15 de junio de 2009

No llores por mí, Argentina

Anoche tuve una visión. Paseaba yo por la City hacia la Calle Ancha y, a la altura de Botines, me sorprendía una enorme concentración de masas. Manejaba dos opciones, una manifa contra la cumbre del G-20 o una aglomeración de impositores de Caja España que acudían en tropel a retirar sus ahorros, a pesar de las tranquilizadoras declaraciones del Presidente de la Caja Grande, o precisamente por ellas.

Pero cuán errado estaba. Observé que la multitud dirigía su fervorosa miraba al Palacio de los Guzmanes de cuyo balcón emergía la Presidenta de la Diputación y, como Evita, entonaba un sentido “No llores por mí, León”. Pero eso no era lo más sorprendente. La cafetería Victoria se había convertido en un Asador Argentino y en la Plaza de San Marcelo unos diputados provinciales se marcaban un tango. Cuando me maravillaba de los requiebros de Lázaro García Bayón la visión se desvaneció en la bruma.

Esta extraña explicación es la única que tengo para el viaje de la Presidenta y su séquito (he contado tres o cuatro diputados provinciales de turismo a costa del erario público) a las tierras australes. Yo pensaba que el trabajo de la Diputación era mejorar las condiciones aquí para que no tuviéramos que emigrar allá y lo del programa Añoranza me suena a reallity de Isabel Gemio, pero me equivocaba.

También anda por aquellos lares el Consejero Mañueco, reclamando la nacionalidad española para los nietos de todos los emigrantes. No sé por qué se queda ahí, también podía pedir que se la concedieran a los primos lejanos, a algún cuñado o a ese amor de verano que tuvo el emigrante recordando lo bonita que es la Montaña de León cuando se presiente la primavera. Como soy un malvado recordé que estos viajes sentimentales los inventó Fraga en su época de gran jefe indio de la Xunta. Decía que iría al infierno si hubiera allí algún gallego. O dijo algún votante gallego, no recuerdo.
Me temo que a este paso, en breve, habrá más españoles fuera que dentro de España. Sería curioso, y kafkiano, que los que decidieran quiénes y cómo se gastan nuestros impuestos fueran unos paisanos que viven en el extranjero y no pagan a la Agencia Tributaria. Les pasaba yo a los emigrantes el recibo de Gersul y ya veríamos cuánto les duraba la añoranza.

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