15 de junio de 2009

El Rastro

Lo que me pide el cuerpo es dedicar mi columna al hermoso gol del dulce Iniesta, que iluminó de blaugrana el cielo de Londres cuando, desvanecida ya toda esperanza, parecían cerrados todos los caminos que conducen a Roma. Pero dos lectores me apremiaban días atrás para que me ocupara más en mis columnas de la rabiosa actualidad local. Ignoro qué porcentaje representan entre mis tifossi este “sector crítico” , pero –por esta vez- les haré caso y descenderé a alguno de los asuntos que nos ocupan en la City.

Sin duda el tema de la semana ha sido el traslado del Rastro a los aledaños del Estadio Reino de León, en los terrenos que ocupó el desguace de Clarés. Puedo comprender las razones de los vendedores, de los que acuden al Rastro todos los domingos o de los hosteleros de la zona. Pero precisando, que es gerundio. Lo primero no me parece muy propio que dediquemos unas de las grandes avenidas de León, como es Papalaguinda, a esa mezcla de hormiguero y bazar cutre en que se ha convertido el Rastro. En las afueras de París, en Clignancourt, existe desde hace tiempo el Mercado de las Pulgas, pero a nadie le parecería sensato que estuviera en los Campos Elíseos, pegado al Arco del Triunfo. Precisamente se instaló allí porque a finales del siglo XIX los concejales de París decidieron que los traperos y chamarileros no debían trabajar sobre el territorio de la ciudad. No sé si Clarés es la localización correcta, pero lo que tengo claro es que Papalaguinda no lo es.
Y en segundo lugar, todo el mundo tiene derecho a ganarse la vida, y también los que venden en el Rastro. Pero cumpliendo la Ley, cotizando a la Seguridad Social, de alta en el IAE y pagando impuestos como todo el mundo. Y abonando las tasas que permitan sufragar lo que la limpieza de ese espacio nos cuesta a todos los leoneses.
Para terminar, mención especial a María Rodríguez, Concejala de Comercio, que ha tenido el coraje político que no tuvieron sus predecesores para tomar la decisión y para exigir algo tan evidente como el cumplimiento de la Ley. El temple de un político se demuestra cuando tiene que adoptar medidas que pueden ser impopulares, o cuando es capaz de resistir la presión. Porque para inaugurar obras en los pueblos o conceder subsidios valemos casi todos.

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