses fuimos los primeros en alzarnos contra el invasor francés. Lo esencial no es si fuimos los primeros sino que ahora somos los últimos, y ésta afirmación encierra el gran problema de los nacionalismos y regionalismos que se extienden por España como un virus. Se preocupan tanto de defender (o inventarse) un pasado que no les queda ni tiempo ni energías (ni ganas, probablemente) de trabajar por un futuro mejor para todos.

Lo que me descoloca un poco es qué tiene que ver el 24 de abril con la autonomía leonesa. Siempre he pensado que la Guerra de la Independencia fue una lucha de los españoles por la independencia de la Patria y por la Libertad. A la postre resultó que Fernando VII, el Deseado, se olvidó pronto de aquello que dijo de “marchemos todos juntos y yo el primero por la senda constitucional” y su reinado fue uno de los más oscuros de la Historia de España. Pero no recuerdo yo que en 1.808 se hablara de identidades regionales, federalismo asimétrico, nacionalidades dentro de un Estado multicultural y todas esas babayaes que escuchamos últimamente. Es más, el artículo 1 de la Constitución de 1812, fruto efímero de la Guerra de la Independencia, nos hablaba de que “la Nación española es la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios”.

Creo que hay que introducir dosis de racionalidad en este debate. Más que especular sobre lo que hicimos hace dos siglos o sobre lo mal que, presuntamente, nos trata Valladolid, deberíamos intentar que nuestra Comunidad Autónoma, que no deja de ser un invento administrativo –como tantos otros-, funcionara, y luchar por ese equilibrio regional que es la gran asignatura pendiente de Castilla y León.

En fin, más que lanzar arengas un tanto pueblerinas y organizar espectáculos de época para doscientas personas, lo mejor que podría hacer el Ayuntamiento por los Héroes Leoneses es arreglar la calle que lleva su nombre (el de los Héroes, claro), que tiene, como otras muchas, las aceras bastante maltrechas.


Un tranvía llamado deseo



Ayer viernes, un día después de la Gran Fiesta de nuestro periódico, paseaba yo por la Plaza de San Marcelo y me encontré con un tranvía. Al principio pensé mis sentidos me engañaban o que se trataba de un efecto secundario no deseado de la gran celebración. Me informé debidamente y me enteré de que el tranvía formaba parte del PMUS. El PMUS, como todo el mundo perfectamente conoce, es el Plan de Movilidad Urbana Sostenible, un proyecto alumbrado desde el Ayuntamiento que pretende que León sea, en un futuro cercano y en palabras del Alcalde, una de las ciudades europeas referentes en desarrollo sostenible.

Se persigue, básicamente, la potenciación del transporte colectivo de viajeros y la racionalización del uso del vehículo privado. Incluso plantean la “reconversión” del servicio de la ORA, aunque ignoro el alcance esta medida (¿convertirán a sus empleados en animadores?). El hecho de que los políticos ensalcen y promuevan el transporte público siempre me ha parecido chocante, porque ellos siempre van en coche oficial, que indudablemente es un transporte público (lo pagamos los contribuyentes) pero que no contribuye mucho a la movilidad, pienso yo. No obstante, lo del tranvía me parece bien, y aplaudo que desde el Ayuntamiento se empiecen a preocupar de lo que importa a los ciudadanos: el tráfico, el aparcamiento, etc. Me parece además una buena idea que se monte una exposición sobre el tema o que se hayan hecho más de cuatro mil encuestas telefónicas a los leoneses (imagino que a cobro revertido) para conocer su opinión.

Pero no dejo de pensar en que todos los Alcaldes, de cualquier signo, aspiran ante todo a dejar su huella en la ciudad. Es lo que podemos llamar el “síndrome del Pocero”, que en Seseña ha erigido una estatua a sus padres y ha puesto a un jardín el nombre de su mujer. Porque tan importante como los grandes proyectos es conservar y cuidar la ciudad que tenemos. Todos percibimos que nuestras calles y parques están mal atendidos, condenados al olvido y a la desidia, pero el político cree que siendo un “gerente de mantenimiento” eficaz y silencioso no será recordado más allá de su mandato.

Una nota final y volviendo al Alcalde que ayer fue abuelo y vaya desde aquí mi enhorabuena. El jueves Pedro J. instaba a nuestra directora a conseguir que ese niño fuera suscriptor de este diario. El Presidente Herrera, sin embargo, pensaba que no había que mirar tanto la cuenta de resultados y había que regalarle la suscripción. Discrepo en esta ocasión del Presidente porque los suscriptores, los lectores, todos ustedes, son la garantía -y el soporte indispensable- de la independencia de un medio. Por ello, gracias por su confianza.

12 de abril de 2008

¿Qué es un nombre?

Proclama Julieta, en el jardín de los Capuleto y en pleno éxtasis amoroso, lo siguiente: “¡Sólo tu nombre es mi enemigo! ¡Porque tú eres tú mismo, seas o no Montesco! ¿Qué es Montesco? No es ni mano, ni pie, ni brazo, ni rostro, ni parte alguna que pertenezca a un hombre ¡Oh, sea otro tu nombre! ¿Qué hay en un nombre? Lo que llamamos rosa exhalaría el mismo grato perfume con cualquiera otra denominación.” ¿A qué viene rescatar a Shakespeare, en la luminosa traducción que hace años nos ofreció Astrana Marín? Pues a esta absurda polémica surgida sobre la denominación que debe tener el Estadio Municipal de Fútbol de León. Nuestros más esforzados duelistas ya se pronunciaban sobre el tema el pasado jueves en estas páginas, y yo quisiera tan solo trasladar algún comentario o sugerencia.

Opino lo mismo que Shakespeare hace tantos siglos: ¿importa realmente el nombre? Lo esencial es el Estadio sirva para algo, por lo menos para que juegue un equipo con algo de futuro y un poco de ilusión. En el fútbol hay principios básicos: uno, inspirado por Valdano, dice que el fútbol es un deporte en el que juegan once contra once y en el que siempre gana Alemania (que se lo digan al valeroso Getafe). Otro, que comprobamos cada temporada, es que la Cultural es un equipo que huye del ascenso. Éste, y no el nombre del Estadio, es el problema.

La propuesta parece una cortina de humo, y quiere evitar que pensemos en los problemas reales: la deuda municipal o el despido de trabajadores, por ejemplo ¿Por qué se discute ahora? Según recuerdo, cuando se construyó el Nuevo Estadio, el Pleno del Ayuntamiento decidió que siguiera llevando el nombre de Antonio Amilivia, que presidió el equipo en sus años más gloriosos, y nadie se opuso. Personalmente me parece un signo de vanidad y autocomplacencia que los campos lleven el nombre de un Presidente y prefiero nombres como El Molinón o La Puentecilla, más cálidos y cercanos, pero es mi opinión. Los Presidentes pasan (algunos tardan más que otros en pasar, ciertamente) pero las instituciones permanecen.

Hechas mis indagaciones me muevo entre dos hipótesis. La primera, que el tándem PSOE-UPL quiere borrar todo lo que recuerde a Amilivia, en una maniobra que puede ser hábil pero que no es muy elegante. La segunda, que Francisco Fernández y Javier Chamorro aspiran a dejar una huella imborrable en la ciudad. Y ya que no se construye nada (el Palacio de Congresos queda lejos) habrá que cambiar el nombre de lo que se edificó en mandatos anteriores. En esa línea propongo que el campo de fútbol se llame Nuevo Estadio Municipal Paco y Javier. Ya sé que suena como Andy y Lucas, pero no me negarán que queda tremendamente posmoderno.

La Edad de Piedra

Parece que corren malos tiempos para la lírica, que decía la canción. El Ayuntamiento de León navega entre la bancarrota y la parálisis, la Administración de Justicia se instala en el colapso, demostrando la incapacidad de Bermejo para encontrar una solución al problema, y los datos permiten intuir que el fantasma de la recesión económica se transforma en una realidad. Por si fuera poco, no llueve y nos cuesta ponernos de acuerdo para repartir el agua.

En la película Valmont le preguntan a la marquesa de Merteil si los hombres pueden cambiar. Y ella responde que sí, para peor. Parece que a nuestra provincia, en ocasiones, le pasa lo mismo. Ni me gusta ni quiero ser victimista, pero la Sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Castilla y León, que paraliza el proyecto de San Glorio, supone un duro golpe para una comarca castigada con rigor en los últimos años.

Uno de los argumentos manejados en la Sentencia consiste en que es muy dudosa la viabilidad económica de la Estación debido al cambio climático. Se ha calificado el argumento de pionero, pero a mí me parece ligeramente extravagante. ¿Alguna prueba pericial se ha practicado en los autos que determine y concrete ese cambio climático? ¿O es que la Magistrada Ponente, Ana Martínez Olalla, tiene superpoderes que le permiten calibrar y medir con exactitud cuestiones a las que el resto de los mortales no podemos llegar? En general y en mi particular criterio la fundamentación jurídica de la sentencia me resulta bastante débil.

Confío en que la sentencia no constituya un punto final para San Glorio. Creo que el clamor de una comarca, el esfuerzo de los Alcaldes de la zona y de la Diputación, que durante el mandato de García Prieto se volcó en hacer de San Glorio un puente hacia el futuro, no merecen este trato.

Ciertamente, como recogía el jueves el editorial de este diario, todo desarrollo económico tiene que ser respetuoso y compatible con el medio ambiente. Pero hay que marcar prioridades, y tener presente que la Montaña Oriental y León necesitan que San Glorio sea una realidad. Decir, como se hace en un informe que recoge la sentencia, que “el desarrollo socioeconómico debe fundamentarse en los usos seculares de este territorio” es dictar una sentencia de muerte para la comarca.

Lo que tendremos que hacer, ya que el desarrollo enturbia el medio natural, es abandonar los automóviles, olvidarnos de los móviles, regresar a las cavernas y volver a la Edad de Piedra. Y allí, en la Naturaleza, volveremos a leer y debatir esta luminosa sentencia que nos dice lo bonito que es el patrimonio natural. Bueno, pero escrita a mano, que los ordenadores son poco compatibles con el medio ambiente.

28 de marzo de 2008

El momento del otro Alonso

En España, cuando se habla de Alonso, todo el mundo supone que nos referimos al piloto de Formula-1 que se ha coronado en dos ocasiones como Campeón del Mundo y lleva camino de convertirse en uno de los mejores de todos los tiempos y en una leyenda del mundo del motor. Y esto en un deporte exigente, competitivo, extremadamente duro y en el que es necesario, no sólo la destreza y la habilidad, sino también mantener la cabeza fría y los nervios de acero en los momentos decisivos. Claro está, siempre que el monoplaza, que es como llaman en el “circo” a lo que los mortales comunes conocemos como coches, ayude y no falle. Además, este año el asturiano está demostrando que, con medios limitados y con problemas técnicos, también puede hacerse un buen papel y luchar por estar entre los primeros.

Pero hay otro Alonso (de nombre José Antonio, magistrado de profesión y leonés para más señas) que se está convirtiendo, poco a poco y sin grandes alharacas, en una de las figuras centrales de la política española. Su reciente designación como Portavoz del Grupo Parlamentario Socialista así parece confirmarlo, aunque muchos puedan verlo como un cierto descenso, después de haber desempeñado dos carteras de las que podemos llamar “importantes”, como son Interior y Defensa. El ejercicio del poder tiene mucho que ver con el Presupuesto que se maneja y con la proyección pública del cargo y los dos Ministerios que ha ocupado el leonés reúnen sin duda estas condiciones.

Los leoneses deberíamos sentirnos contentos y orgullos de que uno de los nuestros alcance uno de los puestos claves en toda democracia parlamentaria. Al fin y al cabo en el Parlamento se expresa la soberanía nacional que, como dice la Constitución de forma un tanto poética, reside en el pueblo del que emanan los poderes del Estado. Nos encontramos ante una decisión personal de Zapatero que demuestra una vez más que es un hábil político que, con esa tenacidad implacable que esconde o disimula su sonrisa, siempre consigue lo que se propone y en este caso colocar en un lugar clave a una persona en la que tiene plena confianza. Supone además una gran novedad y un indudable acierto que el portavoz del Grupo Parlamentario no tenga el carnet del PSOE y pueda desempeñar su labor sin un seguimiento estricto de las consignas del partido y animado por un espíritu de consenso y colaboración con las restantes fuerzas políticas representadas en el Parlamento.
La mayoría de los analistas coinciden en que la gestión de Alonso en los dos Ministerios que ha ocupado ha sido callada pero eficaz, sin despertar grandes críticas y siendo uno de los ministros mejor valorados por los ciudadanos. Percibo no obstante –y es una opinión, como todas las mías, absolutamente personal y probablemente equivocada- que José Antonio Alonso no se ha sentido excesivamente cómodo en esos puestos, y que los ha aceptado y desempeñado por vocación de servicio y por lealtad personal al Presidente Zapatero. Aventuro que su aspiración personal era ser Ministro de Justicia, y no me cabe duda de que lo hubiera hecho bien. Por lo menos atesora un espíritu más dialogante y abierto que el tal Bermejo, que con su obstinación está haciendo todo lo posible por llevar la Justicia al colapso. Por eso debe reconocerse y valorarse la gestión de José Antonio Alonso en los Ministerios que ha desempeñado sin ser “vocacionales”, de la misma forma que despiertan el elogio y la admiración los esfuerzos del otro Alonso (es decir, Fernando) para intentar conseguir buenos resultados con las limitaciones mecánicas del R-28.

En sus primeras declaraciones Alonso se refería a que asumía su nuevo puesto “con mucho trabajo, diálogo y consenso”. Tiene ante sí el difícil reto de conseguir que el Parlamento sea un espacio de debate y de encuentro donde políticos de distintas opiniones trabajan por el bien común y el futuro de todos los españoles. Y, como el otro Alonso, necesitará también de su firme voluntad y de su buen juicio para lograr esos objetivos. Porque además de su perfil de político tranquilo estamos ante una persona que sabe tomar decisiones difíciles. Recordemos el permiso de conducir por puntos, una medida en su día polémica aprobada siendo Alonso Ministro de Interior y cuya eficacia se ha demostrado con un descenso constante de las víctimas mortales que cada año se cobran las carreteras españolas.

No quisiera terminar esta tribuna sin recordar a Pérez Chencho, uno de los columnistas más incisivos y brillantes que ha dado el periodismo leonés en los últimos años y cuya muerte nos sorprendía en el día de ayer. Para él mi admiración y para su familia mi solidaridad y mi cariño en estos difíciles momentos.

Paisaje después de la batalla



Pasaron las elecciones y atrás queda esa campaña interminable, espesa y crispada, enturbiada por el zarpazo terrorista que segó la vida de Isaías Carrasco, una víctima más en la locura de la sinrazón y la violencia. Ahora que la voluntad popular se ha expresado libremente, que hemos escuchado esa cosa tan bonita llamada el veredicto de las urnas, llega el momento de la reflexión. Y, como un simple columnista de provincias, quiero hacer mi aportación personal a los comentarios que surgen y que analizan el paisaje después de la batalla.

Comenzando por el principio, que es una forma de comenzar como otra cualquiera, una breve pincelada sobre una campaña electoral excesivamente tensa, con cierta pobreza de contenidos y, ante todo, terriblemente aburrida. Así, en los debates televisados los candidatos parecían dos estudiantes pugnando por demostrar quién se sabía mejor la lección. Demasiados datos, muchos gráficos estilo Barrio Sésamo pero pocas propuestas (a lo sumo, un poco de tómbola electoral) y escasa capacidad para ilusionar y seducir al electorado.

Lo primero algunas obviedades marca de la casa. Las encuestas son una ciencia inexacta y nadie debe fiarse de ellas más de lo estrictamente necesario. Y las elecciones las ha ganado el Partido Socialista, concretamente el candidato ZP, por mucho que en el Partido Popular insistan en que son el partido que más ha subido. Pueden aferrarse y argumentar que tienen cinco diputados más que en 2.004, que han sumado 400.000 votos y mejorado dos puntos. Pero, en definitiva, han perdido, lo miren como lo miren. La política se parece cada vez más al fútbol y el que saca más diputados es el que gana y se lleva los tres puntos.

Por eso la reacción más sincera me parece la de Elvira Fernández, la mujer de Rajoy, probablemente porque no se dedica a la política más que de manera “consorte” y no tiene que ocultar la decepción y la tristeza. Me asombra la ausencia absoluta de autocrítica en las huestes populares o que no se hagan determinadas preguntas. ¿Era Mariano Rajoy el candidato idóneo? ¿No debería haber sido elegido por los afiliados y no investido por el cuaderno azul de Jose Mari? ¿Qué hubiera pasado si hubiera incluido a Gallardón en las listas? ¿La gran esperanza blanca de la derecha económica -Pizarro- ha aportado algún voto o ha restado? Quizás los altos jerarcas del partido se planteen estos interrogantes en privado, pero el debate ya ha comenzado en la sociedad española y, sólo un ejemplo, el 70% de los internautas que “votan” en la página web de elmundo.es opinan que Rajoy debe dimitir.
Hay otras dos consecuencias importantes de estas elecciones, en la que coincidimos todos los analistas (voy a pasar de ser tribuno a analista, que queda mucho más técnico para el curriculum). Una es la debacle de Izquierda Unida, barrida por lo que Llamazares llamaba el tsunami bipartidista. Llamazares que en este caso sí ha demostrado ser un líder responsable y consecuente y ha asegurado que no se presentará a la reelección como coordinador general de Izquierda Unida. Y la segunda es la irrupción en el Parlamento de Unión Progreso y Democracia, el equipo revelación de la temporada, capitaneado por una valerosa Rosa Díez que ha conseguido más de 300.000 votos y un diputado. Conviene apuntillar, como ya se ha dicho, que el PNV, con 289 votos menos, obtiene 6 diputados. Es una de las injusticias manifiestas de un sistema electoral que requiere un amplio debate y una modificación. Precisamente la reforma de este sistema ha sido uno de los argumentos de UPyD, una formación que ha conseguido aglutinar un “voto disidente” (mayoritariamente de centro-izquierda, creo), a pesar de la marginación de la mayoría de los medios de comunicación y gracias a una campaña imaginativa en la que se han gastado, con seguridad, menos dinero que el Ministro de Justicia en funciones, Fernández Bermejo, en arreglar su piso oficial.

Y, ahora detengámonos brevemente en nuestra provincia, donde las elecciones del 9-M arrojan tres conclusiones bastante claras. La primera, la fortaleza del PSOE, que obtiene casi el 50% de los votos a pesar de esa campaña desatada acerca de los incumplimientos de Zapatero. La segunda, el retroceso del Partido Popular, que queda a más de 18.000 votos de los socialistas y donde no se adivinan síntomas de recuperación. Y la tercera, el desplome de la UPL, que –aunque digan que las generales no es su partido- no pueden ya ignorar que navegan sin rumbo hacia ninguna parte.

Y, para terminar, una pregunta dirigida al futuro Presidente. Ahora que los españoles le han renovado su confianza, ¿cuándo nos va a devolver esos 400 euros de los que hablaba en la campaña?

27 de febrero de 2008

La costilla de Adán

Muchos de mis lectores recordarán con simpatía no exenta de nostalgia ese clásico del cine de todos los tiempos titulado “La Costilla de Adán”, película dirigida por el maestro George Cukor en 1.949. La película estaba protagonizada por una de las grandes parejas del séptimo arte -Spencer Tracy y Katherine Hepburn- y abordaba con ingenio, talento y una modernidad que hoy nos sorprende la “batalla de los sexos”. Recordemos brevemente la historia: Adam Bonner (Spencer Tracy) y su mujer Amanda (Katherine Hepburn) forman un matrimonio perfecto y envidiable. Pero “Pocholín” y “Pocholina”, que es como se llaman en la intimidad nuestros protagonistas, verán como la tranquilidad conyugal se quiebra de forma repentina a causa de sus respectivas profesiones. Spencer Tracy trabaja como fiscal y Hepburn como abogada y la feliz pareja se enfrentarán en los Tribunales en el juicio contra una mujer acusada de intentar matar a su infiel marido.

Y ahora mis lectores pensarán que la campaña electoral me ha hecho perder el juicio y que me dedico a escribir sobre viejas películas en lugar de hacer un sesudo, riguroso y penetrante análisis del debate Zapatero-Rajoy, sobre quién ha ganado, quién ha convencido y cuántas veces han utilizado cada uno la palabra España. No es que me interesen más las controversias entre Tracy y Hepburn que los debates entre Zapatero y Rajoy (que sería posible), pero llevo ya demasiados artículos dedicados al duelo electoral y, por otra parte –servidumbres de los “tribunos”-, a la hora de escribir estas líneas, los gladiadores velan sus armas pero no han saltado todavía a la arena televisiva.

“La costilla de Adán” tiene muchas lecturas pero quiero traer aquí una idea muy clara: que una pareja pueda enfrentarse profesionalmente, o defender ideas o planteamientos distintos, debe entenderse como algo natural y propio de nuestro tiempo. Quedan ya lejanas las épocas en que la mujer simplemente era el reposo del guerrero. Sé que puede resultar terriblemente cursi y absolutamente huachafo lo que voy a escribir pero amarse significa pensar en la otra persona, no pensar igual que ella. Un ejemplo: yo soy del Barça y mi mujer del Real Madrid, pero el corazón es así y, como decía Billy Wilder, nadie es perfecto.

¿A qué viene todo esto? Pues simplemente a la marejada política y al cruce de acusaciones de la pasada semana entre el Alcalde Fernández, conocido por algunos como Paco-missing, y la portavoz Ana Guada, convertida en los últimos tiempos en la Juana de Arco del PP de León. Al parecer el Alcalde reprochaba a Ana Guada que censurara la política del Ayuntamiento en el tema de la promoción turística haciendo mención de su relación personal con el técnico de ese departamento. El tema parece que ha quedado apartado ante el fragor electoral pero me parece sumamente incorrecto (por usar una suave expresión) que se mezclen y confundan los asuntos personales de la portavoz del Partido Popular con las posiciones políticas, erróneas o no pero absolutamente legítimas, que defiende en el Ayuntamiento como representante de sus votantes.

El asunto deriva, al parecer, de los problemas del contrato municipal con la Mutua dirigida en León por el Concejal del PP Luis Nogal. Y surge, además, en un momento de crispación y enfrentamiento por la política de “reajustes de plantilla” promovida desde el equipo de gobierno. Un reajuste que se percibe, más que como una medida financiera, como una “limpieza étnica” de trabajadores municipales considerados no afectos. El tema requiere una tribuna especial pero todavía no se ha explicado con claridad cuánto nos ahorramos los contribuyentes, por ejemplo, con la privatización del servicio de jardines. Es decir, cuánto nos cuesta ahora y cuál será el coste del servicio una vez privatizado, haciendo una estimación de los costes derivados de las indemnizaciones por despido. Anoto dos ideas: la primera, que la sangría económica del Ayuntamiento no se arregla despidiendo a trabajadores que cobran 800 euros al mes. Y la segunda, que el saneamiento financiero de la institución exige un consenso de todas las fuerzas políticas representadas en el Ayuntamiento. O por lo menos, trabajar honestamente en esa dirección y explorar todas las posibilidades de acuerdo.

Los políticos, aunque algunos no se lo crean, son humanos, y puede ser difícil deslindar en ocasiones dónde acaba la persona y dónde empieza el político. Pero hay dos límites claros: el régimen de incompatibilidades que impone la Ley y la propia conciencia. Porque, como ya decía el Evangelio y recordaba Oliver Stone en el preámbulo de su magnífica película sobre Nixon: ¿de qué le sirve a un hombre ganar un mundo si pierde su alma?

Los idus de marzo

Según creía recordar, y he podido cerciorarme gracias a ese gran invento de la era Internet que es wikipedia.org, en el calendario romano los idus de marzo caían el 15 del mes de Martius. Según la tradición romana los idus eran días de buenos augurios que tenían lugar el 15 de los meses de marzo, mayo, julio y octubre y el día 13 del resto de los meses. La fecha ha pasado a la Historia porque Julio César fue asesinado en los idus de marzo del año 44 antes de Cristo por un grupo de senadores que veían en él un peligro para la República. Según nos cuentan, César había sido advertido del peligro, tanto por los sueños premonitorios de su esposa Calpurnia como por las palabras de un adivino que le había aconsejado “Cuídate de los idus de marzo”. Ese día, o sea el idus, César caminaba hacia el Senado, se encontró con el adivino y le dijo riendo: “Ya han llegado los idus de marzo”. El adivino, serio y compasivo, le respondió “Sí, César, pero no han pasado”. Aunque el calendario romano forma parte de la historia la expresión “cuídate de los idus de marzo”, rescatada por William Shakespeare en la obra que dedicó al gran romano, ha llegado hasta nuestros días.


Y viene este título porque, no el 15 pero sí el 9 de marzo, todos los españoles vamos a tener nuestros idus de marzo. No hablo de consecuencias trágicas pero sí decisivas no sólo para el país, sino también para los dos candidatos, Zapatero y Rajoy, que ese día se juegan su futuro político. Si gana ZP abrirá un segundo mandato en el que, sin duda, querrá pasar a la Historia (lo que no sé es cómo le sentará eso a la Historia, pero eso es materia de otro artículo). Y la derrota de Rajoy abrirá eso que llaman el “melón sucesorio” en el seno del Partido Popular, porque a nadie se le escapa que ésta es la última oportunidad del candidato investido en su día por Aznar. Por el contrario, un triunfo de Mariano Rajoy hará perder a los socialistas una eliminatoria que siempre han pensado que tenían en el bolsillo, y las consecuencias de esa derrota se me antojan imprevisibles. Cierto es que, con el estrecho margen que separa a día de hoy la intención de voto de los dos partidos (un 2,6 de ventaja del PSOE, según la encuesta que este fin de semana anticipaba este diario), cualquier cosa puede suceder y cabe especular sobre todos los escenarios posibles.


Así que los dos candidatos protagonizan un intenso duelo al sol en el que se están empleando a fondo. Asistimos así a un capítulo más de la eterna historia de promesas, regalos, apoyos e inauguraciones. Ya empezamos mal con aquello del chequé-bebé y las subvenciones al alquiler, pero en los últimos días han entrado en una espiral frenética. Si uno promete 400 euros el otro dice que plantará 14.000 árboles a la hora, y así sucesivamente, de manera que la “fiesta de la democracia” se acaba convirtiendo en una tómbola.

Como mis títulos no son caprichosos aunque alguno pueda parecerlo volvemos a los idus de marzo y a la muerte de César. Es muy conocido el discurso fúnebre que, en la obra de Shakespeare, Marco Antonio dedica a César, conocido sobre todo a través de la recreación que para el cine hizo el gran Joseph L. Mankiewicz, con Marlon Brando en el papel de Marco Antonio y James Mason como Bruto. Discurso que comienza con las famosas palabras “amigos, romanos, compatriotas, prestadme atención”, que para algunos es un ejemplo de la más brillante elocuencia y para otros de la más sutil demagogia. En todo caso el texto nos habla del poder de las palabras para convencer a los ciudadanos y llegar a sus corazones, sin recurrir a promesas o regalos.

Acabando con los idus de marzo, cuando César está a la puerta del Senado, recibiendo peticiones de los ciudadanos, un amigo quiere entregarle un mensaje para advertirle que Bruto y el resto de los conspiradores planean su muerte. Le dice que lo lea, porque el mensaje atañe más de cerca a César. Y éste responde que lo que concierne a César debe atenderse en último lugar, y no lee ese escrito que podría haber salvado la vida. Mucho han cambiado las cosas desde entonces, y ahora los políticos, en su primera reunión, abordan temas como dedicaciones exclusivas, sueldos y prebendas. Pienso que éste debiera ser el lema de todo gestor de los asuntos públicos, que lo que a uno interesa debe ser examinado en último lugar, que lo primero son los ciudadanos. Quizás nada de eso existió y todo se deba al talento y a la pluma de Shakespeare, porque ¿se imaginan ustedes a un político español haciendo un testamento como el de César, legando a los ciudadanos sus jardines a la orilla del Tíber para que los disfruten como parques públicos? Sinceramente, a mí no me alcanza la imaginación.

24 de febrero de 2008

Ojalá que te vaya bonito

Lo cierto e incontestable es que, en un día como hoy, un “tribuno” aficionado como yo, podría hablar, disertar e incluso divagar sobre multitud de temas que asaltan nuestra vida cotidiana y salpican la actualidad política de nuestra provincia. Así, sobre las listas electorales que han alumbrado los que serán los cabezas de serie en la contienda del mes de marzo, sobre la eterna disputa entre el Palacio de los Guzmanes y el Ayuntamiento de la capital sobre la promoción turística de León, sobre la Alta Velocidad que llegará pero no se sabe cuándo ni sobre todo cómo, sobre la polémica histórico política acerca del 24 de abril, que la mayoría de nosotros percibimos como un “hermoso puente” en el que podremos alejarnos, temporalmente por lo menos, de nuestras preocupaciones diarias, y sobre tantas otras cuestiones que a veces nos preocupan, otras nos inquietan y la mayoría de las veces nos dejan absolutamente indiferentes.

Pero, elevándome a la esfera de la política nacional, me gustaría hablar sobre esas grandes decisiones del líder del Partido Popular que han llenado las páginas de los periódicos y los minutos de los informativos. Me refiero, claro está, al fichaje de Pizarro (el que fuera Presidente de Endesa, no al conquistador del Perú) y al “desahucio político” (por decirlo de una forma suave) de Alberto Ruiz Gallardón. Gallardón que, le pese a quien le pese (y a algunos y algunas les pesa más que otros) es percibido por muchos como la “gran esperanza blanca” del Partido Popular para reconquistar la Moncloa. Cuando el otro día el mariachi de “Caiga Quien Caiga” interpretaba ese gran tema de José Alfredo Jiménez que es “Ojalá que te vaya bonito” al Alcalde de Madrid, era inevitable reflexionar sobre el sentido de los planteamientos estratégicos del PP.

Quizás estas decisiones de Rajoy (si es realmente Rajoy quien las toma, cuestión que entra en el campo de la especulación metafísica) no tengan un efecto decisivo en las elecciones del 9 de marzo y es posible que la marcha de la economía incida más de lo que yo creo en ese momento crucial. Podemos también pensar que todas las polémicas de la pasada semana quedarán en el más absoluto de los olvidos y que nadie se acordará de Gallardón cuando llegue la primavera, pero sí me gustaría reflexionar sobre el trasfondo, si es que lo tiene, que se esconde tras estos acontecimientos.

Lo primero que hay que preguntarse es por las razones reales que han llevado a la marginación (definitiva, parece) de Gallardón de la vida política nacional. No vamos a ser tan ilusos de creer que el PP lo que quiere es que sus alcaldes no vayan al Parlamento para que así puedan dedicar todo su tiempo y sus energías a gestionar con eficiencia sus municipios (más que nada porque hay Alcaldes que optan al Congreso de los Diputados, desde el de Ponferrada hasta el de Cádiz). El motivo fundamental, y todos lo sabemos, es enviar al competidor lo más lejos posible, y evitar así cualquier tentativa sucesoria. Lógicamente, si el PP pierde las elecciones muchos se preguntarán si no sería el momento de elegir otra persona para que desarrolle desde el Parlamento la labor de oposición que siempre es necesaria para recuperar el Poder. Lo cierto es que sería la primera elección porque, no lo olvidemos, Rajoy no fue elegido sino designado por la gracia de Aznar, y aquí reside sin duda la raíz de los problemas.

Me parece un grave error. Aplicando una metáfora del mundo de fútbol un equipo tiene que llevar en la convocatoria a los mejores jugadores, los más en forma, vayan a jugar o no. Porque si el delantero centro se lesiona (es decir, si pierde las elecciones) hay que mirar al banquillo y decidir quien puede jugar en su lugar. Por lo menos, para intentar meter algún gol que permita que en el partido de vuelta (que son las siguientes elecciones) exista alguna posibilidad de remontar la eliminatoria. Y, siguiendo con el símil futbolero, quizá Pizarro pueda ser un brillante extremo o un mediocentro de corte ofensivo (por ejemplo, Ministro de Economía) pero no le imagino fajándose en tareas defensivas, esto es, en la dura y a veces ingrata labor de la oposición.

Sinceramente creo que el Partido Popular ha perdido una gran oportunidad, no sólo de poder disputar la victoria en las elecciones, sino sobre todo de acercarse a una gran parte del electorado que hoy por hoy le es esquivo. Se supone que los tuyos te van a votar y se trata de encontrar candidatos que puedan seducir a aquellos electores que pueden parecer más lejanos. Porque, y hasta ahora siempre ha sido así, las elecciones se ganan en el centro, en ese filón de indecisos que son los que, paradójicamente, siempre deciden.